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Música

"Soy un enamorado de la música y me gusta compartirlo con mi público"

Entrevista al violinista libanés Ara Malikian, que actuará este viernes en la plaza de toros de La Malagueta

"Soy un enamorado de la música y me gusta compartirlo con mi público"

Cree que «ayudar es un deber» y que ha llegado el momento de «hablar menos y hacer más». Él lo hace. Ara Malikian destina un euro de cada una de las entradas que vende de sus conciertos a Acción Contra el Hambre. El violinista sabe lo que es sufrir. Con 14 años y huyendo de la guerra del Líbano llegó a Alemania solo. Su música la siguen ahora millones de personas.

Es un violinista podríamos decir especial. ¿Dónde encaja? ¿dónde lo podríamos clasificar?

Es difícil y hacerlo yo mismo me resulta imposible. Digamos que soy un violinista que disfruta muchísimo de su trabajo.

Un violinista que ha sabido cómo llegar a todos los públicos.

A priori parece complicado pero en el fondo no es tan difícil porque la música es bella y la belleza gusta a todos los públicos. Soy un enamorado de la música y eso es lo que intento compartir con el público. Parece que los instrumentistas no pueden llegar a las masas pero yo estoy convencido, y trato de demostrarlo, de que sí se puede. Aunque parezca un tópico, la música es universal.

¿Qué siente al posar el violín en su hombro?

Siento alegría y felicidad porque me encanta tocarlo y hacer música con él. También, por qué no reconocerlo, depende de dónde estoy y la responsabilidad que tengo en ese momento. No es lo mismo tocar el violín en casa, donde hago de él un uso más académico ya que hago mis deberes para mantener la forma y aprender, que hacerlo ante el público porque ante él saco sonidos y trato de hacer música para ofrecerla.

Provoca una fascinación muy grande porque sus espectáculos son mágicos, ¿lo siente en el escenario?

Cuando siento la entrega del público me inspiro aún más y eso es muy importante. Ver y sentir que el público está entregado es muy bonito y eso me obliga a dar lo mejor de mi. En los espectáculos nos alimentamos mutuamente y eso es algo muy bello.

¿En qué radica su éxito?

No lo sé. El éxito no tiene secretos porque si no, todos tratarían de descubrirlo. Creo que es algo que pasa y a veces ni se sabe por qué. Solo sé que me encanta lo que hago y que quiero hacer mi trabajo a mi manera. Cuando uno es sincero y auténtico, creo que tiene más posibilidades de que le salgan bien las cosas.

¿Y a qué sabe el éxito?

Es que tener éxito no es mi objetivo. Si uno solo busca el éxito no está en el buen camino. Lo importante es estar convencido de lo que se está haciendo y que esto te inspire y te diga algo. A partir de ahí, si el público responde y le gusta, pues aciertas. No pienso ni en el éxito ni en la fama, creo que eso para un artista no es muy sano.

Usted le ha dado un giro al concepto clásico del violín y lo ha acercado a un público más genérico. ¿Fue buscado o encontrado?

Un poco de las dos cosas. Todo en la vida tiene un por qué. Durante muchos años he vivido en el mundillo de la música clásica y nunca me sentí muy a gusto porque no encajaba y no era muy feliz. No entendía por qué con el rock o el pop se llega a las masas y con la música clásica no y tampoco por qué el público de lo clásico es más reducido y elitista. Esta situación me generaba frustración. No creo que la música clásica sea peor que otra música y defiendo que puede llegar a conmover y mover a las masas. Sabia que antes o después esto podía funcionar y se está demostrado que es posible.

Sí pero, modestamente, creo que son los músicos lo que han convertido la música clásica en clasista.

Totalmente. Este mundillo, por no sé qué, se ha encerrado en sí mismo y de ahí no sale. Creo que los músicos clásicos tenemos gran parte de culpa porque desde el momento que subimos al escenario tenemos una actitud estirada, arrogante y distante y eso nos hace daño para acercarnos al público. Esta actitud, por nuestro bien, debería cambiar.

Usted les está enseñando el camino.

La música clásica debe ser popular y cada vez son más los músicos clásicos que quieren tocar para todos los públicos. Yo solo soy un enamorado de lo que hago y me gusta compartirlo

¿El oído de un niño es tan fino como el de un adulto?

Mucho más fino. Hace veinte años que empecé a hacer conciertos para niños y con ellos he aprendido mucho. Los niños son una parte muy importante de mi actividad y regularmente hago recitales para ellos.

Mire hacia atrás. ¿Recuerda su primer violín?

Claro. Durante un tiempo lo tuve perdido, pero lo recuperé entre las cosas de mi padre [ha fallecido]. Ahora lo tengo bien guardado. Está viejito y en mala condición. Es chiquitito. De pequeñito jugaba mucho con ese violín.

¿Humaniza a sus violines? ¿Les pone nombres?

No, tengo muchos compañeros que lo hacen pero yo no. Intento cuidarlos todo lo que puedo pero ni les pongo nombres, ni me acuesto, ni hablo con ellos.

¿Cuántos tiene?

Muchos porque mi padre tenía muchísimos y yo también he adquirido algunos.

En el escenario es un saltimbanqui, ¿cómo es fuera?

Diferente, tanto que no te lo puedes ni imaginar. En el escenario soy muy enérgico y me entrego por completo pero, en realidad, soy bastante tranquilo y tímido.

¿Y qué propicia el cambio? ¿de dónde saca tanta energía y vitalidad?

De la música y del público.

¿Se ha asentado definitivamente en España?

Soy de los que vive el día a día. Nunca se sabe dónde puedo estar. He sido nómada y lo seré. En los últimos quince años he viajado muchísimo con mi familia pero ahora en Madrid, junto a ellos, estoy muy a gusto.

Usted ha convertido a las cuatro cuerdas en un instrumento de concienciación social.

Lo considero un deber y debería ser obligatorio. Como artista nosotros tenemos vias para llegar a más gente. Podemos explicar cosas humanitarias y que nuestro mensaje tenga más eco, también ayudar a los que más lo necesitan.

Destina parte de los beneficios de sus conciertos a echar una mano a los refugiados sirios. ¿Por qué Europa no acaba de concienciarse del drama que allí se vive?

Esa pregunta me la hago yo. No sé porque somos tan poco humanos y porque Europa tiene esa postura tan poco humana de dejar colgados a tantos millones de personas cuando hace setenta años fue Europa la que lo necesitaba y la que recibió ayuda. Los refugiados son personas normales que, de un día a otro, lo han perdido todo porque están amenazados. En esta sociedad hablamos mucho pero hacemos poco. Parece que llevamos una venda en los ojos. Vemos las imágenes y tenemos compasión pero luego no se hace nada. Hacer cosas particulares cuesta muy poco pero también se necesita de ayudas políticas. El momento es muy complicado.

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