Ya lo decía Pablo Mapelli el sábado pasado en este mismo espacio. La opinión cofrade está tomando por momentos un tono terriblemente amarillista. Es decir, hay mucho de Sálvame Deluxe en el panorama. Y si nos vamos al gallinero tuitero, allí hasta el más tonto hace relojes de madera y le funcionan. Y lleva toda la razón del mundo para sus aplaudidores, porque Doctores tiene la Iglesia -y presidentes la Agrupación-. Es una lástima ver como a la mínima se polarizan las opiniones. Todo es o blanco o negro. Nadie entiende de grises. Por lo que no sería de extrañar que el día menos pensado, al acabar una junta o un cabildo, a algún grupo de iluminados ultras les dé por rotular un autobús y plantarlo en la puerta de su casa hermandad. Qué sé yo, se me ocurren mil mensajes, desde un cambio de recorrido, un expediente episcopal o un palio para la Virgen. Los cofrades han acabado por convertir sus opiniones en batallas donde la derrota ideológica no es una opción. Si hay politicofrades, también hay tertulianos al estilo Inda o Marhuenda.

Aburre leer a quien habla de esto como si fuera la Liga. Y no por mostrar sus colores preferidos, faltaría más. Aburre porque su gama de colores se acaba donde se acaban sus gustos. La obcecación en la que se instalan los cofrades que reparten los carnets del buen hacer me evoca a una piara revolcándose en su zahúrda. Todos en lo suyo, regodeándose de lo que les rodea sin saber que lo que les rodea es fango. Y, penosamente, estas actitudes de opinador impertinente se ven más habitualmente en una juventud más centrada en lo estético que en lo espiritual. Ay, atrevida juventud.

Coda: Y no sé por qué te escribo esto en tercera persona del plural. Debería hacerlo en primera persona del singular. Que tire la primera piedra...