Cuando Andy Robinson nació en la afueras de Liverpool en 1960, la ciudad estaba, sin que nadie lo supiera, en vísperas de convertirse en el epicentro de un cambio musical de los que marcan época. Pero mucho antes de los Beatles, Liverpool ocupaba ya un lugar destacado en el mapa, era la gran entrada de las mercancías del imperio, uno de los principales puertos del mundo, que unido por tren con la fabril Manchester sostenía a comienzos del XIX otra revolución de consecuencias más perdurables. En Liverpool está la semilla de un sistema económico que tras dos siglos de mutaciones guarda pocos parecidos con aquel capitalismo temprano y pujante que encumbró la ciudad. El de ahora lo conoce bien Robinson en su condición de periodista especializado que ha asistido a los grandes foros mundiales de la economía. Sobre uno de ellos, el que cada mes de enero reúne en la localidad suiza de Davos a la élite financiera mundial, escribe ahora Un reportero en la montaña mágica (Ariel), una explicación de Cómo la élite económica de Davos hundió el mundo. Las cumbres que se desarrollan en el mismo escenario de la obra de Thomas Mann a la que alude el título de su libro constituyen para Robinson «un perfecto microcosmos del capitalismo del siglo XXI».

Usted ha sido testigo directo de las grandes citas de la economía mundial.

He asistido desde hace muchos años a las cumbres de organismos multilaterales, del Fondo Monetario Internacional (FMI), varias cumbres del G-20 y estuve en Davos cinco veces. Cada mes de enero viajo allí y confío en que el libro no me cierre las puertas en la próxima convocatoria.

¿Cuál es la singularidad de Davos respecto a otra cumbres?

Lo interesante, y lo preocupante, del foro de Davos es que ves las entrañas de la máquina, cómo funciona el sistema de poder. Es un microcosmos de las relaciones entre poderosos banqueros, economistas, políticos y también periodistas con un estatus de acreditación que les permite codearse con los peces gordos. Allí hay una extraña jerarquía de acreditaciones. No es lo mismo ir de reportero que de líder mediático. Esa estratificación es sólo un ejemplo de cómo funciona el sistema de exclusión en un lugar en el que si dices lo que conviene al poder económico tienes acceso a muchas más cosas.

¿Qué se dilucida en esos encuentros que tienen tanto eco mediático como glamour?

Es una especie de baile de puertas giratorias en el cual los banqueros piden favores a los políticos, éstos a los bancos y los economistas dicen lo que esperan los banqueros y algunos medios de comunicación siguen el guión. Esta máquina ha facilitado lo que considero un ejemplo sin precedentes de injusticia económica, una brutal socialización de pérdidas. Vemos que cinco años después del estallido de la crisis, tras las múltiples promesas sobre reformas del sistema financiero apenas se ha hecho nada y seguimos donde estábamos, con el añadido de que muchos culpables han quedado impunes.

Pasados los primeros apuros, ya no estamos en el momento del arrepentimiento. Usted cita al que fura consejero delegado de Barclays, Bob Diamond, para quien «el momento de pedir disculpas y el remordimiento ya pasó».

Eso lo dijo en 2010. Luego se vio obligado a dimitir por la manipulación de los tipos Líbor, los que rigen las hipotecas. Hubo un momento después de la crisis, en la cumbre de 2009, justo después de la quiebra de 2008, en que se percibió que los representantes de la banca se sentían incómodos. Fue cuando ya estaban pactadas unas ayudas por 700.000 millones de dólares para recatar el sistema financiero. Tres meses después se notó en Davos que muchos banqueros de Wall Street optaron por quedarse en casa y los que estuvieron allí reconocieron la necesidad de reformas, asumían que se había producido un exceso de especulación e innovación financiera, a través de productos que resultaron ser bombas de relojería, y que eso no debería permitirse. Pero aquello duró muy poco. Al cabo de un año volvían a defender las mismas prácticas. Y transcurridos cinco es como si la crisis hubiera sido un terremoto, un acto de Dios en lugar de la consecuencia de una cultura de avaricia y de desregulación. El momento de reconocimiento de responsabilidad por parte de la élite fue muy efímero. Ahora volvemos a lo mismo.

Ahora es la misma actitud de antes con el añadido de cierta impunidad. No sólo consiguieron salir indemnes, sino incluso más ricos.

Impunidad, sin ninguna duda. Muy poca gente pagó por lo que hizo. El consejero de Barclays fue destituido por el Líbor y vete a saber cuánto nos ha costado eso a la gente que pagamos hipotecas. Pero se fue con un finiquito de seis millones de libras (más de siete millones de euros). Tiene una casa con vistas a Central Park en Nueva York, otra en Cape Cod y otras propiedades notables. ¡Qué más quisiéramos que castigos como esos! La sensación de que todo vuelve a ser lo mismo es muy fuerte. Sabemos que la semilla de lo que ocurrió fue una excesiva desregulación financiera iniciada en los años 90 bajo la administración Clinton, como reconocen muchos economistas. Las agencias de calificación siguen siendo un referente pese a que hace cinco años quedó claro el conflicto de intereses derivado de cobrar por prestar servicios a las mismas empresas cuya deuda estaban valorando. No ha cambiado nada.

La crisis ha agudizado las desigualdades, las grandes fortunas se han hecho mayores.

Es un proceso desde los años 70. En Estados Unidos y en el Reino Unido hemos visto una concentración de patrimonio y de renta en una élite cada vez más rica. En Europa se mantuvieron algunos elementos de economía social que frenó ese proceso. De hecho en España la desigualdad se redujo hasta el inicio de la crisis. Pero después de las políticas de austeridad, de reducciones salariales y de la explosión del paro se ha registrado un aumento desorbitado de esa desigualdad, algo muy llamativo porque esos cambios se producen a lo largo de décadas y en España ha sido cuestión de tres o cuatro años. Esa crisis no ha afectado a los consejeros delegados ni a los beneficios de las grandes empresas. Hay que empezar a utilizar el sistema tributario para reequilibrar las rentas.

Pero seguimos escuchando que lo importante no es la redistribución, sino la creación de riqueza.

Eso es una falacia. Hay muchos indicios para llegar a la conclusión de que sin clase media el capitalismo tiene un problema de sostenibilidad. Lo decía en su momento Marx y ahora lo sostienen economistas como Shiller o Nouriel Roubini. El sistema es disfuncional si en una economía basada en el consumo masivo la clase media sólo puede consumir cuando se endeuda hasta niveles insostenibles. Todo indica que la nueva fase de crecimiento que se está iniciando en Estados Unidos es igual que la anterior. El poder adquisitivo del ciudadano medio es menor que antes de la crisis por lo que ese crecimiento se sostendrá otra vez sobre la base del endeudamiento.