Desde hace más de 40 años Alfredo Méndez guarda en su casa de campo el cadáver ´criónicamente´ preservado de su mujer. Su amor por ella, un amor loco, como de otro mundo, y su ambición médica le han llevado a esta situación. En los últimos años las energías y la salud de Méndez han ido mermando, por lo que ha tenido que recurrir a los cuidados de Corona, una joven enfermera que hace también las veces de criada.