Asistimos en la actualidad a un fenómeno que pasa desapercibido y para variar, se nos ha ido de las manos. Una burbuja exponencialmente peligrosa que está adquiriendo tintes de tragedia griega con sus gotitas de apocalipsis y ciertos toques de dramón televisivo de sobremesa con sustantivo contundente y adjetivo tremebundo («Concupiscencia Inminente» y títulos por el estilo) de no poner remedio. Me vengo a referir al subestimado «recuerdo cofrade». Objeto que habita, crece y se reproduce «Ad maiorem horror gloriam» en esos antros de exaltación de la horterada torrijera denominadas «tiendecitas de regalos de la hermandad». Lo que el reputado decorador de alzacables, Sêpecer Trafjtitovski en su enternecedora obra Sacadme los Ojos que no Quiero Sufrir llamó: «Habitáculos de perversión estética y patada en el cielo de la boca del buen gusto con capirote».

Qué lleva a una criaturita, en un derroche sin duda de expresión artística e interpretación del medio como interpolación subyacente del epicentro subjuntivo, a poner la cara de un Cristo en un cortauñas. Qué necesidad había de insertar el divino rostro de una Virgen en un acto tan íntimo como es el cercenamiento de mejillones de rouan sobre bidet neobarroco. En qué manual de estilo se hace ver que es elegante, una antebrazo escayolado hasta el codo en espiral multicolor, que parece un sombrero de verdiales con tanta cinta. Si no tuvimos bastante con el 31, a qué viene la cara de una dolorosa en un cenicero, a qué jugamos ¿a darle pátina? Esos pastilleros de inspiración decimonónica, con la cubierta ligeramente ovalada que distorsionan la foto impresa hasta cuestionarse si en ese momento «er señó» había engordado porque le hacen la cara anchota. ¿Dónde colocar tanto platito de porcelana con sacrosanta faz en diversas perspectivas?¿Quién en sus 35 metros cuadrados de piso con terraza metida al salón tiene pared para tanto rostro? ¿Son las caras de Bélmez una tendencia en decoración? Dímelo con tus palabras joven cofrade, pero dímelo.

Sabe Dios que algún día ocurrirá una desgracia y ahí estaremos con el índice en posición de ataque para espetar el Muy Recurrente y Archicuñadísimo «yo ya lo dije».