Nadie tiene la fórmula del éxito. Es cuestión de trabajo, de trazar un camino, lo más recto posible, tratar de no desviarte y trabajar, ser constante, ser fuerte. Para gustos están los colores y cada cuál tiene su «librillo», su guía. Para todos los ámbitos de la vida, también en el deporte. Lo bonito es, a veces, el arte de hacer las cosas sencillas, con naturalidad. A pesar de que últimamente se estila lo barroco, lo excesivamente llamativo. Los gustos nos distraen. Nos hace percibir las cosas de forma diferente. Les confieso que a mí siempre me han atraído más las rubias, pero mi mujer es morena. Así que uno, a veces, no puede sentar doctrina. Porque pasa lo que pasa... Viene toda esta disertación por lo visto ayer en Zaragoza entre el Tecnyconta y el Unicaja. Y en el éxito de la sencillez, de las cosas hechas con naturalidad, con orden, con sentido común. Con un porqué, con motivaciones y razonamientos.

Cuando el Unicaja encontró el equilibrio superó al Tecnyconta, en una pista gafe y ante un rival contra el que había perdido nueve de sus últimos once partidos. Pero es que a veces todo es mucho más sencillo de lo que parece. O nos lo venden de otra forma. Y esa nueva moda del «todo vale» nos lleva a equivocarnos. Al final ya se sabe, todo se ve dependiendo del cristal con el que se mire. Los mejores minutos del Unicaja en el Príncipe Felipe coincidieron con la mayor coherencia del equipo, en el banquillo y en la pista.

El balón pasó siempre por la zona. Es decir, por las manos se Musli, como poste repetidor y, en ocasiones, finalizador. Cuando una persona del club me explicó que plan de este curso, sin bases «pensadores» y directores, se me expuso el ejemplo del Baskonia, con bases metedores y jugones. «Ya, pero su base es Bourousis», expuse. Los partidos se ganan por fuera en este baloncesto moderno, pero se generan desde dentro. El Unicaja no ha buscado a sus pívots en todo lo que va de temporadas, salvo en ocasiones muy puntales. O sea, no ha buscado a Dejan Musli. Porque Mbakwe sólo jugó dos partidos amistosos y NDiaye es lo que es.

Musli generó juego, se fabricó canastas, atrajo a la defensa y eso abrió huecos en el perímetro. Es tan viejo como el baloncesto. Eso provocó que Nemanja Nedovic tuviese espacios para penetrar, donde es verdaderamente terrible. Y, cuando le dieron un metro esperando su primer paso de salida, se levantó de tres, con muchísimo acierto ayer. Fogg no necesitó amasar el balón, mimarlo, matar los segundos haciendo el yoyó, porque eso ordena defensas y va contra el principio del ataque «alegre». Esperó en su esquina. Cuando el equipo se atascó sí buscó soluciones. Waczynski hizo de tirador, que es lo que sabe, para lo que ha venido. Suárez y Brooks también abrieron espacios, para cortar o para recibir y pasar o tirar.

La sencillez, el orden y la lógica nos permitió ver al Unicaja más brillante de la temporada. Para dar un zarpazo en un territorio hostil, donde se protesta cada falta, y donde el Tecnyconta acabó con 18 señaladas y el Unicaja, con 25. Y, curiosamente, ese ratito de buen baloncesto, llegó con dos escoltas juntos en pista -Fogg y Nedovic-, y el tirador más fiable que tiene ahora el equipo, Waczynski. Pero si todos tienen la premisa de tratar de jugar por dentro como primera opción todo resulta más fácil. El serbio se comió a sus pares, con una exhibición en el tercer cuarto. Cuando el Tecnyconta cerró su defensa sobre él, tras la remontada del Unicaja (de 38-33 a 47-50), aparecieron los exteriores, con la penetraciones que tanto añoramos de Nedovic y las «bombas» del polaco.

A partir de ahí todo fue coser y cantar para el Unicaja, con un arreón del conjunto de Andreu Casadevall, un rival mucho más limitado, pero con las ideas claras y buenos soldados. Trató de agarrarse, con uñas, dientes y Jelovac, el antiguo CAI al envite, y se acercó 62-68, tras una máxima cajista anterior de 57-68. Pero ahí Fogg sacó petróleo. Hasta que los árbitros le pillen la matrícula, el americano tiene carta libre. Al sacar la muñeca y sentir el aliento del rival, saca de su cilindro las piernas, buscando el contacto. Picó Bellas. Que además se ganó la técnica. Esos cuatro tiros libres confirmaron que el partido se venía a Málaga. Con todo a favor, Nedovic puso la máxima del partido: 67-82. El Unicaja se dejó ir y encajó un 10-0 para dejar el 77-82.

Fue un partido para tomar notas y sacar conclusiones. Debutó Alen Omic, que no demostró nada, pero dejó entrever que aportará mucho. Por lo pronto, «obligó» a Musli a ponerse las pilas, que no es poco. El serbio, además de demostrar su talento en ataque, defendió el pick and roll frontal como nunca lo ha hecho en todo lo que lleva en Málaga. Antes miraba al banquillo y no veía competencia. Ahora ve a un tío de 2,16 metros, con ganas de comerse el mundo a los 24 años y con mejora y confianza del cuerpo técnico.

En la primera parte, Omic se sintió raro. Como el nuevo que llega a la clase y levanta las miradas de todos. Y el equipo, también. Se vio forzado a buscarle, en los bloqueo y continuación. Sintieron sus compañeros, especialmente su cicerone Nedovic, la necesidad de surtirle de bolas. Y ninguna acción salió bien. Es cuestión de trabajo, tiempo y encontrar los mecanismos adecuados. Omic va a aportar, seguro. Más allá de sus problemas en el tiro libre, por todos conocidos. Su debut se mide más en sensaciones que en números (-1 de valoración). El que se quede sólo en las cifras es que desconoce el juego, es que no tiene ni idea de qué va esto. Y más en un debut, y con Musli al nivel que exhibió en todo el choque.

Rompió la mala racha el Unicaja contra un rival que le ha tomado la medida desde 2012, con nueve derrotas en once partidos. O sea, al nivel de un enfrentamiento con Barça o Madrid. Ganar en Zaragoza es especial. Y en una jornada redonda, con derrotas de Valencia y Herbalife Gran Canaria. Un chute de optimismo para afrontar ahora con la misma sencillez y naturalidad el examen de Valencia. Allí hay que dar imagen y demostrar que el Unicaja está preparado para este tipo de batallas. ¡Hay que subir este escalón, demonios! Para espantar fantasmas.