Concierto Cuarteto Mainake y Paula Coronas, piano.Sala María Cristina

Programa: Cuarteto nº 12 en Fa mayor op. 96 de A. Dvorák; Concierto para piano y cuerdas en Re mayor, BWV 1054 de J. S. Bach y Rapsodia Sinfónica op. 66 para piano solista y cuerdas, de J. Turina

Si el pasado día quince la OFM concluía su periplo musical con la inmensa Tercera de Mahler, la Sociedad Filarmónica de Málaga hacía lo propio este pasado jueves de la mano del Cuarteto Mainake (Nicolae Faureanu, violín; Daniela Basno, violín; Elena Cheburova, viola y Michile Strujik van Bergen, violonchelo) y el piano de Paula Coronas. Concierto cuanto menos interesante en lo programático y algo escaso en lo estrictamente artístico. Lo festivo no debiera restar interpretación haya o no pelucas de por medio y Bach como destino. Continuas interrupciones entre movimientos, abanicos, toses y rezagados inoportunos obrarían el resto.

La propuesta de Mainake y Coronas incidía en los lazos bidireccionales entre Europa y América bajo la atenta mirada de la forma -encarnada por el maestro Kantor- y cómo influiría en músicos tan distantes estéticamente como Dvorák y Turina. Así lo dejarían entrever los profesores del conjunto malagueño y en la segunda parte del concierto de clausura, el piano de Paula Coronas especialmente en la Rapsodia de Turina.

Como director del recién fundado Conservatorio Nacional de Nueva York A. Dvorák escribiría el Quinteto op. 97, la Sinfonía del Nuevo Mundo y el op. 96 para cuarteto de cuerda conocido como 'Americano'. El músico bohemio no desaprovecha la estructura clásica y formal de la literatura escrita para las dieciséis cuerdas introduciendo su particular interpretación de las músicas populares americanas sin menoscabar la originalidad propia de su lenguaje.

Estructurado en cuatro movimientos, el allegro inicial parece estar dominado por la profundidad de la viola que se limita a exponer un motivo que serviría de excusa para lanzar al aire los 'trinos' del violín primero.

Nuevamente la viola vuelve a estar presente en el largo del segundo tiempo marcando un motivo obstinado que recorre todo el movimiento con especial protagonismo del cello de Strujik van Bergen. La evocación de los cantos negros dan paso a unos aires de danza eslavos que recuperan la perspectiva europea del molto vivace que torna a irrefrenable en el Vivace conclusivo construido sobre un único tema al que Dvorák somete a distintos desarrollos.

Bach y su Concierto BWV1054 abrió una esperada segunda parte que desconcertó y supo a poco por la oportunidad de reencontrarnos con el repertorio español de Coronas. De la página bachiana tan sólo anotar que hizo aguas desde el ataque hasta la forma de enfrentar los adornos, sencillamente plano de principio a fin. El remedio llegaría de la mano de la Rapsodia para piano y cuerdas de J. Turina, que, en un primer momento, fue concebida como sinfonía concertante. Sin solución de continuidad el andante inicial resultó toda una demostración de técnica y gusto musical reafirmado por el allegro que cierra la partitura.