Los europeosDirección:

Víctor García León

Intérpretes: Raúl Arévalo, Juan Diego Botto, Boris Ruiz, Stéphane Caillard

Hablábamos el otro día, a propósito de Black Beach, sobre cómo en la lucha contra sus complejos de inferioridad el cine español se había despojado de esos prejuicios que le atenazaban, convenciéndose de que no hay códigos ni enfoques comerciales vedados per se. Pero en ese tránsito, en principio saludable, nuestras películas han perdido bastante de nosotros mismos, de nuestras especificidades; se habla de asuntos universales, desde un enfoque humano, general, fácilmente asumible por cualquiera desde cualquier lugar del mundo y cultura. Por eso me ha interesado tanto 'Los europeos': hacía tiempo que no veía una película española hablando sobre lo que es ser español, y con un amargo arrojo, porque el espejo que nos ponen delante no ofrece una imagen precisamente mejorada, con filtros, de lo que somos en el fondo.

Hay una escena clave en la película de Víctor García León: la de los limones (lo dejaremos aquí para no caer en los dichosos spoilers). En ese momento, leve, pequeño, en principio anecdótico, el realizador saca el espejo: el espectador comprobará entonces, con toda seguridad y tristeza, que no es tan diferente a ese protagonista bastante más complejo de lo que nos imaginábamos en su primera aparición. Ahí condensó Azcona lo que significa ser español, una identidad muy alejada de la sofisticada pero inocente libertad de esos europeos hacia los que miran Miguel y Antonio.

Ambos son un trasunto del Quijote y Sancho Panza, el libro que mejor ha definido lo que supone la españolidad. Tenemos al diletante Antonio (un magnético y estupendo Juan Diego Botto), idealista parapetado en un seductor cinismo, soñador en busca de aventuras inocuas, y al apocado, algo gruñón y pragmático Miguel (Raúl Arévalo lo compone con honestidad, sin engañarnos). García León sigue a ese Sancho ("La desgracia de Don Quijote no fue su fantasía sino Sancho Panza", dijo Franz Kafka) y usa al supuesto complemento cómico del chalado (torpe, poco agraciado, de escaso aplomo intelectual) para hablarnos del arribismo, el resentimiento social y la hipocresía (potenciadas por la época, el franquismo, pero interiorizadas por el español siglos antes). Exactamente como Cervantes.

Los minutos finales de 'Los europeos', implacables, con el tono seco casi de un policiaco, son de los que quedarán en la memoria del cine español reciente. Ahí se dice adiós al verano de fiestas infinitas de esa Ibiza de los 50, una especie de limbo en el que los españoles escapaban de sí mismos por unas semanas. Pero siempre tocaba volver, porque uno no puede zafarse de sí mismo, y entonces la luz del verano, tan prometedora queda en crepuscular, y el sueño se desintegra entre la cruel cotidianidad, tan utilitaria, egoísta y española.