Entrevista | El Kanka Cantautor

«No me preocupa mucho equivocarme»

Después de un tiempo de paréntesis, El Kanka está a punto de terminar la gira con nuevas canciones alumbradas en su último disco, Cosas de los vivientes, sin olvidar clásicos de su repertorio que nunca faltan (Volar, Qué bello es vivir, Canela en rama...), que el público corea y hace suyas. «A veces parecemos la banda de un karaoke», bromea el malagueño

El Kanka, en una imagen promocional.

El Kanka, en una imagen promocional. / Alan Nart

África Prado

Decía que se cantaba encima después de un año sin conciertos. ¿Se estás desquitando?

Sí, incluso ya me he desquitado [Ríe]. No, que va. Estoy llevando este año bastante guay porque el descansillo me vino bien para recuerar esas ganitas y porque está siendo un año de bastante curro, pero no como el que tenía antes de la pandemia, y durante también, que me llegué a hacer más de noventa bolos. Ahora a lo mejor hago cincuenta pero ya no es esa locura de antes. Es lo que tiene tener un proyecto independiente y alternativo, que hay que trabajar, y no me arrepiento, pero no lo repetiría. Si me lo puedo permitir, prefiero quedarme años de cuarenta o cincuenta conciertos y que se mantengan un poco vivas esas ganas de cantar, de conectar con el escenario, que creo que son necesarios.

¿Cómo se conjugan las ganas de cantar y el cansancio que implica una gira?

Hay que ver el momento de cada uno. Cuando yo tenía 25 años y me recorría garitos por España para cantar delante de 30 o 40 personas recuerdo reflexionar mucho sobre eso porque el futuro era incierto. No había nada de seguridad en que este proyecto fuera a crecer y no me hubiera visto con cuarenta años como estaba entonces, que dormía en el coche, o en los sofás de los colegas, y me sacaba 40 eurillos por concierto. No me veía alargando eso, pero también decía: «Es que me gusta tanto...» Era otro tipo de conciertos, menos exigentes, improvisaba canciones, ninguno igual; ahora tampoco son iguales, pero tenemos un repertorio, voy con banda, canto delante de miles de personas a veces y eso impone, tenemos un horario, un equipo, dormimos en un hotelito...

Eso cambia las cosas...

¡Hombre, claro! Y llegamos a fin de mes [Ríe]. Yo recuerdo que entonces me bastaba con las ganas, pero no sé si ahora me bastaría solo con eso. Tiene que seguir habiendo ganas. Yo no me puedo subir al escenario sin el más mínimo deseo de cantar, tengo que estar conectado con la música y dar a la gente el cien o el doscientos por cien si puedo, pero ahora tengo cuarenta años y no me cruzaría España entera con quince conciertos al mes durmiendo en sofás. Pero ya te diré cómo acabo en diciembre.

Y siempre da alegría cantar canciones nuevas.

Sí, aunque en los conciertos pasan muchas cosas y soy un privilegiado. Nosotros ahora presentamos disco nuevo, con canciones que aún la gente no tiene tan interiorizadas, aunque muchas las cantan, pero he podido ver cómo reaccionan a las historias que cuento y a lo que pasa en el show. Y también vemos lo que pasa con las canciones antiguas, como Canela en rama, Volar, Qué bello es vivir.. y a veces prácticamente somos la banda de un karaoke, porque sale la gente cantando desde el principio al fin, que eso es súper bonito. Yo hacía canciones porque me gustaba, y me gusta el proceso compositivo, pero imagina la sensación cuando la gente hace las canciones suyas y que un tema que hice a mi novia cuando tenía 20 años la canten ahora 2.000 personas como si fuera suya. Eso es lo más bonito que le puede pasar a un autor. Y a mí me pasa prácticamente en todos los conciertos.

Es que los clásicos hay que mantenerlos.

Claro. Yo siempre digo que no me gusta quedarme en el pasado y quiero presentar lo nuevo en directo, pero no soy gilipollas ni un cabrón y no puedo dejar de cantar un puñaíllo de canciones de las antiguas, me parecería una falta de respeto. Entiendo al artista que lo hace y hay que tener mucha valentía, pero sí quiero darle a la gente un poquito de lo que ellos quieren. Tiene que haber un equilibrio, que se defienda lo nuevo y tener un detalle con la peña y ser generoso. En ese equilibrio nos manejamos siempre.

Hablando de nuevas canciones, ¿es realmente el de Autorretrato, un agobiado, un neurótico de libro, un majadero...?

Sí, hija, sí. No te voy a decir que lo he exagerado un poquito, pero mu poquito. Soy bastante así [Ríe].

Te definen la variedad musical y ese optimismo que destilas. ¿Te acompañan siempre?

Tampoco lo busco. No me preocupo por esas cosas. Cuando me pongo a hacer una canción lo que quiero es que sea bonita y sincera y me guste luego cantarla. No me preocupa el estilo o si es más o menos optimista, al final es un reflejo de lo que eres porque yo no soy tampoco optimista las 24 horas, soy más positivo que optimista. Yo veo los claroscuros e intento sobreponerme y sacar una lectura de la que aprender, intentar ser un poquito mejor persona. Es mi sello, pero simplemente cuando me pongo a componer me gusta decir cosas bonitas, constructivas, me gusta moverme por esos derroteros a nivel lírico. Igual estoy mayor para cambiar, pero nada dice que dentro de 50 años haga cosas distintas. No me preocupa eso, sino que la canción sea lo más bonita posible.

Ahora que llena escenarios grandes, ¿echa más de menos los pequeños?

Lo sigo compaginando. Ni un solo año de mi vida he dejado de hacer un concierto pequeñito, a guitarra y voz. En Melilla estuvimos en un escenario pequeñito yo solo con la guitarra. Hemos hecho cosas de cien, de doscientas... Siempre nos tomamos algún momentito para eso porque creo que es la esencia y me gusta mucho. Luego todo tiene que tener un sentido y no hacer todo lo que me apetezca a mí, pero si pudiera, haría uno y uno, un par de conciertos con banda y otro par yo solo, porque disfruto mucho de las dos cosas y de forma muy distinta. 

En Spotify tiene casi un millon de oyentes mensuales. ¿Eso pesa?

No, ¡qué va! Para mí es una alegría. Yo soy muy consciente de mis inicios porque no hace tanto y fueron muy largos. Lo mío no fue sacar un primer disco y sonar en la radio y llenar estadios. Esa no ha sido mi historia en absoluto, sino alargado en el tiempo. Y recuerdo lo mal que lo pasaba cuando me pegaba un viaje desde Madrid a Galicia o a donde fuera, con cuatro entradas de venta anticipada y decía: «¿Vendrá alguien?» Y miraba el goteo de gente que llegaba y decía, si me he gastado 50 euros en el tren y voy a tocar para siete personas. Eso es muy desagradable [Ríe]. Y ahora veo que tengo un millón de escuchas, que las entradas se venden y en comparación con lo de antes me da una alegría que te cagas. Yo tengo mi proceso mental y hago terapia desde años, pero creo que soy bastante libre componiendo, hago los conciertos como me apetece y no me preocupa mucho equivocarme, no me preocupa fallar. Y hasta ahora me ha ido funcionando y la gente se ha ido enganchando a mi película.

Para quien no le haya visto nunca, ¿qué puede esperar de uno de sus conciertos?

Se va a encontrar a un cantautor con banda, con un porcentaje de canciones animadas bastante alto. No tiendo a la melancolía, hay mucho buen rollo entre el público y gente de muchas edades. Quizá se sorprenda porque mucha gente canta los temas como si los hubiese compuesto. Y, por nuestra parte, nosotros vamos ensayados, nos sabemos las canciones y está todo en su sitio [Ríe]. Eso que preguntas lo pienso a veces y si viene alguien nuevo quiero que se lo pase bien y que pasen cosas en el escenario. No tenemos los medios de Beyoncé, ni voy a salir volando, pero intentamos que sea divertido.

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