De lunes a viernes, Francis Gallardo Cabello, recién cumplidos los 35 años, acude a su puesto de trabajo como administrativo en el Ayuntamiento de Fuengirola. Está casado y tiene una niña de dos años y medio, Claudia. Su hermano Sergio, de 31, hace lo propio en la asesoría donde realiza labores de economista. También pasó por la vicaría. Su pequeño Sergio da fe de ello. Sus vidas dan un giro de 180 grados cuando el fin de semana asoma en el calendario.

El sábado los dos se transforman. Recogen sus billetes de avión y van de aeropuerto en aeropuerto, de carretera en carretera. Se visten de corto, se cuelgan al cuello el silbato, guardan a buen recaudo las cartulinas y dirigen partidos de la División de Honor B, la segunda categoría del balonmano español.

Son los únicos malagueños que militan en la antesala de la elite y, aunque ésta es su primera campaña, aspiran a dar pronto el salto a la Liga Asobal. Los dos arbitran como pareja desde hace cuatro años. Por suerte ya han dejado atrás la Primera Nacional y han comenzado a dirigir partidos en una categoría más agradecida. Además, también arbitran encuentros en la División de Honor femenina. El último, sin ir más lejos, el Cleba León-Vera Vera.

Su carrera, además, tiene muy buena pinta. El designador de la categoría, el colegiado gallego internacional Pablo Permuy, ha elaborado un listado con los méritos de todas las parejas de la categoría. Y ellos están por encima de la media. Poseen ya cuatro informes positivos y tienen la esperanza de seguir escalando camino de la elite.

Llegar hasta esta posición no es nada fácil. Y, sobre todo, dar el paso y decidir un buen día ser árbitro. Francis, el mayor de los hermanos Gallardo Cabello, fue el primero en tomar esa decisión. Comenzó jugando en el colegio Virgen de Belén y luego también en el instituto. Como no había equipo juvenil y él quería seguir ligado al balonmano decidió probar suerte en el mundillo del arbitraje.

Su padre Francisco, leyendo el periódico, vio un anuncio sobre unas pruebas y él, ni corto ni perezoso, se inscribió. Era el año 1993. "No quería dejar el deporte, muchos menos el balonmano. Y, para no engañarte, también me sacaba un dinerillo que me venía muy bien para mis gastos", cuenta Francis, que celebra el cambio de legislación que le ha permitido ascender este mismo curso a División de Honor B.

Cambio de legislación. Hasta ahora, la Federación prohibía que, a partir de los 35 años, los colegiados pudieran ascender en categorías nacionales. Y eso impedía que Francis, que acaba de cumplir esa edad, pudiera continuar avanzando. De hecho, el colegiado malagueño llegó a plantearse la pasada temporada la retirada. "Llevaba ya ocho años en Primera Nacional y no le veía frutos al trabajo que estaba haciendo. Estaba desanimado y pensé en dejarlo", confiesa.

Este cambio de reglamentación y la nueva junta directiva que entró en la Federación Española de Balonmano, con Juan de Dios Román a la cabeza, le han dado un impulso al sector arbitral. De hecho, ahora el propio organismo les remite a cada colegiado el vídeo del último partido que han dirigido y los propios árbitros tienen que realizar un resumen, destacando las jugadas más importantes y las que más dudas técnicas susciten.

A Sergio, este ascenso viene a confirmarle la tremenda progresión de un árbitro joven que, a sus 31 años, goza ya de una tremenda experiencia. Junto a su hermano, los dos fueron en abril del pasado año a Castelldefells para dirigir la fase previa de un intersector por el ascenso de la Liga juvenil. Fue el examen que la Federación les había preparado. Realizaron una buena labor y luego corroboraron su nivel con un test sobre el reglamento y unas pruebas físicas. De las 50 preguntas tipo test del control acertaron las 50.

"Fue una bonita experiencia y ahora estoy muy contento, muy animado, dispuesto a trabajar duro", relata Sergio, que tuvo que colgar las zapatillas cuando era jugador por una grave lesión.

Tras pasar por todas las categorías inferiores de Maristas, a donde llegó a los 13 años, militó tres temporadas en el Ivesur-UMA, donde jugó a las órdenes de Jorge Salas o Curro Lucena. Pero una rotura del ligamento cruzado de la rodilla acabó con su carrera. Eso, y la necesidad de dedicarse en cuerpo y alma a sacar adelante sus estudios en Administración y Dirección de Empresas.

"Las clases eran por la tarde y me coincidían con los entrenamientos. Era imposible poder compaginarlo. Tenía que romper con el balonmano, pero quería seguir vinculado a él. Mi hermano Francis ya era árbitro, me animó y elegí esa opción", cuenta.

Desde que forman pareja, hace ya cuatro temporadas, les ha ido de maravilla. Es más, ninguno de los dos recuerda una mala experiencia, una situación peligrosa, un mal trago. "Jamás he pasado miedo dirigiendo un partido", explica Francis.

"Nuestro deporte no es el fútbol, aquí hay más deportividad. De hecho, mi único problema como árbitro llegó a comienzos de mi carrera. Y fue con un entrenador, al que iba a expulsar, y que llegó a pisarme la zapatilla para que no pudiera andar y enseñarle la tarjeta roja".

Esta primera temporada en la categoría les está yendo de dulce. Sólo una lesión de Sergio, que fue operado de una hernia en Navidad, ha frenado su meteórica progresión. Los dos están satisfechos, aunque admiten que los grandes perjudicados son sus familias.

Ambos han sido padres recientemente y tres veces al mes tienen que ausentarse de casa los fines de semana. Como la mayoría de equipos de la categoría están en el Norte de España, suelen tomar un Málaga-Bilbao y desde allí se mueven en coche hasta el destino del partido.

"Nuestras mujeres son las que peor lo llevan", coinciden. "Me da pena dejar a mi hijo Sergio. Mi mujer lo lleva sólo regular, pero es algo que hemos elegido. También tenemos la satisfacción de que económicamente es algo que recompensa", dice Sergio. Por cada partido de División de Honor B cada colegiado gana 215 euros, que suben a 235 en División de Honor femenina. No es demasiado, pero siempre ayuda.