Escribíamos ayer: «Mañana [por hoy] tendremos la respuesta en la reacción de la ciudadanía malagueña ante la reapertura de los centros artísticos; sabremos si del mismo modo que el arte nos hace no sé si mejores pero sí más personas, los museos hacen a las ciudades más ciudades [...] Entre todos, los que acudan y los que no [a los museos], pintaremos, esculpiremos, creamos nuestro autorretrato como ciudad». Pues bien, no es que esperara que hubiera colas ayer en los museos pero ver que había más periodistas que curiosos y visitantes a primera hora me produjo, como se dice ahora, cierta melancolía.

Que tras más de dos meses cerradas, las pinacotecas de la capital (ojo, todas con entrada gratuita y algunas estrenando exposición o mostrando colecciones apenas vistas al haber sido inauguradas días antes del Estado de Alarma) atrajeran un caudal exiguo de personas dice más de nosotros, de la ciudad, que de los museos. Evidentemente, ni el más iluso debería esperar que los malagueños acudirían a ver obras de Giacometti o Ernst o a conocer los entresijos de los filmes de Tarkovsky tan en masa como a tomarse una cervecita en Pedregalejo, porque placeres hay muchos, de muy diferentes tipos y para paladear por más o menos personas, pero confiaba en una respuesta más entusiasta de los ciudadanos al llamamiento de sus museos, los suyos, sí, no de los turistas que ahora no existen.

Quizás peque de otoñalidad y pesimismo. Ojalá. Conformémonos de momento con que el arte ha empezado a regresar a nuestras vidas. Es eso, o empezar a hacer campaña para que trasladen los museos, todos, al Paseo de Pedregalejo.