Dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española que fracasar es «tener un resultado adverso en un negocio» y que un fracaso es una «caída o ruina de algo, un suceso lastimoso»... Pues sí, querido Joan Plaza, lo del jueves por la noche fue un resultado adverso, una ruina y una lástima. Vamos, un «fracaso» en toda regla y con todas las letras. Y además yo le voy a poner un apellido: «estrepitoso».

Con todo de cara, el Unicaja volvió a fallar. Y no pasa nada por reconocerlo. Es mucho mejor llegar a la rueda de prensa y decir: «Señores, pido perdón. Hemos fracasado», que marear la perdiz buscando eufemismos que no conducen a nada y sólo valen para mosquear al personal, bastante calentito por lo que vio en el partido contra los maños. Además, estamos tan acostumbrados por estas tierras a palos como el de anteayer, que todos lo hubiéramos entendido mejor (aficionados, periodistas y hasta los directivos más enfadados).

Lo que no tiene sentido después de un 74-79 contra el CAI, en un partido de cuartos de final de Copa, en tu propia cancha, en un día de ilusión infinita, es decir que se ha llegado como cabeza de serie o que venimos de no jugarla o que el año pasado fuimos novenos. Bla, bla, bla... Eso ya lo sabemos. Es más, por eso está usted aquí. Si no, seguirían Aíto, o Chus o Repesa. Por eso, tirar del pasado reciente y pretérito para justificar el supuesto «no fracaso» de la eliminación de cuartos no tiene ningún sentido. Es un argumento muy pobre, se cae por su propio peso y es indigno de un entrenador con la más mínima ambición, justo lo que menos falta hace en el banquillo verde.

La argumentación del técnico sobre su rotación de banquillo también es difícil de digerir. No soy entrenador ni juego a serlo. No voy a comparar mis conocimientos de baloncesto con los de Plaza ni con los de ningún entrenador de ninguna categoría. Pero sí me gusta aplicar el sentido común. Y si un jugador está fino, debe jugar. Sobre todo, al final, cuando se decide todo. Por eso, si Kuzminskas está on fire y juega el mejor partido desde que llegó a Málaga, no tiene sentido que en todo el último cuarto no aparezca por el parqué, por mucho que en partidos anteriores haya estado a menos nivel del esperado.

Es más, si Kuzminskas jugara siempre como el jueves, estaría en el Real Madrid, en el CSKA o en la NBA. Lo que parece un sinsentido es dejártelo en un rincón del banquillo, podrido de asco y comiéndose las uñas para decir luego en rueda de prensa que antes le preguntábamos que por qué jugaba tanto y que ahora le preguntamos por qué no jugó más contra el CAI. ¿Qué habría pasado con la pareja Dragic-Kuzminskas en pista esos diez minutos finales?... Ya nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que sin ella, el equipo quedó eliminado ante un rival al que casi dobla en presupuesto, pero que gestionó mejor sus recursos. Y es que a veces todo es mucho más fácil de lo que algunos quieren hacer parecer.

Dicho esto, confío en Joan Plaza. Y lo digo de verdad. Se ha perdido una batalla, muy importante, pero solo una batalla. La guerra sigue y tiene un par de frentes abiertos en los que todavía hay tiempo para hacer cosas. Además, el mejor escribano echa un borrón. Como dice el gran Chiquito de la Calzada: «Una mala tarde la tiene cualquiera». La de Plaza del jueves no fue una mala tarde, fue una noche patética. Para olvidar. Le dio un ´ataque de entrenador´ el peor día posible y a la peor hora. Y como eso ya no tiene solución, solo queda mirar al frente, apretar los dientes y esperar con el cuchillo afilado la visita del Panathinaikos del próximo jueves en una nueva jornada europea.

Y solo un consejo final. Nadie es perfecto. Por muy alta consideración que uno tenga de sí mismo, nadie es perfecto. Todos nos equivocamos. Y lo único bonito de una equivocación es reconocerla. Además, es el camino para no volver a cometerla.