La verdad es que, pese a todo, su vida era realmente aburrida. Recién casado, había aterrizado en Málaga con su esposa para celebrar su luna de miel en la ciudad costera. Kevin Jendler, el famoso contador de historias, no celebraba la popularidad que le brindaba el éxito de sus libretos en los teatros más reconocidos de la Gran Gran Manzana, la realidad es que estaba cansado. La vida moderna y tanto bienestar le había hecho perder la ilusión. Estaba cansado de tomar sus píldoras R-47 de faisán trufado para cenar. O de utilizar el transbordador UB-40 cada vez que quería tomar unas dosis de metileno fúrico. En realidad, tenía sed de aventuras, de riesgos,emociones fuertes e incluso, de pasarlo un poco mal de vez en cuando. Pero todo le había ido muy bien hasta ahora. Demasiado bien. Quizá pasar una temporada en la cuna de teatro ultramoderno y contemporaneísimo le brindara migajas de inspiración para su próxima obra.

La medianoche del miércoles, harto de esperar a su mujer acicalándose en el baño para cenar en el Chinita´s Coffee, decidió darse un paseo a solas hasta la Nueva Plaza de la Merced. La plaza fue reconstruida por Antonio V de Málaga y VII de Alemania, y se asemejaba ligeramente a lo que antaño fuera el casco antiguo y epicentro turístico de la ciudad. Se sentó en un banco; a su lado descansaba una estatua realmente deteriorada por el paso del tiempo, de rostro irreconocible. En la inscripción de la placa se podía leer: «Picasso is not the only one».

Un chico joven que llevaba una mochila sobre sus hombros se le acercó y le hizo un ademán para que lo siguiera. De manera hipnótica y sin dudarlo, caminó con él sin mediar palabra hasta que le condujo a un apartamento en el que un pequeño auditorio celebraba una sesión de teatro íntimo. Al finalizar, comenzó una tertulia sobre lo que habían visto. Él no medió palabra, su atención se dirigía a los comentarios que allí se disparaban. Un chico sentado a su lado le dijo que ya llevaban un tiempo aprovechando esa casa para hacer obras de teatro. Aquello estaba vivo, pensó.

Cada noche al caer las doce, se escapaba un ratito de su condición matrimonial para disfrutar de esa efervescencia malagueña. Ahora ya se había dado cuenta de lo ocurrido, había retrocedido más de 100 años al pasado, su alrededor se transformaba en una estampa de archivo adjunto de email antiguo. Aquella casa pertenecía a una pareja de artistas y muchos creadores se reunían para charlar y jugar. Esas sesiones desbordaban creatividad por los cuatro costados, todo el arte se mezclaba entre sí, como en los tiempos antiguos. Poco a poco fue descubriendo muchos más espacios de exposición dramática. Prácticamente todos ellos habían sido fundados por gente muy joven, con mucha ilusión, pasión por el teatro y poco dinero. Algunos aprovechaban espacios en principio dedicados a otras cuestiones para rendirles culto a Dionisio: «Nuestra última conquista han sido los museos, nos han llamado para realizar pequeñas piezas basadas en muestras pictóricas», le dijo uno de los cómicos con los que trabó amistad. Otro de ellos le explicó: «Málaga es nuestro hogar y nuestra base de reconstrucción. Muchos de nuestros amigos se han ido en busca de una mejor vida fuera, pero nosotros hemos decidido quedarnos y cambiarlo TODO». Jendler sabía que iban a cambiarlo todo. Estaba seguro de ello, ya conocía el final de la historia.

Entretanto, su mujer lamentaba y notaba su ausencia. Los padres de esta nunca habían visto con ojos buenos ese matrimonio. Ella empezaba a sospechar. Y no era para menos, cada noche Kevin reptaba entre bambalinas para poder encontrarse con una guapa actriz. Se había enamorado de ella como quien se enamora del retrato de una imagen antigua.

En pocos días ya estaba preparando una obra con la colaboración de artistas multidisciplinares malagueños de principios de siglo. Se acababa de cumplir su sueño. Estaba junto a aquellos a los que admiraba desde pequeño haciendo lo que más le gustaba. Estaba haciendo historia.

Fatídicamente, y contra todo pronóstico, en uno de estos viajes al pasado, Kevin Jendler cambió el equilibrio espacio-temporal al matar un embrión de una rara especie de mosca malagueña portadora de una infección que en un futuro iba a matar a gran parte de la población mundial, creando una paradoja que le sumió en una dimensión temporal alternativa. Ahora tenía toda una eternidad de espacio en blanco para él sólo. Justo cuando su obra cumbre se acercaba. La vida le enseñó que no está bien jugar con las brechas en el tiempo. Aquello era gracioso, quizá podría escribir una obra de teatro con ese material, pensaba. ¡Pero qué mala suerte la de Kevin!