¿A qué obedece el rechazo de algunos a las distintas orientaciones sexuales?

Es muy complejo. Hay una larga tradición judeocristiana y tiene peso. Cada país tiene su idiosincrasia. Aquí, la Iglesia católica es muy reacia a dar pasos de apertura y deja fuera a mucha gente que puede tener creencias religiosas y podría desarrollar una fe, pero se siente excluida. También pesa la historia. Venimos de una dictadura, salimos espectacularmente rápido, pero es una cultura política y religiosa muy machista y homófoba. La homofobia y el machismo vienen de la misma raíz, y de ahí surge también la violencia de género: es el rechazo a cualquiera que se sale de una escala de valores. En España, estamos trabajando a buen ritmo. Pero, aunque en avances legales estamos a la cabeza del mundo, no es lo mismo lo que se vive día a día. Los homosexuales están desprotegidos por el sistema educativo.

¿Qué hay que hacer para erradicar esa desprotección?

El sistema tendría que hacer lo que dicta la ley. En el preámbulo de la LOE se recoge que hay que trabajar por el reconocimiento a la diversidad afectivo-sexual y luchar contra el sexismo. Pero en Magisterio no se trabaja eso; no se educa para educar y no hay disponibilidad de materiales pedagógicos. Por un lado, somos bastante abiertos, con una legislación pionera que dice a los adolescentes que salgan del armario y sean como son, pero hay un desfase por lo que pasa si hacen eso. Tienen que asegurar que poder hacer eso está garantizado, y eso se consigue formando al profesorado, creando materiales, introduciendo eso en los textos.

¿El remedio a la homofobia está en la educación?

Lo tenemos claro: educación, educación y educación. Hay otras cosas, pero la educación es fundamental. Es clave que las nuevas generaciones vengan sin prejuicios, aunque los mayores también se pueden limpiar de los suyos, y estoy orgulloso de este país por el gran trabajo que ha hecho. Pero es muy importante la educación, y tiene que ser transversal.

¿Estamos lejos de ese modo de educar?

Soy optimista realista. Vamos por muy buen camino, pero hay mucho trabajo porque hay muchas resistencias: la obvia de la derecha religiosa, que no quiere que se hable de esto. No son muchos, pero hacen mucho ruido y asustan mucho a los políticos. Hay muchos intereses de la Iglesia. Luego entra la gente que no está en contra, pero ¿quién coge el toro por los cuernos? Se piensa : "Si lo hacemos y hablamos de esto en la educación, ¿se nos vendrán los padres encima?". En las escuelas de profesorado no se educa, no se les dan recursos. Tienen que hacerlo las administraciones educativas. Para nosotros ha sido muy importante el convenio firmado el año pasado con la Confederación Española de Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos, que nos reafirmó que la mayoría de las familias quieren que esto se trabaje.

¿La percepción de la gente de las diferentes tendencias sexuales es cada vez más natural?

Claro. El problema es que aún hay un 20% (en hombres, un 30%; en mujeres, menos) con homofobia activa y militante. Y, aunque es una minoría, crea su reinado de miedo. Además, si proteges a alguien que no es de tu etnia, nadie va a pensar que seas de la misma. Pero, si ayudas a un gay, sí puede que piensen que tú también lo eres. Esto hace que se retraiga mucha gente. En los profesores hay silencio y se dejan pasar muchas cosas.

¿Ayudaría impartir educación sexual en los colegios, como plantea el Gobierno?

La educación sexual es un déficit en el sistema educativo, no se está trabajando.