Begoña Aranguren (Bilbao, 1949) es periodista (Ondas por Epílogo), escritora (Premio Azorín por El amor del rey) y estuvo casada casi tres años con José Luis de Vilallonga, marqués de Castellvell, un aristócrata atípico, el último, dice, de una casta que ya no existe. Niño mal de casa bien (Planeta) es una carta de amor que repara una acerada crítica anterior, pero también un repaso, sin pelos en la lengua y destinado a Vilallonga, por la actualidad política y social. Levantará ampollas. «Me impresiona lo que ha cambiado este país en cuatro años [Vilallonga falleció en 2007], está irreconocible, asolado, con el agravante de que la gente está anestesiada, dice, ¿dónde están los intelectuales?»

La clase política. A José Luis Rodríguez Zapatero «estoy deseando perderlo de vista aunque lo que viene detrás no da sensación de tranquilidad. Yo no le voy a votar (refiriéndose a Rajoy), pero sé de mucha gente que lo va hacer tapándose la nariz. Los españoles no tenemos la clase política que nos merecemos. Deberíamos de exigir recuperar la ilusión. Parece que seamos italianos». De la ministra valenciana Leire Pajín critica sus altas responsabilidades siendo tan joven: «La osadía del ignorante es inconmensurable y además irrita mucho».

Felipe González. «Yo no hablo del GAL, ni de Filesa, no hago juicios paralelos, creo en la justicia. Yo digo que tiene barriga, el pelo blanco, un piso en el barrio de Salamanca, que ha dejado a su santa, se ha ido con otra más pija y se ha convertido en cuñado de Pedro Trapote, que no queda absolutamente nada del Felipe que yo conocí, que transmitía entusiasmo, lleno de ideas, de fuerza. ¿Estoy diciendo alguna mentira?»

Corrupción. En su conversación con Vilallonga se queja de que personas con negocios poco claros e incluso problemas legales sean bien vistas y se codeen con la jet. «¿Sabe lo que me escandaliza? -añade- Que la gente no reacciona. Ahora parece que un señor corrupto, que se hace inmensamente rico porque tiene información privilegiada y un sobrino da un pelotazo y en vez de ser una persona denostada, encantados de que venga y, como un premio a la honestidad, lo hacen presidente de una gran compañía. Te invitan a una cena con los Albertos y yo digo que no voy, a ver si salgo sin el reloj. ¿Eso no se puede decir? Si está en los papeles. La justicia también resulta que a todos los ricos se les pasó el plazo, por favor... un poco más de rigor y el pueblo que diga ‘basta, no sigan por este camino’, es un insulto a la inteligencia».

La alta sociedad. Describe un ambiente de hipocresía social. Menciona a Nati Abascal y sus hijos. «Tenía muy buena relación con José Luis. Unos amigos comunes me dicen que es una buena persona, no lo pongo en duda. Me parece una pena que estos chicos, tan guapos, se metan en el mundo de la moda y veas a los representantes de la aristocracia más pura en una escalera posando, ¡qué vergüenza!», cuenta. Aclara que en la aristocracia hay «honorabilísimas excepciones» y que Vilallonga «tuvo un mérito enorme porque era muy cómodo quedarse en Barcelona, en su casa, perfectamente servido y renunció. Cometió errores pero puede confesar que ha vivido, como Neruda».

Familia Real

. A raíz de la boda de Guillermo y Catalina de Inglaterra, príncipe y plebeya, Begoña vuelve sobre la del príncipe Felipe y Letizia. Aunque, a diferencia de Vilallonga, se declara no monárquica, no está de acuerdo con este matrimonio. «Yo a ella la comprendo. Parece inteligente y es coherente y puede que lo haga bien. Ahora bien, es divorciada y declarada republicana de pro antes de casarse. Se casó por lo civil y a los seis meses la vemos entrando en una catedral de blanco y tul ilusión. Me parece una burla. No es que no la entienda a ella ni me moleste el abuelo taxista, pero el príncipe se enamora de ella por televisión, un amor virtual, ¡qué miedo! No me parece normal. Empezó lady Di. Ya no hacen bodas de Estado, se han empeñado en casarse por amor. Tienen muchas prebendas, sólo tienen que hacer cuatro cositas bien, por Estado, y no lo hacen».