Hoy me quiero adentrar en la historia oscura del baloncesto español, representada por cuatro ilustres fugitivos. Los protagonistas de esta memoria son jugadores americanos que llegaron con pedigrí NBA a las canchas españolas pero, por diferentes motivos, pusieron «pies en polvorosa» antes de lo deseado. Y todos tienen algo en común con Málaga. En la temporada 1995-96, Jerrod Mustaf fichó por el Festina Andorra. Mustaf era un ala-pívot de 2,08 que había jugado en los Knicks y Phoenix antes iniciar su aventura europea en Grecia. Su incorporación al equipo del Principado suponía un plus para un proyecto que quería alcanzar el premio de disputar competiciones europeas. Pero las buenas sensaciones iniciales (jugó su mejor partido en Ciudad Jardín con 23 puntos y 10 rebotes pese a cosechar una derrota) se esfumaron ipso facto en el momento que emprendió un viaje sin autorización a su país natal. Mustaf, defensor de los derechos sociales de la población negra, tenía decidido participar en la «Marcha del Millón de Hombres» convocada por el líder afroamericano Louis Farrakhan en Washington. Su agente (el malagueño Jacinto Castillo) poco pudo hacer para convencer al club pirenaico y prolongar su estancia en Andorra. Su aventura española prosiguió al año siguiente cuando el Barça de Aíto lo reclutó para el club culé.

También en casa tenemos nuestros propios fugados. El primero y más mediático se produjo en el ya lejano 1987. Un fichaje de postín (campeón de la NBA con los Sixers del Dr. J.) era la esperanza para un Caja de Ronda que quería regresar a la ACB. El zurdo Mark McNamara, pívot de 2,13 que dominaba las zonas en la durísima 1ª B, desapareció una noche de marzo sin dejar más rastro que una carta a un periódico local en la que alegaba una serie de malentendidos con el club y problemas de salud. No se puede decir que McNamara fuera precisamente un tipo con «estrella»: no protagonizó el glorioso ascenso malagueño, como tampoco George Lucas lo incluyó en el reparto definitivo de la saga de la «Guerra de las Galaxias» tras rodar varias escenas como sustituto del actor que daba vida a Chewbacca.

Nuestro segundo evadido lo fue, además, por partida doble. Prototipo de jugador talentoso a la vez que caprichoso. Victor Alexander llegó a Málaga como una apuesta ganadora para el juego interior. Con la vitola de integrante del mejor quinteto de la Euroliga en la temporada 2002-03, la fuerte inversión del club cajista se convirtió en un dispendio injustificado. El que estaba llamado a ser el pívot estrella únicamente disputó 8 partidos con la camiseta verde y un rendimiento bastante mediocre. Alexander, quien ya había dejado en la estacada años atrás al Baskonia mientras se disputaba la semifinal de la ACB, cogió su maleta y abandonó sorpresivamente la Costa del Sol. Todas sus buenas palabras de su presentación sobre Unicaja se esfumaron cuando el CSKA lanzó una ofensiva para recuperarlo por un buen puñado de rublos.

El último escapado del cuarteto es Rony Seikaly. Pívot de origen libanés y amigo de Bertín Osborne, atesoraba una amplia y exitosa carrera en la NBA y en el verano del 2000 se convertía en el jugador mejor pagado de la liga ACB. En los escasos meses que pasó en Can Barça no asimiló el reparto de roles que Aíto disponía en el conjunto catalán. Tras un partido de Euroliga, la estrella no soportó más el ninguneo del entrenador y puso rumbo a EEUU donde comenzó una exitosa carrera en los negocios y en la música. Su marcha, tras disputar tan solo tres partidos de liga, permitió a Aíto cambiar la planificación del equipo y reconstruyó el juego interior sobre los hombros de un imberbe Pau Gasol.

Con perspectiva histórica, podemos aseverar que la fuga de Seikaly supone una de las mejores noticias para el baloncesto hispano. La figura de Pau Gasol creció de forma imparable hasta alcanzar su cénit en la Copa del Rey de Málaga de 2001, competición que dominó a su antojo, recogiendo el trofeo de mejor jugador tras una exhibición sublime.

@OrientaGaona