Pese a su juventud, hace mucho tiempo que José Carra (Málaga, 1983) dejó de ser una joven promesa del jazz para convertirse en uno de los músicos más interesantes e innovadores de nuestro país. El pianista y compositor, que en 2017 fue nominado a los Premios MIN de la Música Independiente por su anterior álbum, Verso, vuelve a reunir a los mismos músicos -Bori Albero (contrabajo) y Dani Domínguez (batería)- en su nuevo disco, Diario de vuelo, un trabajo en el que exorciza todos sus miedos a través de una docena de composiciones que comenzaron a tomar forma como «terapia» para afrontar su pánico a volar.

«Siempre he tenido mucho miedo a volar y me propuse, casi como una terapia, componer temas en los aviones. Al principio me marqué como propósito hacer un tema por vuelo. Llegó el momento que hasta me apetecía montarme en un avión para escribir. En poco tiempo tenía unas cuantas canciones que empezaron a llevarse bien entre ellas, a crear una historia. Este es un poco el motivo del título del disco. Siempre necesito un tema o una idea extramusical que articule mis discos y me ayuden a crearlos», sostiene el malagueño, que el próximo 29 de septiembre pondrá de largo sus nuevas composiciones sobre el escenario de La Cochera Cabaret.

Pero aunque está concebido para que pueda ser escuchado de principio a fin en lo que dura un trayecto -«el disco dura una hora y cuarto, que es la duración media de un vuelo nacional»- Diaro de vuelo no solo es una propuesta sonora a su animadversión a los aviones, también recoge otros temores que le persiguen desde pequeño. «Mientras me adentraba en este nuevo proyecto, eché la vista atrás e hice memoria de los miedos que he tenido desde que tengo uso de razón, todos los que en algún momento me han frenado de hacer cosas e incluso se han convertido en un impedimento vital: el miedo a la muerte, el miedo a relacionarme con otras personas, el vértigo que me dio dejar el colegio o el terror que sufro cuando llevo un tiempo sin que salga ninguna canción y creo que ya no me queda más música por escribir».

El resultado son doce composiciones, entre las que destacan Niño Árbol, que será el primer single del álbum, Tardes para jugar, Alba, Latido de papel, Nocturna o Resurrección, en las que Carra se sumerge en un sonido más experimental, con melodías minimalistas y una base rítmica cercana a la electrónica y al rock con el uso de pedales de efectos en el piano y sintetizadores. «Es algo inevitable. Voy creciendo y cada vez voy asumiendo más lo que soy. Estudié clásico y he tocado mucho jazz, pero antes escuchaba mucho rock y grunge y ahora estoy incorporando toda esa música sin tanto miedo. Ahora pienso que no hago tanto jazz, pero tampoco es rock€ Es algo inclasificable pero no me importa. Y a veces he empezado un concierto con un tema de Bach y después uno de Nirvana. Así que asumo un poco todo eso. El jazz ha sido la herramienta para abrir más mi música», confiesa.

Para el malagueño, mostrarse sincero con su música, sin atender a esos preceptos -en su mayoría inútiles- que intentan delimitar los géneros musicales de aquí y allí, ha resultado una liberación y una fuente de satisfacción. «El primer disco que grabé a trío [Ewig, 2012] fue el disco que creía que tenía que grabar un pianista, con algunos estándares de jazz y otros temas míos. Pero tenía ese miedo de demostrar lo que quería. Pero en cuanto empiezas a asumir quién eres y qué es lo que te gusta, pues al final te muestras más sincero. Y es algo que he comprobado en los conciertos: tocamos en festivales de jazz, aunque lo que hacemos no parece jazz. Y noto que la gente responde ante esa sinceridad».

Mostrar la verdad sin miedos es el camino musical emprendido por José Carra, un creador que ha abanderado, junto a otros compañeros como Ernesto Aurignac y Enrique Oliver, el nuevo -y muy a tener en cuenta- resurgir del jazz en Málaga.