Ödön von Horváth supo desde su génesis que el nazismo era un mal social de peligrosas consecuencias y se dedicó a combatirlo en sus escritos, obras de teatro, ensayos y novelas. Fue el crítico más feroz y contundente de ese «castigo totalitario» hasta que la muerte fortuita y prematura acabó con su vida en París, ya en el exilio.

Juventud sin Dios, una novela clarificadora, que sacude y conmueve en su lectura y que sin señalar al engendro del mal, retrata el adoctrinamiento omnímodo que el nazismo impuso en las escuelas para educar a jóvenes en el pensamiento. Ahora Nórdica reedita esta ejemplar novela que permitirá al lector español conocer o reencontrarse con este escritor imprescindible en la literatura alemana de la década de los años 30.

Juventud sin Dios se publicó inicialmente en 1937 en una editorial del exilio de Ámsterdam. Fue traducida a varios idiomas después de su aparición. En 1938, los nazis pusieron la novela en su «lista de literatura dañina y no deseada».

El personaje principal es un joven profesor de historia que describe su vida cotidiana en el Tercer Reich como un narrador sin nombre en primera persona. Es un maestro que lucha desesperadamente contra sus discípulos, quienes están influenciados por la ideología nazi, y cuestionan el significado de su profesión. Aunque está en contra de los nacionalsocialistas, actúa por miedo al sistema. Solo cuando ocurre un asesinato en su clase, su conciencia lo obliga reaccionar.

En esta novela, critica abiertamente la generalizada xenofobia y el antisemitismo propagado por el régimen nazi y ataca la falta de expresión de los adultos que se adaptan al miedo al nivel político principal. Que especialmente la juventud a través de la propaganda política toma prejuicios injustificados y una actitud inhumana. Para demostrar la falta de carácter de los jóvenes y su falta de emoción, Horváth nombra a los estudiantes solo con letras.

Los padres de sus alumnos le acusan de sabotear a la patria con «un delirio humanista» que vulnera las instrucciones de las autoridades de «educar para la guerra». El maestro sabe que lucha contra la historia, pues el sueño de los jóvenes es morir en el frente. En realidad, casi toda la sociedad participa en ese anhelo. Obligado a acompañar a sus alumnos a un campamento militar, las habituales disputas adquieren un carácter truculento, desembocando en un asesinato. El crimen se produce cerca de un pueblo con la mayoría de las familias hundidas en la pobreza. La aserradora ha cerrado y los hombres se han quedado sin empleo. Una adolescente capitanea a una banda de pilluelos que sobreviven robando lo que pueden.

Actúan como una milicia perfectamente organizada, asaltando los hogares donde sólo viven mujeres y niños.

El final no es optimista. El asesinato se esclarece, pero el maestro marcha al exilio. Sin embargo, se ha reconciliado consigo mismo y ha recuperado la fe. «Dios es la verdad», pero no lo encontraremos en los ojos de «una infancia sin luz» que rinde pleitesía al «plebeyo supremo».