Alfombra roja

El glamour tira de servicios mínimos

Los tonos más oscuros y los diseños más discretos predominaron en la cita, que fue más un «photocall» que una alfombra roja

Víctor A. Gómez

Víctor A. Gómez

El guion de estos tiempos pandémicos que nos ha tocado vivir no no incluye demasiadas escenas festivas. Conscientes de que son días que exigen prudencia y discreción, el equipo de los Goya 2021 tiró de los servicios mínimos del glamour para vestir la noche del cine español con el atractivo justo y necesario. Porque, ¿qué sería de una cita como ésta si se prescindiera del atractivo, la fotogenia, del debate sobre los modelitos más afortunados y los más descacharrantes, del quién ha pisado con más garbo? 

Pero ojo a la lista de invitados que se agenciaron la Academia de Cine, Antonio Banderas y María Casado, porque aquí lucieron mascarilla, ilusión y resistencia algunos de los nombres propios más sobresalientes y populares del audiovisual patrio: los directores Pedro Almodóvar, Alejandro Amenábar, J. A. Bayona, Chus Gutiérrez, Gracia Querejeta y Jaime Chávarri, los intérpretes Penélope Cruz, Najwa Nimri, Leonardo Sbaraglia, Carlos Areces, Julián López, Adrián Lastra, Hiba Abouk, Marta Etura, Natalia Verbeke, Tristán Ulloa, Jon Kortajarena, Marta Nieto, Antonio Velázquez, Mónica Randall, Verónica Forqué, Elena Irureta, Pedro Casablanc, Emma Suárez, Marisa Paredes, Roberto Álamo y Jose Coronado, además de los malagueños Antonio de la Torre, Belén Cuesta, María Barranco, Maggie Civantos y Daniela Santiago. Sin olvidarnos, claro, de Nathy Peluso y Aitana, protagonistas de las actuaciones musicales de la velada. Pero es que luego también algunos de los nominados, como Verónica Echegui o Javier Cámara, participaron en una alfombra roja virtual, desde su casa u hoteles donde iban a seguir la gala.

Los invitados presenciales pasaron por el Gran Hotel Miramar, que después de acoger las alfombras rojas del Festival de Málaga de esta edición pandémica se está convirtiendo en el escenario más recurrido para el oropel y los flashes. El mensaje de todos ellos y ellas, clarísimo: hay que plantar cara a los tiempos oscuros y demostrar que el cine y la forma en que lo hemos disfrutado hasta ahora terminará regresando. También las alfombras rojas convencionales, arropadas por el público, sus gritos y sus peticiones de autógrafos (eso sí, decenas de curiosos se acercaron a las inmediaciones del Teatro del Soho-CaixaBank para ver la llegada de las estrellas). 

De momento, hasta que dejemos la nueva normalidad para, ojalá, regresar a la normal normalidad, nos tendremos que conformar con la versión compacta, reducida de la alfombra roja que vimos anoche, antes de la gala en el Teatro del Soho-CaixaBank. Un desfile en interior noche, estático, más un photocall que una verdadera alfombra, y caracterizado, como era de esperar, por los diseños más discretos, en tonos oscuros y sin demasiadas estridencias, más adecuados para estos años marcados por el luto, la incertidumbre y la preocupación. No era momento de extravagancias, atrevimientos (quizás las rajas de las faldas de Nathy Peluso y Daniela Santiago) y locuras, por lo que Antonio Banderas, María Casado, Belén Cuesta, Najwa Nimri (siempre estilosa: llamó mucho la atención su megamascarilla transparente) y muchos más protagonistas de la noche optaron por el negro a palo seco y unos atuendos casi informales. Sí supo adecuarse al tono de la cita sin perder creatividad en el diseño la sevillana Paz Vega, con un singular vestido de cristales y transparencias. Lo cual resultaba curioso: muchos de los nominados, como, por ejemplo, Álvaro Cervantes, Juana Acosta y Natalia de Molina, desde sus casas o en hoteles, se emperifollaron bastante más que los que finalmente sí pudieron acudir a la gala como invitados. Eso sí, faltaron a la cita en el Miramar los más esperados, Penélope Cruz y Pedro Almodovar: están rodando Madres paralelas, su nueva colaboración, y extreman toda precaución.