Alfredo Taján es erudito sin pedantería, sólido en su narrativa, versado en saberes extraños, explorador e inventor de historias lúdicas, fascinantes, fabulosas en el mejor sentido de la tradición fabuladora. Lírico. Todo material le vale. Dandy. Todo es susceptible de ser pasado por su tamiz para ser entregado al lector, que consume cada artefacto de este libro de relatos absorto, con la respiración contenida, embargado y embaucado. Taján es una muchedumbre, certifica Juan Bonilla en el prólogo. Una muchedumbre de registros y voces, añadimos. Una muchedumbre de intereses. No hay uniformidad en la temática. Tras una cubierta cautivante (»cuántos libros estoy vendiendo por esta portada», dijo en la presentación de la obra, en la que le acompañaron Ben Clark y Moreno Peralta) hallamos a lo largo de 320 páginas historias como la de la sangrienta Erzsébeth Báthory, malvada destripadora de doncellas que moró en la Europa central de hace siglos. O los intríngulis que llevan a cambiar de género a un acreditado espía del MI6. No menos atractivo es ver cómo se dan la mano Dorian Gray Y Pierre Menard. En cualquier caso, para este crítico, las dos piezas más conmovedoras y sugestivas, más queridas, son quizás las más cortas y apegadas a la realidad, si es que puede hablarse de realidad en estos casos. Son, por un lado, ´Crimen en La Nogalera, narración en la que el periodista Cristóbal Reyes, crítico con el régimen de Stroessner en Paraguay, viaja a Torremolinos para pasar unos días de asueto en unos apartamentos. Allí, conocerá, de súbito, cuan efectiva es una vieja Olivetti con la que redacta sus venablos hacia el dictador. Por otro, ´Lusitania Express´, pieza donde describe un encuentro en su «magnífico ático» barcelonés con el inolvidable pero olvidado Juan Perucho, gastrónomo, novelista y poeta que recibió a Taján hace años y que en ese prodigioso encuentro le narró una historia lindante con el surrealimo y de sorpresivo final. No faltan la (elegante) alusión a cómo fue descabalgado de la dirección del Instituto Municipal del Libro de Málaga ni homenajes velados o explícitos a escritores (no solo a escritores) como el mágico Pérez Estrada. Festín.