Hubo ayer, en realidad, 22, no 21, premiados en la entrega de las Medallas de Oro al Mérito en Bellas Artes. Porque a la nómina se sumó Málaga, la ciudad que acogió la ceremonia y que fue la más piropeada y halagada por las autoridades y los artistas congregados en el Centre Pompidou. Los que me conocen saben que no soy afín a los chovinismos pero, qué quieren que les diga, en un momento del acto, al ver cómo ayer creadores de la altura de Helena Pimenta, Tomatito o Julia Uceda, entre muchos otros, subían a recoger sus distinciones en una sala habitada por cuadros de Miró o Roberto Matta sentí un orgullo especial, extraño quizás para alguien como yo más acostumbrado a la crítica severa de lo que le rodea. Y pensé: «Esta ciudad se mueve hacia adelante, sin ninguna duda».

Aunque en esto de perorar sobre la cultura se suele caer en el buenismo, en el discurso más iluso que ilusionado, me gustó mucho una de las frases que pronunció ayer el ministro Íñigo Méndez de Vigo: «La cultura, esa cultura que parece estar en segundo plano, emerge una y otra vez para fortalecernos y aglutinarnos». Y para inspirarnos a ser mejores. A través de la cultura Málaga está comprando su propio futuro: nuestros niños de hoy, por ejemplo, habrán crecido con los grandes genios de la pintura cerca, podrán decir que aquí, una mañana de febrero, se reunió un puñado de talentos privilegiados (a título personal: qué lástima la ausencia de Martha Argerich). Son oportunidades que, con el tiempo, se transformarán en herramientas y, al final, quiero creer que servirán para que entre todos ellos, nuestros descendientes, diseñen una ciudad más consciente de la importancia de la expresión artística, el pensamiento y las infinitas manifestaciones que nos mejoran como personas y, a la postre, como sociedad. Será la ciudad que, hace años, algunos, quizás por la estrechez de miras y por un justificable derrotismo, ni nos atrevimos a soñar.

¿Y saben lo mejor de todo? Que lo de ayer hoy ya es historia, una página pasada. Que este mismo viernes el Museo Ruso, sí, donde antes había una fábrica de tabaco, va a renovar sus temporales con una ración de piezas maestras que muchos desconocemos y que ensancharán nuestra visión del arte y, por tanto, del mundo, gracias a Radiante porvenir. El arte del realismo socialista, La mirada viajera. Artistas rusos alrededor del mundo y una retrospectiva de Mikhail Schwartzman. Pero es que, además, la siguiente semana el Museo Picasso Málaga estrenará Y Fellini soñó con Picasso, una más que apetecible exposición de indagación en busca de los vínculos entre el maestro de Rimini y el de la plaza de la Merced. Cosas así en el plazo de dos semanas.

Discúlpenme si me he venido un poco demasiado arriba. Pero ese momento de alivio, de cierto respiro que viví ayer en el Pompidou me resulta importante. ¿Un instante de debilidad? Puede ser. Y seguramente si releo estas líneas dentro de un tiempo me avergonzaré por la ingenuidad desde la que están escritas. Pero hoy saco dos conclusiones: una, la satisfacción y el orgullo que me permití sentir como malagueño me sentaron como el mejor tónico reconstituyente; y dos, que mañana, o, qué narices, hoy mismo, volveré a emprenderla a zurriagazos y observaciones más o menos contundentes sobre mi ciudad y sus ciudadanos. Ahora más que nunca, porque tenemos una Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes, aunque sea oficiosa, y hay que estar a la altura de nosotros mismos.