­8 de marzo de 2014. Es la fecha en la que Albert Rivera vino la primera vez al Palacio de Ferias y Congresos para presentar lo que por aquel entonces todavía era un movimiento embrionario del que nadie sabía muy bien cómo iba a echar raíces fuera de Cataluña, su hábitat natural, y donde se alimentaba de la oposición al fervor nacionalista como una mantis. Dijo Rivera ayer en su segunda patria, muchas fueron las alusiones a sus raíces malagueñas y a esos veranos despreocupados en la barriada de Miraflores de los Ángeles, que los catalanes comparten los mismos problemas con los españoles y que no son precisamente dudas existenciales sobre lo que pone en el DNI.

Básicamente, según dejó claro Rivera, porque uno no nace por voluntad en el sitio que quiere y eso convierte forzosamente a España en ese hilo conductor que une a todos y le ha servido a Ciudadanos para tejer su telaraña, que ha ido expandiendo a todo el territorio nacional.

Nadie duda ya del respaldo del que goza una de los principales mensajes de Ciudadanos porque si no, no se explicaría como Albert Rivera ha pasado de ser prácticamente una persona desconocida fuera de Cataluña, a coquetear seriamente con entrar en La Moncloa después del 20 de diciembre.

Hizo su irrupción en la provincia el líder de Ciudadanos, fiel a su estilo, con intención de epatar, y causando la admiración de un auditorio que completó el aforo del Palacio de Ferias y Congresos. Esta vez, sin dejar butaca vacía alguna para escuchar lo que será el eje principal de la acción política de Rivera: la reivindicación permanente de la centralidad política para hacer de Ciudadanos una herramienta capaz de sentar a todas las fuerzas políticas en una misma mesa y llegar a grandes acuerdos de Estado por un lado y, por otro, la defensa férrea de la unidad nacional por encima de todas las cosas. «España no se negocia, no se toca y no se rompe», defendió con entusiasmo la parte de su intervención que, a la postre, sirvió para arrancar los aplausos más sonados de la tarde.

Empezó el mitin, en un auditorio sobrio y no exageradamente acondicionado con los habituales aderezos, con la proyección de un vídeo para honrar a los padres de la Constitución. Felipe González y Adolfo Suárez dándose la mano en la gran pantalla fue el guiño que sirvió a Rivera para presentarse como la reencarnación del futuro consenso perdido y, según él, necesario para devolver la «estabilidad al país para que pueda acometer las reformas necesarias». En este sentido, dibujó España como un edificio que necesita ser reformado de arriba a abajo, pero sin poner dinamita en sus cimientos. «Queremos cambiarlo todo sin romper nada, dijo, a la vez que patrimonializó la centralidad para salirse del debate ideológico de izquierdas y derechas. «Estoy cansado de bandos que sólo han servido para enfrentarnos», resaltó.

Rivera, en una tonalidad comedida, huyendo del habitual griterío pasional, sí atizó al PP y, sobre todo al presidente del Gobierno, al que ve ya como único contendiente por el camino. Con Pedro Sánchez relegado a «mirar a Podemos por el retrovisor», Rivera criticó la ausencia de Rajoy en el debate y la achacó a que «está implicado en el caso Bárcenas». En contraposición a los partidos tradicionales, habló de Ciudadanos como un «edificio nuevo, sin aluminosis y basado en pilares fundamentales como la igualdad o la fraternidad». También atacó a Podemos y al referéndum que propone Pablo Iglesias como vía para decidir el futuro de Cataluña y pidió a todos los partidos que dejen de preocuparse por Ciudadanos. «Escucho estos días a Pedro Sánchez, a Mariano Rajoy y a Pablo Iglesias todo el día hablando de Ciudadanos. Déjennos soñar, pero dejen de soñar con naranjito», señaló a los otros partidos. Rivera fue precedido en su intervención por la parlamentaria catalana Inés Arrimadas, su homólogo en Andalucía, Juan Marín, y la cabeza de lista por Málaga, Irene Rivera. Quedan diez días pero en Ciudadanos, quedó claro ayer, ya se vislumbra el muro de La Moncloa muy de cerca.