Nora, la protagonista del gran clásico Casa de Muñecas de Henrik Ibsen, es un ícono feminista en la historia teatral. Esa Nora ha vuelto más de un siglo después para enfrentarse a la misma problemática, para luchar por su libertad y su condición de mujer. En esta secuela escrita por Lucas Hnath, nuestra heroína regresa 15 años después a esa casa de la que salió dando un sonoro portazo que retumbó en las estrictas reglas sociales y morales de fines del XIX. Vuelve para reclamar su divorcio, puesto que su marido Torvald nunca lo ha tramitado. Ya no es la frágil muñequita, ahora es poderosa con sus ropas de lujo, tiene fama y dinero, ha logrado una posición como escritora feminista, defiende su condición de género, luchan contra la sacrosanta institución matrimonial y ataca al impuesto rol de la esposa perfecta. Pero esa aparente fortaleza tiene sus matices y altibajos. Frente a su nana, su marido o su hija surgen debilidades, rencores y reproches.

El paso de los años ha cambiado mucho las cosas, ya no son lo que eran y la casa tampoco es la misma. El salón burgués está despojado, casi minimalista, han desaparecido muebles y objetos de decoración, según relatan los propios personajes. La puesta en escena juega con la escenografía, al profundizar el relato la acción desborda el cuadro clásico más allá de sus límites, el salón se transforma en una caja de techo inclinado sobre el que aparece el personaje de Emmy, la hija que ya es toda una mujer. La escena con su madre también rompe la temporalidad puesto que se despoja de sus trajes de época para aparecer vestida como una mujer actual, en un contrapunto que enfrenta épocas y estilos de vida. Así mismo la iluminación desde la claridad inicial se va transformando en claroscuro, resalta contrastes y sombras.

Aitana Sánchez-Gijón encarna una espléndida Nora, humana y verdadera, que junto a Roberto Enríquez, María Isabel Díaz Lago y Elena Rivera componen un sólido elenco muy bien dirigido por Andrés Lima. La dureza y la violencia de las emociones se profundiza, las pasiones estallan, cada uno tiene su parte de razón, pero no puede haber ni vencedores ni vencidos. Sus discusiones superan las fronteras de la guerra de sexos y hablan de las necesidades de cada uno, de hombres y mujeres buscando su lugar en un mundo cambiante. Nora se va de la casa rompiendo otra vez los esquemas, y atraviesa el patio de butacas quebrando su espacio de representación, para enfrentarse nuevamente a la vida con esperanzas en el futuro.