Como es de sobra conocido, tanto Málaga como diversos puntos de nuestra provincia, es lugar elegido para el rodaje de películas, tanto españolas como extranjeras. No voy a relacionarlas todas porque existen publicaciones en las que se detallan aspectos de esos rodajes. Juan Antonio Vigar y Francisco Griñán, por ejemplo, publicaron en 2004, editado por el Festival de Málaga de Cine Español, el libro Málaga Cinema, en el que se recogen prácticamente todas las películas rodadas en nuestra provincia con amplia información sobre cada una de ellas. Con anterioridad, Mamerto López-Tapia, dentro del libro Historia de la Costa del Sol, en el capítulo La Costa del Sol: un gran plató de cine, hizo un exhaustivo trabajo sobre el mismo tema: Málaga y el cine.

En este reportaje pretendo contar cosas que yo viví en primera persona; nadie me contó nada de lo que voy a evocar. Fui testigo, en algunos casos; en otros, cuando ya ejercía la profesión periodística y hacía información para Radio Nacional, al andar entrevistando a directores y actores presencié escenas curiosas y hasta divertidas como pretendo recordar.

Los últimos de Filipinas

Si no yerro, la primera película que descubrió los Jardines de La Concepción y de La Aurora (hoy Jardines de Picasso) para el cine fue Los últimos de Filipinas en 1945, dirigida por Antonio Román. Yo entonces tenía dieciocho años y para ver cómo se hacía una película me acerqué a La Aurora, donde había varias industrias -bodegas, talleres de carpintería, almacenes, envasadoras de aceite...- con intención de ser admitido como extra o figurante en la película. El encargado de seleccionar a este personal (hoy son los responsables del casting), nada más verme me dijo que no servía porque «no tenía cara de filipino», una aseveración que no puse en duda. Pese a este rechazo anduve por La Aurora y después por La Concepción observando cómo se rodaba la película.

Lo que nunca trascendió de esta película fue, si no me equivoco, el debut de un actor que después se convirtió en uno de los más populares del cine español: Tony Leblanc. Su incorporación al reparto de Los últimos de Filipinas fue fortuita. El papel de cartero lo desempeñaba el actor Emilio García Ruiz, que en pleno rodaje enfermó. Para sustituirlo se buscó una cara parecida porque resultaba muy costoso rodar de nuevo las escenas en las que había participado. Entonces se buscó a un sustituto que se le pareciera, y ese fue Tony Leblanc que estaba en sus inicios en el teatro.

En la ficha técnico-artística de la película aparecían dos carteros, Emilio García Ruiz y Tony Leblanc, pero se trataba de un solo personaje.

En los seriales de televisión es muy frecuente que se produzcan casos similares.

Tabú

Al rodaje de Tabú (1965) sí asistí como periodista. Gran parte de la película se rodó en La Concepción. El director era Javier Setó, un realizador que hizo muchas películas, sin que ninguna de ellas llegara a destacar en el panorama del cine español. Tabú, que también se exhibió con el título Fugitivos de las islas del Sur, era una coproducción hispano-italiana y la acción discurría en una isla de los mares del Sur. Los Jardines de La Concepción eran, y son, idóneas para reproducir lugares exóticos.

De mi presencia en el rodaje no tengo buen recuerdo porque el director no accedió a que lo entrevistara; me tuve que conformar con Francisco Morán, uno de los protagonistas. Setó tenía, con perdón, un cabreo de mil demonios porque las primeras escenas rodadas y enviadas a los laboratorios de Madrid para su revelado no salieron a su gusto porque las imágenes eran muy oscuras y había que repetirlas. La culpa no sé si fue del operador-jefe, del material utilizado o cualquier otra causa. El caso es que el malhumor lo pagó conmigo... y más cuando relaté en el informativo de Radio Nacional de aquella noche lo sucedido.

Ronda Española

De Ronda Española, película dirigida por Ladislao Vajda en 1951, sí tengo mejores recuerdos, porque el director afincado en España tras rodar películas en media Europa era la amabilidad y la sencillez personificada. Además, aunque no parezca creíble, un húngaro rodó las películas españolas que mejor han reflejado la España real; llevan su firma Marcelino, pan y vino, Mi tío Jacinto, Tarde de toros y, sobre todas, Carne de horca, película que rodó en Ronda y en la que se desmontaba el mito del bandido generoso, una falsa estampa del bandolerismo español, porque por un bandido generoso que existiera la mayoría era eso, carne de horca.

Pero volvamos a Ronda Española. El rodaje de gran parte de la película se llevó a cabo a bordo del buque Monte Albertia, que de acuerdo con el guión, recorría varios puertos de América del Sur llevando a bordo a los Coros y Danzas de la Sección Femenina que difundían la imagen de la nueva España por los países de habla española. El puerto de Málaga, donde estuvo atracado varios días el citado buque, simulaba, creo recordar, un puerto de Perú.

Dejando al margen todas las consideraciones que hoy puede suscitar aquella propaganda, recuerdo lo sucedido con el páter o capellán que figuraba en el barco para la atención religiosa de los jóvenes que llevaban el folklore español por el mundo. Como era costumbre entonces, a los sacerdotes, en señal de respeto, se les besaba la mano. Pues bien, el actor que asumía el papel y que por exigencias del mismo vestía permanentemente con sotana tenía una y otra vez que convencer a los que subían al barco que no era cura, que simplemente era un actor. Me contó regocijado que ya se había acostumbrado que hombres y mujeres, al verlo, le besaran la mano derecha. Casi me siento cura, me contó.

El perfume del misterio

La película rodada en Málaga que más repercusión tuvo fue El perfume del misterio en 1959. Se trataba de la primera y quizás única película que incorporaba el último grito en el mundo del cine: al sonido, color, pantalla panorámica..., se unía el olor, o sea, que durante la proyección en los locales, además de los diálogos, los motores de los coches, aviones, sirenas de ambulancias..., se sumaba el olor de cada escena. El aroma de las flores, el salitre del mar..., y el perfume utilizado para localizar al culpable de un suceso.

En Málaga se dieron cita el productor Michael Todd, el director Jack Cardiff, los actores Delhom Elliot, Peter Lorre... y una larga lista del equipo de técnicos entre ayudantes de cámara, de dirección, de producción, maquilladores, decoradores... Según se calculó entonces el rodaje dejó en Málaga más de quinientos millones de pesetas.

Se publicaron en la prensa malacitana muchas noticias, entrevistas y reportajes relacionados con la novedosa película. En las hemerotecas seguramente será fácil recuperar esas informaciones y fotografías; de fotografías conservo algunas originales con Peter Lorre, con Michael Todd, acto de despedida organizado por la productora en el Hotel Miramar... y algo que apenas trascendió o no se publicó, dos anécdotas que hoy relato.

Para una secuencia en la que un individuo huía corriendo a pie de una persecución se contrató a un extra o figurante. Los planos en los que intervenía el figurante eran muy sencillos: correr por la calle San Juan hasta la esquina de calle Cintería, donde, al llegar, antes de proseguir la huida, miraba hacia atrás para cerciorarse de que había despistado a los perseguidores o seguir corriendo. Por este trabajo le iban a pagar quinientas pesetas. Entre los aspirantes, el encargado del casting eligió al que reunía las condiciones exigidas. Tras varios ensayos (la carrera por calle San Juan hasta llegar a la esquina de Cintería y volver la vista atrás), el director dio el visto bueno. Y a rodar.

El improvisado actor respondió a las exigencias del director y, al llegar a la esquina de Cintería, se detuvo como estaba marcado en el guión para comprobar el éxito de la huida. Entonces, en la citada calle, salió un individuo que le dio un bofetón que le hizo caer al suelo.

Lo del bofetón estaba en el guión; pero le individuo contratado lo desconocía. La escena salió perfecta... y el que cobró las quinientas pesetas se enteró entonces que en los emolumentos además de la carrera tenía que recibir un inesperado tortazo.

Prohibido...

La segunda historia no formaba parte del guión; era la broma que gastó un malagueño cuando se iban a rodar unas escenas, no recuerdo en qué calle de la ciudad. No sé si fue en la misma San Juan o en otra de los alrededores.

Los curiosos que siempre se congregan cuando se produce cualquier acto se dieron cita en el lugar de rodaje para ver cómo se hacía la película. Lo de la película con olor u olorosa había aumentado la expectación.

Después de los largos y cansinos preparativos del escenario con la colocación de luces, instalación de la cámara, vigilancia para que nadie ajeno al rodaje lo interrumpiera sin querer el desarrollo, retoque del maquillaje de los actores y el largo etcétera inherente a lo que es la filmación de una película, el director pronunció, en inglés claro, las tres palabras clave para el inicio: ¡Motor, cámara, acción!.

En ese mismo instante, uno de los curiosos que asistía al rodaje desplegó una pancarta que decía: Prohibido peerse.

Y un último detalle: en la calle Granada se preparó un mercadillo con los objetos típicos habituales: postales, botijos, panderetas... El actor Peter Lorre intervino en la escena, y como un consumado prestímano hizo un acordeón con las postales como si se tratara de naipes. En el momento de hacer el juego la cámara encuadró solo las manos..., que no eran las suyas, sino del locutor de Radio Nacional de España en Málaga Antonio Barceló, que a su actividad radiofónica unía la de afición a los juegos de manos. Casi curioso: un locutor dobló a un actor, pero no con la voz, sino con las manos.

James Bond sobre el cielo de Málaga

En una de las películas de James Bond, concretamente en Solo se vive dos veces, filmada en 1966, cuando el héroe, el agente 007 lo encarnaba Sean Connery, parte de la acción se desarrollaba en Japón. En una de las secuencias un helicóptero era tiroteado desde tierra para abatirlo. Pero la productora se enfrentó a un problema insoluble: las autoridades japonesas tienen prohibido usar armas de fuego, aunque fueran de fogueo, en el espacio aéreo del país. ¿Solución? Rodar la escena en otro lugar... y el lugar elegido fue España, Málaga y Alhaurín de la Torre, en cuyo cielo se filmaron las escenas. Los espacios verdes no correspondían a Japón sino a nuestro Alhaurín el Chico o Alhaurinejo, como lo conocíamos familiarmente para distinguirlo de Alhaurín el Grande.