­Nuestra aventura estaba prevista que comenzara a las 3.00 horas y así contar con mareas favorables, un factor muy importante a la hora de planificar estos retos deportivos. Para llegar a tiempo al puerto de salida, conociendo el tráfico y las circunstancias que rodean a una de las grandes metrópolis del planeta (Bombay), sufriríamos un mínimo de tres horas en carretera con malas condiciones además de atascos, así que para evitar sobresaltos decidimos salir con bastante antelación para tener un margen suficiente para evitar imprevistos.

Intenté descansar lo máximo posible, durmiendo a ratos en el vehículo. Mi equipo y yo llegamos al puerto, que normalmente acoge cargueros de chatarra, con casi dos horas de antelación y seguí descansando y durmiendo un poco más. Sin embargo, el observador de la Federación India de natación sufrió un percance de tráfico y no llegó hasta pocos minutos antes de la hora prevista para la salida. Y algún otro motivo también retuvo al patrón del barco, con lo que termine empezando unos diez minutos tarde, y teniendo que prepararme con excesivas prisas.

La tensión de la incomoda espera, unida al inoportuno resfriado que llevo arrastrando en los últimos días, provocaron que durante el principio de la travesía no me encontrase en absoluto cómodo nadando en estas turbias y oscuras aguas, siguiendo la solitaria luz de mi barco de apoyo. La primera hora la pasé manteniendo las malas sensaciones y condiciones de mala corriente pero muy poco a poco fui encontrando mi ritmo de nado, y a pesar de que la congestión me acompañó todo el camino, la segunda hora transcurrió con un ritmo de nado más alto, aunque no aún el que acostumbro.

Muscularmente me encontraba mejor, pero no estaba totalmente cómodo. Aun faltaba algo más de una hora para el amanecer, siempre con perseverancia y siempre rodeado de pensamientos positivos estaba finalmente encontrando mi ritmo. Sólo interrumpía mi nado cada 30 minutos para reponer electrolitos y algo de nutrición especializada, pero minimizando el tiempo de parada para no enfriarme ni quedar a la merced de las corrientes. Tuve la suerte de disfrutar de un precioso amanecer ya habiendo pasado el ecuador de la prueba y saliendo finalmente al golfo del mar que baña la Puerta de la India.

Las mayores corrientes provocaron que el ritmo de avance disminuyera bastante al entrar en el golfo, pero empecé a animarme cuando comenzamos a vislumbrar los grandes edificios que perfilan el horizonte de Mumbay. Logré llegar en menos de siete horas, lo que representa el mejor tiempo de este año y segundo de todos los tiempos. La sensación de felicidad cuando terminas es inexpresable, es una sensación de encontrarte totalmente lleno.

En la llegada estaban esperándome la prensa y la Fundación Vicente Ferrer, organización con la que colaboro a través de Brazadas Solidarias organizando travesías y retos singulares como esta travesía para recaudar fondos.