Estos días se cumplen tres años del congreso de acceso al poder en el PP provincial de Elías Bendodo, luego de que Javier Arenas obligara a Joaquín Ramírez inopinadamente a renunciar a la elección y entregarle los avales. Sin motivo aparente. Desde entonces Bendodo no ha desperdiciado el tiempo y ha hecho un gran trabajo agrandando la base y militancia del partido, ganando elecciones, creando equipos, contemporizando con todos. Le ayuda su carácter, alejado del tono crispado. Bendodo, en un momento político y personal feliz –ayer fue padre por segunda vez–, también aprovecha para trenzar amistades de esas que nunca vienen mal, como la que mantiene con Rajoy, al que hace viajar a la provincia con cierta frecuencia y al que logró convencer en un almuerzo en Pontevedra para que la convención del partido previa a las elecciones se celebrara en Málaga.

A Bendodo vienen comiéndole la oreja algunos desde hace un tiempo para que aprovechando que De la Torre va a ser senador lo quite de enmedio dentro de tres años y acceda él a la alcaldía. Un añito de alcalde y luego a las urnas. Los que, por interposición son más ambiciosos, hablan de un año compatibilizando Diputación y alcaldía. O sea, un jugadón. Otros estiman que dejaría la presidencia para poner a Fran Oblaré al frente de la institución supramunicipal. Todos hacen cábalas sobre el futuro de uno de los hombres con más poder de Andalucía. Tal vez las hagan también Rajoy (dijo de él en un mitin que tiene un gran futuro por delante, «ya lo verán») y Arenas. Y no sabemos si él opina que vísperas de mucho son días de nada o se abandonará al destino o como un niño chico en pastelería no sabe dónde escoger. Bendodo ha tenido también tropiezos, como ese chófer a 54.000 trompos anuales, algo impresentable e injustificable que abrió noticieros a nivel nacional, mancha que algunos dirigentes de su partido que en privado le besan la frente no olvidan ni dudan en recordar en según qué foros.

Bendodo tiene baraka, suerte, ese término que también le adjudicaban a Zapatero. Suple ciertas carencias formativas con inteligencia natural y, con excepciones, escoge perfiles brillantes para las instituciones pero pelín mediocres para el partido. En un lado no quiere quedar desasistido. En otro no quiere sombras. Dice que le gusta releer El Príncipe de Maquiavelo si bien, como es buena gente, no le gusta ser odiado ni temido. Se adorna con declaraciones que ni él mismo se cree como eso del odio del PSOE a la provincia, pero entiende la política como un teatro en el que hay que interpretar, siendo mucho más condescendiente y permeable en el regate corto. Ahí está. Es su tiempo, o sea.