A pesar de que el cierre del CEIP Los Prados se anunció el miércoles, la puerta exterior del colegio fue el escenario de un goteo de padres de alumnos que durante toda la mañana de ayer se acercaban para conocer la última hora de una noticia que se estaba gestando en la Delegación de Educación. El traslado de los alumnos a los CEIP Intelhorce y Pablo Neruda es algo más que un rumor cuando el ladrillo visto localizado en la calle Joselito de Málaga parece esconder tras sus muros un edificio fantasma en el que no cabe el griterío del esperado recreo.

Salvo los árboles zarandeados por las fuertes rachas de viento, las instalaciones del colegio de Los Prados no muestran un atisbo de vida tras la verja principal, en la que dos carteles con la fecha del día no aportan novedad destacable a los asistentes. Uno anuncia la suspensión de las clases hasta nuevo aviso y otro insiste en la seguridad del edificio tras la inspección de los técnicos correspondientes.

Manuel, el abuelo de una niña de Primero de la ESO de este colegio, se resignaba más que indignaba cuando hablaba de una medida que cree que llega demasiado tarde. «Las obras deberían haber comenzado y terminado durante las vacaciones de verano y no ahora, con apenas dos días de clase transcurridos», comentó antes de subrayar que no entendía cómo la obra lleva parada durante toda la mañana. Tampoco comprendía cómo la solución no pasa por instalar aulas prefabricadas en la gran superficie de terreno que posee el colegio. María, madre de otra niña matriculada en el centro educativo, coincidía en lo tarde que llegan unas obras que nunca deberían haber coincidido con el calendario escolar. Mucha mejor cara traían un hombre y una mujer que se pararon ante el primer muro de contención del colegio para discutir del tamaño de una grieta que, según ambos, el día anterior no era tan grande.

Vanesa Domínguez, madre de un alumno de Segundo de Primaria, aceptó de buen grado que las clases se trasladen a los CEIP Intelhorce y Pablo Neruda porque «no están nada lejos», sobre todo el primero, aunque sí solicitó una intervención de mayor calado en todo el edificio. «Yo no creo que el colegio se vaya a caer, pero sí que necesita reformas importantes. Además de las famosas grietas hay desniveles, y hasta no hace mucho había que poner cubos en las aulas por las goteras», aseguró esta vecina de la barriada que da nombre al colegio. Junto a ella estaba Francisco Vázquez, padre de dos niños de 3 y 7 años que cursan Primero de Infantil y Segundo de Primaria, respectivamente. Francisco apuntaló el discurso de Vanesa mientras observaba la nueva grieta del muro exterior, que está cercado por unas vallas que impiden acercarse a la pared. «Parece que el muro se desplaza hacia afuera», comentó