Ray McCallum entró en el último cuarto sin puntos tras 17 minutos, con 0/5 en tiros de dos y 0/3 en triples, con -4 de valoración. Ray McCallum era una sombra, un espectro. Había fallado triples, bandejas y se había apuntado hasta un par de airballs. Todo lo que vaya a ser esta temporada el Unicaja va a depender de él, del pequeño base. Lo bueno y lo malo vendrá de su regularidad. El Unicaja lo necesita si quiere ser alguien en esta Euroliga. Si quiere llegar lejos en ACB. Y McCallum, el mismo fantasma que había deambulado hasta ahora, mutó en un ser diferencial. Su transformación, con 50-57 perdiendo, sirvió para que el Unicaja le diera la vuelta al partido. Y, lo más importante, para que se lo creyera de una puñetera vez.

Porque hasta entonces, el equipo malagueño estaba como en un mundo paralelo. Pleno de lucha, de garra, de fe. Pero siempre uno o dos pasos por detrás del Fenerbahce. Y, cuando a los amarillos no les bastaba con su inmenso arsenal, siempre recibían alguna ayuda de los tres árbitros. Una falta, un saque de banda al revés, una técnica... Cosas de los grandes. La cosa es que, entre unos y otros, al Unicaja le faltaba un pelín. Detalles. Y creérselo. Sobre todo, creérselo.

Y fue McCallum el que, cosas del baloncesto, le dio ese empujón de fe. Una canasta, otra y la tercera consecutiva. El Unicaja se agarraba al partido. Con uñas y dientes. Con un Martín Carpena que recuperó también la autoestima y el calor. Un rebote ofensivo de James Augustine (vaya exhibición del americano en ese trabajo que no se ve) puso al Unicaja por delante: 58-57. Y el pívot, de semigancho, puso en órbita al Unicaja: 60-57, a 7:12.

Zeljko Obradovic paró el partido. Viejo zorro el serbio. Pero su Fenerbahce había perdido la noción del tiempo. El Unicaja había arrancado de cuajo ese cordón umbilical invisible que mantenía a los turcos con una sensación inquebrantable de poderío. Waczynski sumó una bandeja, Augustine siguió arañando en la zona y Milosavjlevic pescó otro balón en la zona otomana: 68-60, a 2:18. El parcial era bestial, brutal, tan impensable como esa metamorfosis de McCallum. 18-3 para los verdes. ¡Qué defensa! Si el americano había sido capaz de resucitar, el Unicaja también podía derrumbar al campeón de Europa.

No iba a ser fácil. Sucedió que el Unicaja se acongojó. Y que el Fenerbahce, que ya lo tenía todo perdido, se tiró al río. Sloukas puso el 68-67 a 33,7 segundos. Quien más y quien menos había acabado con las reservas de uñas. Nedovic intentó un triple imposible. El balón no entró y en la maraña de manos los árbitros pitaron «peligro». Lucha en este caso. Y bola para los de Estambul. Faltaban 9,6 segundos. Al Unicaja le quedaba una falta. Y la hizo Nedovic. A estas alturas, Joan Plaza ya había mandado a descansar a McCallum y había devuelto a pista a Sasu Salin para apoyar en defensa. Con seis segundos, el héroe no fue Sloukas. El ganador fue Alberto Díaz. El MVP de la final de la Eurocup se creció en defensa. El base griego intentó el uno contra uno, pero Alberto es mucho Alberto. Se pegó como una lapa. Y la moneda salió cara. El tiro se fue al limbo. El Unicaja alzó los brazos en ganador. El campeón de la Eurocup había saltado por encima del campeón de la Euroliga. Un 68-67 para la historia. Para escribir otra página más de libro del baloncesto malagueño. Un triunfo para soñar. Para alimentar ese sueño. Para pensar que este Unicaja va muy en serio.