El nivel de sufrimiento alcanzó ayer límites inhumanos. No hay ya quien soporte esta situación. Puede que haya algo de biografía sobre el tema en la Convención de Ginebra. Habrá que indagar. El Martín Carpena aguantó como un bendito hasta que ya no le quedó más paciencia. Un mal humor moldeado por la abrupta e insoportable racha de 14 derrotas en 15 partidos. Desde el 14 de enero no ve la «marea verde» ganar a su equipo en Málaga. No existe ni consuelo ni pócimas mágicas. Ni siquiera la de un chamán de 18 años llamado Álex Abrines. El Unicaja se ha echado en los brazos de su asombrosa clase, de su talento, de su desparpajo. Pero él y cuatro sombras más, cuatro espectros que deambulan y que dañan más que ayudan, no son suficiente, por ahora. Cuatro que parecen estorbar en la impresionante progresión del balear: 31 puntos ayer de los 67 del equipo. Casi la mitad de la anotación de todo un Unicaja al completo. Dos años hacía que ningún cajista alcanzaba los 31. Fue Omar Cook.

Con lo que hay, con lo que tiene, este Unicaja es ingobernable. El Asefa Estudiantes, que llevaba hasta que visitó la Costa del Sol 378 días sin ganar lejos de Madrid en Liga, devaluó ayer al Unicaja a «bono basura». En Zaragoza perdió el nombre y los apellidos. Y ayer se agotó el crédito. De seguir así cederá pronto su plaza de play off y, con ella, su Licencia A en la Euroliga. Quizá el sábado que viene, en Vitoria. El día y la fecha en la que el Unicaja será devorado por los mercados es cuestión de tiempo, de dejar correr el calendario, como se está dejando morir a este equipo.

Cuesta creer, de verdad, que llegados a este punto nadie haya tomado aún ninguna decisión potente. Acertada o errónea. Buena o mala. Dolorosa o agradable. ¡Pero algo hay que hacer! Sin embargo, seguimos igual. Como hace una semana, dos, tres... un mes. Ni llegadas ni salidas. Ni altos ni bajos. Ni negros ni blancos. Ni una sola noticia más allá del estandarizado e inservible «nos quedamos como estamos». Y no ya por lesiones, que las hay, sino por bajas formas, por vergüenza torera, por poner pie en pared a más de uno.

Nadie hace nada verdaderamente consistente para revertir la situación. Ni en los despachos, visto lo visto hasta el momento, ni en la pista. Abajo, cuatro se aprovechan de lo que inventa un niño de 18 años, con granos en la frente, una barbita que aún brota sin fuerza, y con un talento descomunal, con algo muy gordo que sólo los más grandes llevan dentro. En los minutos de la verdad, cuando los hombres dan un paso al frente y los que están hechos de pasta común se esconden, Abrines brilló con luz propia. Al lado de un internacional búlgaro, de un campeón del mundo, de la supuesta estrella cajista y de un internacional croata. Sólo Abrines apareció. Sólo él.

El niño se bastó para meter en el partido a un Unicaja sin corazón ni espíritu en la primera mitad y bloqueado después. Abrines pidió la bola, tanto en el segundo cuarto, cuando el Estudiantes tomaba ya camino hacia Antequera (23-36); y luego al final, cuando los madrileños ya cantaban victoria (56-68, a 3:56). Triples y más triples, lecturas acertadas, penetraciones y pases precisos... todo lo aportó él. Pero al final nadie le buscó y, consecuentemente, nadie le encontró. Y por la mediocridad de su compañía halló una penitencia que no merecía. Abrines debía ser hoy portada en Málaga, en el universo ACB y en el mundo de la canasta. Él por lo bueno, por un lado de la balanza. Ricky por lo malo, por su lesión. Pero Freeland erró un gancho, Rowland un triple para empatar 70-70 a 24 segundos... y colorín, colorado.

El partido se esfumó entonces con pitada y petición de dimisión para la directiva, que aguantó estoicamente el chaparrón de pañuelos, pitos y exabruptos. Ellos pagan los platos rotos. Ese fichaje no consumado de Krunoslav Simon les pesará como una losa. Al tiempo. Hubo, eso sí, aplausos para la plantilla. Desconozco los méritos contraídos por el «doce» de Chus Mateo en los últimos tiempos para recibir semejante apoyo popular. Pero hubo ovación contenida para los «toreros», mientras los estudiantiles saltaban en corrillo tras poner fin a más de un año sin ganar a domicilio.

La descomposición prosigue en el Unicaja. Y no les voy a marear yo con las 18 pérdidas, con los porcentajes y con números que sólo harían que se disfrazara el mal momento actual de un proyecto herido de muerte. La reacción no se atisba, más allá de los méritos del joven Abrines. Él, con la paga mensual más baja de toda la plantilla, es el único que da la cara. 31 puntos con seis triples. Muy grande lo del muchacho de 18 años, que a su edad ya mejora las estadísticas de Ricky Rubio o Rudy Fernández.

Del liderato de las primeras jornadas, el Unicaja ha bajado ya a la séptima posición en la tabla. Y por abajo hay movimientos. A un solo triunfo queda ya la plaza 12. Algo que parecía tan lejano hace un tiempo y que ahora aparece al otro lado de la esquina. Lagun Aro, CAI, Valencia, Banca Cívica, Bilbao, Manresa... Ésos vuelven a ser ahora los compañeros de viaje del Unicaja. Lejos, muy lejos, quedan ya Madrid, Barcelona y Caja Laboral, el próximo rival malagueño.

Más que a los rivales, y ahí sí coincido con Chus Mateo, hay que mirarse a uno mismo. Sin dirección, sin bases, sin jugadores de referencia, sin Fitch ni Freeland, con Zoric lejos de su nivel, con mala pinta, la verdad. Muchas preguntas se agolpan ahora. ¿Se podrá aguantar con lo que hay? ¿Sigue unido el vestuario con el cuerpo técnico? ¿Le queda fuerza al fondo del discurso de Mateo? ¿Merece la plantilla esos aplausos? ¿Se adoptarán decisiones inmediatas? Y si las hay, ¿cuáles serán? En fin, el límite de la paciencia ya está desbordada. Es ya pura filosofía. Porque, si el Unicaja no le gana ni al Estudiantes, ¿a quién demonios podrá hacerlo?