Pablo Neruda, entonces aún Neftalí Reyes y mas tieso económicamente que los raíles de un travía, inició su larga carrera diplomática en 1927, con apenas 23 años, siendo destinado a Rangún, Birmania, «en el culo del mundo, en un agujero del globo terráqueo». Allí se enamoró de la birmana Josie Bliss, «La Tigresa de Sandokan!, La Maligna». Una relación venenosa, que le obligó a huir a Ceilán. Lo cuenta, con su prosa elegante, exquisita y refinada, su amigo, el también chileno Jorge Edwards, en 'Oh, Maligna', un relato que publica Acantilado.

Al partir desde Santiago de Chile a Rangún se llevó a su amigo Álvaro Hinojosa, «pues si no tenía con quien comentar los libros, a quien leerle los poemas era como si las cosas no pasaran como si los poemas no existieran».

En el trayecto a Rangún pasan dos días en París y descubren que mientras «en Santiago, nunca pasaba nada», en esos dos días en París «habían sabido que se hablaba de un escritor irlandés, James Joyce, autor de una novela revolucionaria, fascinante, homérica, fraudiana, titulada 'Ulises', de los poetas surrealistas, de los dadaístas, de Pablo Picasso, de Juan Gris, de Stravinski...».

Ya en Rangún, una noche, en el bar de los ingleses «encontró unos ojos intensos, femeninos, que lanzaban o parecía que lanzaban, relámpagos oscuros y que lo seguían con interés particular». Era Josie Bliss, con la que surgió un enamoramiento ardiente y voraz. Ella era una «nativa, bruja, hermosa, misteriosa, de ojos maravillosos, de piernas esbeltas». Neruda, a través de su amigo Jorge Edwards recuerda como «en la sombra y desnuda y al lado de su cuerpo desnudo, la mirada de ella era ígnea, salvaje. Como los tigres de Sandokan. ¡Tigresa de Sandokan!».

Pero ella terminaría por ser «la Maligna, la furiosa». Una noche, tras una escena de celos, el poeta abre los ojos y se encuentra con el filo de un largo cuchillo de cocina que empuña Josie. Es entonces cuando, asustado, pide el traslado y huye a Colombo, la capital de Ceilán. Le dejó una carta de despedida y un poema. La carta decía, «tengo que separarme de ti, si no lo hago terminarías por matarme con ese cuchillo de cocina. Huyo para poder vivir». El poema, 'El tango del viudo', comienza: «Oh, Maligna, ya habrás hallado la carta, ya habrás llorado de furia, y habrás insultado el recuerdo de mi madre llamándola perra podrida y madre de perros».

La historia se prolongó algo mas cuando, meses después, ya instalado en Colombo, descubrió que la maligna había vuelto y alquilado una casa frente a la suya. Durante varias semanas se dedicó a amenazarlo en la sombra y lanzar grandes piedra contra su casa. Pero no hubo más, y finalmente unas amigos consiguieron que la expulsaran del país. Ya en el barco que la sacaría de Ceilán, el poeta y la maligna se vieron por última vez. Ella le besó con hondura mientras lloraba intensamente.

Con las mejores armas, una pluma exquisita de novelista, una paciencia investigadora y la argumentación de un ensayista, nos lleva Edwards a conocer a sus personajes.

Edwards, uno de los grandes de la narrativa latinomaericana, nos deleita ahora con este relato cuyo mayor mérito es su fidelidad milimétrica a su propio estilo, donde la memoria del escritor actúa de refinada red memorística y siempre sazonada con su buen humor de y su hermosa pasión por la música caliente, las mujeres que arrebatan y, por encima de todo, la libertad de pensamiento, que con Edward nunca queda sojuzgada. Un placer Jorge Edward.