Tiene el Montepaschi de Siena una especial habilidad para fichar bases americanos resolutivos, con talento ofensivo y todas las cualidades típicas de un «jugón». Algunos de los más determinantes que han pasado por el baloncesto europeo en la última década han vestido la casaca del equipo toscano.

Terrell McIntyre -que después vino a Málaga, aunque ya lastrado por su maltrecho físico- marcó una época a mediados de la década pasada. Luego fue Bo McCalebb el que llegó a Siena desde el Partizán de Belgrado para liderar el juego de ataque del Montepaschi. El pasado verano, Bo hizo las maletas rumbo a Estambul ante la llamada de los dólares del Fenerbahce y la reacción del MPS fue contratar a un semidesconocido Bobby Brown, que siete jornadas después de arrancar la Euroliga ya deslumbra a toda Europa con sus números.

Y es que el menudo base (1.88 de altura) del Montepaschi es una de las grandes estrellas en lo que va de primera fase. Sus números lo demuestran. A sus 28 años, Brown es el mejor anotador de la Turkish Airlines Euroleague (20,14 puntos por partido) y el jugador más valorado de la competición (20). Además, ya ha conseguido ser en dos ocasiones el MVP de la jornada. Su primer premio individual llegó en la jornada 4, cuando con sus 34 puntos y 43 de valoración, fue crucial en la ajustada victoria italiana por 93-90 ante el Elan Chalon, la primera del Montepaschi en esta Euroliga.

A la semana siguiente, volvió a repetir nominación de MVP gracias a sus 27 puntos y 31 de valoración en la contundente victoria contra el Asseco Prokom de Polonia, por 66-101.

Brown es, desde luego, la gran amenaza que tiene el Unicaja esta noche para intentar ganar en el Palaestra y seguir en lo más alto de la tabla. Nacido en Los Angeles, Bobby Brown, como buen californiano, quiso ser actor. Su deseo de pequeño era triunfar en Hollywood, muy cerca de su casa, aunque pronto el baloncesto empezó a ser la otra prioridad de «LB», apodo con el que conocían en su entorno a Little Boby.

Brown es el alma mater de este nuevo Montepaschi de la era «post Pianigiani». Juega más de 31 minutos por partido y es el motor del equipo. Si hay que correr, corre. Si hay que parar, frena. Un perfecto director de orquesta. En definitiva, un auténtico ídolo para la grada del Palaestra, tan acostumbrada a que sus bases americanos sean la envidia del resto del baloncesto europeo.