El 19 de abril de 2008 había llovido. La calzada de la A-7 a su paso por Torremolinos estaba mojada, y no era el día ideal para correr. Pero J. G. R. guiaba su todoterreno a 152 kilómetros por hora tras tomarse una cervezas. Perdió el control del coche, que chocó con la mediana e impactó con la parte trasera de un autobús de turistas finlandeses. Nueve murieron en el acto y 27 resultaron heridos. Las imágenes son espantosas, porque la bionda rebanó literalmente el autocar. Ahora, el Juzgado de lo Penal número 9 de la capital lo ha condenado a tres años y medio de cárcel, al pago de las costas y a la retirada del carné durante cinco años por los hechos.

En concreto, ha sido sentenciado por nueve delitos de homicidio imprudente; 27 de lesiones imprudentes y uno de conducción temeraria. Los seguros han satisfecho la responsabilidad civil, pero el eco de lo ocurrido pervive en la memoria de J. G. R., quien en el juicio reconoció sufrir una severa depresión que ha hecho de su vida diaria un infierno. Ello lo certificó una psiquiatra: «Desde entonces trato de mejorarlo con medicamentos y hablando, pero no he tenido suerte. Se siente muy culpable, cree que ha arruinado su vida y rememora siempre en los sueños lo que pasó. Ahora está en situación de invalidez absoluta», aclaró la doctora.

En la vista, el acusado lloró varias veces, y las miradas cómplices con su familia fueron continuas. El juez declara probado que el 19 de abril de 2008, el acusado conducía un todoterreno Kia «tras haber ingerido bebidas alcohólicas en tal cantidad que afectaba, mermándolas, a sus facultades para conducir con la debida seguridad».

En concreto, circulaba por la autovía A-7 en sentido Málaga. Al llegar al punto kilométrico 224,500, a las 19.30 horas, llevaba una velocidad no inferior a 152 kilómetros por hora –cuando en ese tramo la prohibición se incumple al superar los 120–. Discurría por el carril izquierdo, y además de pulverizar el límite de velocidad, iba tan rápido que circulaba de forma inadecuada en relación con las condiciones de la vía. Es decir, el tramo era curvo hacia la izquierda y descendente. Para más inri, la calzada estaba mojada, siempre según el magistrado.

«Si me encuentro mal no cojo el coche, y yo estaba perfectamente para llevar mi vehículo. Pierdo el control por el toque de freno. Toqué el freno y me fui para la bionda. Se puso a llover», aclaró J. G. R. en el juicio oral.

El juez declara probado que chocó «ligeramente contra las vallas de protección metálicas de separación de carriles ubicadas en el margen izquierdo, según el sentido de la marcha, saliendo después proyectado hacia el lado derecho según el mismo rumbo». Colisionó con la parte trasera izquierda de un autobús que circulaba en el carril de la derecha. El autocar transportaba a 50 pasajeros.

La violencia del impacto fue tal que el autocar derrapó, colocándose «transversal a su dirección, volcando sobre su costado derecho». Se fue directo a la bionda, que se introdujo «en el techo del autobús y salió por el suelo del mismo». Nueve turistas finlandeses murieron, 25 resultaron heridos de gravedad y hubo otros dos afectados: su acompañante y el conductor del vehículo.

Los agentes de la Guardia Civil tuvieron que proteger al conductor de otros usuarios de la vía, que le recriminaron su actitud. Al hacerle el test, el resultado fue positivo: 0,50 miligramos de etanol por litro de aire espirado 45 minutos después del accidente; 0,49 tras aplicársele el índice de error.

Los funcionarios apreciaron en el acusado «síntomas compatibles con una intoxicación etílica tales como olor a alcohol, forma de hablar insegura, respuestas o contestaciones incongruentes y deambulación inestable, entre otras».

Él se vio en condiciones de coger el coche, tras haber ingerido «dos cervezas, o como mucho tres» en una fiesta familiar. Las escenas fueron dantescas. Hay quien todavía no ha podido olvidar. Cabe recurso de apelación en diez días.