Siempre se le ha dado bien la pintura, pero tomó un rumbo muy diferente. Al terminar Bachillerato, se adentró en el mundo de los números. Obtuvo el título de Técnico Superior de Formación Profesional en Administración y Finanzas, empezó las prácticas en una empresa y ahí se quedó por 12 años. Al cabo del tiempo, el arte volvió a su vida, y «vino para quedarse». Maite Rojas ahora lleva cerca de cuatro dedicándose solo a pintar. Una breve trayectoria ya marcada por el éxito.

En 2017, la artista malagueña debutó en una exposición colectiva en la Asociación de Artistas Plásticos de Málaga (Aplama). En 2018 participó en el Salón Internacional de Pastel Saint-Aulaye en Francia y obtuvo el premio del público con su obra titulada Una vida mejor. En 2019 tuvo su primera muestra individual en Aplama: El reflejo del alma a través de la mirada. Y el pasado 12 de septiembre logró un premio en el Festival de Pastel de Saint-Agne en Francia con su cuadro El Paje.

Rojas está trazando un camino fructífero y allá donde va deja muy alto el listón de los pintores malagueños. «Es una gratificación enorme que después de tanto sacrificio te veas recompensado», expresa.

Maite Rojas explica cómo es el día a día de un artista: «Es sacrificado porque son muchas horas planteando lo que vas a hacer y llevándolo a cabo. Hay momentos de frustración, pero la mayoría son de alegría. Cada obra es como un nacimiento. Es algo tuyo. No hay cómo explicarlo con palabras».

Sus cuadros parecen fotografías. Algunos incluso llegan a ser más reales. Su técnica se centra en el pastel. «Requiere mucho tiempo por el rigor del detalle», explica la pintora de 35 años. Para ella, cada lienzo en blanco supone un reto. «No sé decir el tiempo exacto que tardo en realizar una obra porque a veces me colapso y tengo que retomarlo otro día», añade.

La artista mueve el pincel sobre la tela según lo que experimente en ese momento: «Si me siento más triste pues necesito pintar algo más profundo. No es cuestión de belleza, sino de sentimiento». Pero hay algo en común en todas sus obras: las miradas. Ojos arropados por arrugas, rodeados de gotas de agua o inundados por lágrimas. Felices o tristes, pero siempre profundos. Un médico y catedrático de Portugal, Salvador Massano, tras adquirir un cuadro suyo la describió como «la pintora de la desnudez del alma». Y qué acertado.

De hecho, dicha obra fue la primera pintura en pastel de Rojas. Sin embargo, la más significativa para ella es un retrato de su padre. «Yo estaba muy apegada a él. Terminé el cuadro dos días después de que falleciera. Es la obra que más me toca el corazón porque es lo único que me queda para poder ver algo de vida de mi padre», relata.

Esta artista que rebosa talento quiere seguir dedicándose a su pasión por más difícil que sea: «Hay que ser constante en la vida y no dejarse vencer. Yo quiero intentarlo. Prefiero hacerlo que quedarme con el y si...».