Televisión

¿Muere la tele del corazón canalla?

‘Tómbola’ inició hace veinticinco años una forma de hacer televisión en la que se sometía al tercer grado en directo a los famosos, ‘Sálvame’ cogió el testigo y lleva años exprimiendo un modelo que, por las audiencias, parece agotado

Rocío Carrasco en el plató de ‘Sálvame’.

Rocío Carrasco en el plató de ‘Sálvame’. / Mediaset

Nuria Navarro

Hay muchos nervios en Telecinco. ’Sálvame’, la vaca sagrada de la cadena, se ha desplomado: del 19,8% de share (2.053.000 espectadores) al 13,3% (1.350.000) en un año. Ha habido éxodo a las series turcas y los concursos de la competencia. Y encima la 'troupe' desfila por el juzgado de instrucción número 4 de Madrid por el presunto uso fraudulento de fuentes policiales para lograr información privada de 180 famosos (Isa Pantoja, Belén Esteban y Ortega Cano incluidos). Para llevar oxígeno al corazón destripado, la productora ha practicado maniobras de urgencia: defenestrar a los dos directores, prescindir de Carlota Corredera, 'tunear' el plató y ponerle a la Esteban un tenderete propio.

¿Ha llegado a su fin el monocultivo de la casquería emocional, la polémica vocinglera, el diván chiflado y el desguace de reputaciones que inauguró ‘Tómbola’ hace justo 25 años? ¿Toca ir preparando el acta de defunción?

«Algo me dice que los programas de corazón destructivos están condenados a muerte o, cuando menos, a convertirse en un género residual para un público cada vez más envejecido», opina el periodista cultural Òscar Broc, tertuliano de ‘Aruseros’ (La Sexta) y perteneciente a una generación de telespectadores que «no está muy interesada en seguir las peripecias de Kiko Matamoros o Chelo García Cortés». Para él, la cuestión es si se puede reformular el corazón para que resulte atractivo a un público nuevo.

Pilar Eyre y Rosa Villacastín discrepan entre sí en el diagnóstico. Mientras Eyre lo valora como una vacuna contra la soledad («’Sálvame’ hace una labor impagable en hospitales y residencias»), Villacastín sospecha que la audiencia está harta de que los colaboradores ventilen sus trapos sucios («es como una rueda de hámster con las mismas caras y clanes famosos, como los Pantoja o los Jurado»).

Rocío Carrasco en el platóde ‘Sálvame’.  mediaset

Simulacro de autopsia en el plató de 'Sálvame'. / Mediaset

¿Despioje necesario?

Si el antropólogo Robin Dunbar, de la Universidad de Oxford, está en lo cierto, el chismorreo es «la argamasa que sustenta la confianza dentro de las comunidades humanas». Como el despioje de los primates en el Paleoceno. Una prueba: el debate global sobre la bofetada de Will Smith a Chris Rock por meterse con la alopecia de su mujer, mientras solo cuatro discuten por qué CODA ha ganado el Oscar a la mejor película. Entonces, ¿dónde está el problema?

La hipótesis de Broc es que, saliendo de una pandemia, con un aumento preocupante de los problemas de salud mental, Rusia invadiendo Ucrania y la agobiante amenaza de la Tercera Guerra Mundial, «los espectadores no se sienten cómodos viendo cómo destripan a Anabel Pantoja y prefieren opciones más amables y evasivas», como «Tierra amarga», ‘¡Boom!’ o ‘Pasapalabra’.

Hambre, no hartazgo

Mariola Cubells, analista de televisión, no ve la muerte del formato por hartazgo, sino por hambre canina. «Cuando has educado al espectador durante muchos años a un nivel altísimo de contenido 'destroyer', ya no compran chorradas –explica-, ¿a quién le importa la paternidad del hijo de Ivonne Reyes después de haber sometido al escarnio a la familia Pantoja entera?».

A juicio de Cubells, mientras el espectador de aquella ‘Tómbola’ de Canal 9, que en marzo de 1997 crujió a Chábeli Iglesias, se sentaba ante la tele para ser sorprendido, el de hoy necesita que se eche mucha leña al fuego para la catarsis. «Telecinco abusa de sus ‘¡bomba!’, que resultan ser petardos. El otro día la bomba era que Pantoja piensa desheredar a sus hijos y el espectador dice: ‘¡Coño, y qué menos!’».

Pero, cuando el ecosistema del corazón es finito y en ‘Sálvame’ han llegado a recrear la autopsia de Mario Biondo, el marido de Raquel Sánchez Silva fallecido 2013, «¿Qué queda? ¿La ejecución en directo?».

Ferran Monegal, crítico de televisión, abona la tesis del público: «No estoy seguro de que la audiencia esté harta de 25 años de ‘papilla Telecinco’. La miseria mental de este país es directamente proporcional a la telecanalla berlusconiana». Y la filósofa Elizabeth Duval piensa que se han ‘salvamizado’ los telediarios, la información política y hasta los partes bélicos.

Auge y caída con Rociíto

La Fábrica de la Tele anda con el desfibrilador en la mano después de coronar un Himalaya–2.116.000 espectadores– con «Rocío, Contar la verdad para seguir viva». Parecía inaugurar otra manera de hacer corazón. Más Netflix y menos corrala. Ponía la violencia vicaria en el mapa. Pero no. «Cuando el feminismo y la ministra Irene Montero se situaron al lado de Rocío, se fugaron los que preferían que les contaras lo mal que lo pasaba Rosa Benito con Amador Mohedano a que le dieras lecciones que tal vez no querían oír».

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