Los 15 años del Museo Picasso Málaga es una ocasión de lo más conveniente para hacer memoria y resaltar su importancia capital en la transformación de una ciudad que ahora se enorgullece, por fin, de emplear la cultura como herramienta estratégica de crecimiento. Porque el 27 de octubre de 2003 sigue siendo el kilómetro cero de esta nueva Málaga, que aspira a la excelencia artística y que ha encontrado en la creación su gran argumento para ganarse su propio futuro.

«Hoy sería extraño imaginar esta ciudad sin el Museo Picasso», nos comenta el director de la pinacoteca, José Lebrero (el tercero a los mandos del Palacio de Buenavista, tras Carmen Giménez y Bernardo Laniado-Romero). Y tiene razón: quince años después de su apertura, pareciera que hubiera existido desde siempre, que hubiese formado parte desde hace décadas del skyline emocional de los malagueños. Y ésa es la prueba impepinable de que algo es importante.

Hay dos hitos en esta Málaga ahora encaramada en el top 5 del hit parade cultural que elabora anualmente la Fundación Contemporánea: por un lado, el Festival de Málaga.Cine En Español, la primera cita con ambición nacional que quiso descentralizar un sector, el de la cultura, que despectivamente suele identificar la periferia con provincias; de otro lado, la apertura del Museo Picasso Málaga, la aventura de gestión artística más sobresaliente, mejor ejecutada y más perfectamente desarrollada de todas y cuantas se han sucedido en el panorama cultural malagueño.

Con la pinacoteca del Palacio de Buenavista, la ciudad dio el salto cualitativo y se autoconvenció de que debía exigirse la excelencia. En realidad, no crean, nos costó: hasta hace no muchos años, el centro picassiano debía cargar con el sambenito de ser un recinto fino, quizás demasiado frío (demasiado francés) y alejado de la ciudad en la que estaba enclavado (como suele ocurrir con estas cosas, los aires de superioridad que le adjudicábamos tenían más que ver con nuestros complejos de inferioridad que con otra cosa). Hoy, casi 14 años después de su inauguración, después de haber acogido algunas de las mejores exposiciones jamás vistas en esta ciudad (El factor de lo grotesco, la antológica de Hilma Af Klimt, aquella coronada por Mural de Pollock o la reciente dedicada a Andy Warhol, entre otras muchas), el Museo Picasso Málaga no sólo tiene el mérito de haber mostrado algunas de las creaciones definitivas elaboradas por el ser humano, sino que se ha erigido en un auténtico refugio en pleno Centro, abarrotado y embarullado como nunca; un enclave perfecto en que aislarse de la euforia y la alegría tirana que nos ha traído la desestacionalización turística, un lugar siempre asociado a la contemplación exquisita de las artes en sus diversas formas.

El MPM también ha supuesto, sobre todo, un acto de reparación, de justicia: «La voluntad de la familia de Picasso era restituir la presencia del artista en su ciudad de origen. Y creo que esto se ha conseguido», asegura Lebrero. Porque, a pesar de los grandísimos esfuerzos durante todos estos años de la imprescindible Fundación Picasso-Casa Natal, el auténtico regreso de Pablo Ruiz Picasso a su tierra natal se produjo ese 27 de octubre de 2003, un reencuentro que tantos desearon durante tanto tiempo pero que no muchos alcanzaron siquiera a imaginar.