La caza de brujas está abierta en el Club Baloncesto Málaga. Se buscan culpables, nombres propios que paguen por los errores cometidos que han llevado al club a su actual camino sin retorno. La misma historia del año pasado. Y del anterior, y del anterior... Jasmin Repesa tiene todas las papeletas para pagar ahora por estos platos rotos, como antes lo hicieron otros que le precedieron en el banquillo, pero cuando el croata cierre la maleta rumbo a su país, el problema seguirá anclado en la avenida Gregorio Diego. Y así seguirá mientras no se meta mano al verdadero sinsentido de un modelo de club que está caducado, que no funciona y que parece antidiluviano para este siglo XXI.

Mientras para mover un papel en Los Guindos haya que hacer 15 llamadas, tocar en 10 puertas y dar 60 explicaciones, estamos perdidos. Sobran pasos intermedios, sobran voces «pensantes» y falta agilidad para acometer fichajes, renovaciones, destituciones y demás cuestiones relacionadas con el día a día de un club deportivo de elite en el que la palabra «ayer» ya es sinónimo de tarde.

Está claro que lo que falla es el modelo. Aquí debe mandar una persona. Me da igual que sea el presidente, el director deportivo, un director general o el entrenador. Pero sólo debe mandar uno. Tener plenos poderes para hacer y deshacer y asumir ese rol de mandamás por tres o cuatro años para crear un proyecto de verdad. Y terminado ese plazo -y sólo en ese momento-, llegará la hora de hacer balance. Si el susodicho lo ha hecho bien, renovado y a tirar «pa lante». Y si no, buscar a otra persona que lidere una nueva era. Lo que no se puede es dar bandazos con presuntos proyectos de futuro que en dos meses tienen ya más detractores que aduladores y que no pasan de los 10 ó 12 meses de vida.

¿El consejo de administración? Pues el idioma español es muy sabio y la propia expresión lo dice: «Consejo» de «Administración». O sea, que debe «aconsejar» y «administrar». Decidir, por supuesto, quién es ese líder que llevará las riendas, aprobar el presupuesto con el que trabajará para edificar su proyecto e inmediatamente después echarse a un lado, dejarle trabajar y apoyarle en pleno y sin excusas, pase lo que pase.

Lo que no puede ser es que cada pieza del puzzle vaya por un lado. Que cada uno tenga su camarilla de amigos en la que se apoya y que los unos echen mierda sobre los otros en función de los grupos de poder creados. Todos deben remar en la misma dirección. Desde el primero del organigrama hasta el que lava la ropa en la lavandería del Carpena. Y el que no esté de acuerdo, que se vaya y deje su silla a alguien que quiera unir y no lo otro.

Vayamos a dos ejemplos muy prácticos. En la etapa de Bozidar Maljkovic, el serbio asumió ese rol que ahora creo necesario de mandamás por encima de todos. Y si a mitad de temporada le apeteció fichar a Frederic Weis, pues lo fichó. Y si dos días antes de jugar el play off decidió que Veljko Mrsic no le valía, pues se lo cargó y trajo a Louis Bullock. Su pareja de trabajo con Ángel Fernández Noriega es lo mejor que le ha pasado a este club en muchos años. Entre las cuatro líneas de la cancha, nadie tosía las decisiones de «Boza». Él -sin salirse de los parámetros presupuestarios, mucho menores que los actuales, por cierto- era el que hablaba con los agentes, el que decidía sobre sus jugadores y el jefe absoluto. De la línea de banda hacia fuera, Noriega se encargaba de todo lo que no era estrictamente deportivo. Ángel era el responsable de hacerse oír en la ACB o de hacerse respetar con el colectivo arbitral, por ejemplo. Una dupla magnífica, cuya tercera pata era un Juanma Rodríguez puente entre ambos que se dejaba llevar. Los resultados están ahí: campeón y subcampeón de la extinta Copa Korac, subcampeón de la Liga ACB y el inicio de la «era Euroliga» que todavía hoy disfrutamos.

La otra gran etapa de este club es la de Sergio Scariolo. Igualmente, con un modelo justo el opuesto al actual. Porque el italiano también asumió el rol de mandamás y las cosas fueron perfectas. Él mandaba y los demás obedecían. Su poder de decisión -también dentro del límite presupuestario- primaba sobre el presidente o sobre el director deportivo. Es más, cuando esta fórmula empezó a flaquear, fue entonces cuando la continuidad de Sergio fue inviable. Con él al mando, el Unicaja vivió su época más gloriosa: campeón de Liga, campeón de Copa y presencia en la Final Four de la Euroliga de Atenas 2007. Como en el caso de «Boza», los números dan la razón a mi argumento.

Y es que no es casualidad. Si manda uno, todo es más fácil. Y repito que me da igual a quién se le dan los galones. En Vitoria ese poder es para su presidente, Josean Querejeta. Me parece bien. En el Real Madrid, sin embargo, Florentino Pérez ni pincha ni corta en el básket. Delega en un director de sección, Juan Carlos Sánchez, que equivale a lo que en Málaga sería Manolo Rubia. También me parece bien. Y luego hay otros clubes, que están en la mente de todos, en los que el entrenador es el que hace y deshace. Pues también me parece bien.

Conclusión. Que es un error buscar culpables con nombres y apellidos en este momento. Que la culpa de este fracaso no la tiene Eduardo García. Tampoco es de Manolo Rubia. Y menos, de Jasmin Repesa. Que el problema no se arregla con tirar ahora de la cantera o con que vuelva el morado a la primera equipación del club. Que no. Que el problema es que hay más capataces que obreros. Y eso no tiene ningún sentido. Alguien me puede decir ¿quién manda aquí?... Déjenme que yo conteste a mi propia pregunta: Todos... y ninguno.