­En una cálida noche de verano, Laura está tumbada sobre su cama. Una mano se desliza con sutileza entre sus piernas. En la otra mantiene su smartphone. Está completamente desnuda. Tiene quince años y se está grabando mientras se masturba. Son poco más de las doce de la noche. Sus padres y su hermano pequeño ya están durmiendo. Se siente adulta en un su cuarto de princesa. La grabación dura unos 20 segundos aproximadamente. Laura le envía el vídeo al chico que se lo ha pedido. A través de Whatsapp todo se ha vuelto instantáneo. Ella borra la grabación de inmediato. Al día siguiente, toda su clase conoce el vídeo. Al otro, la clase paralela. Al cabo de una semana es famosa en todo su instituto.

La historia de Laura es imaginaria, pero no lo es el intercambio de material pornográfico en el recreo de los institutos españoles. Es algo que se ha convertido en rutina. A esta práctica se le conoce por el término de sexting. Según los últimos datos que publica el Observatorio de la Infancia en Andalucía, uno de cada diez adolescentes de entre 12 y 16 años practican esta moda. Un 7% de los menores en España, comprendidos entre 11 y 14 años, afirman haber recibido o visto algún mensaje de tipo sexual. Un 4,3% de los adolescentes entre 11 y 16 años han recibido imágenes sugerentes de personas de su entorno directo. De los chicos y chicas de entre 16 y 18 años, un 14% admite haber intercambiado en alguna ocasión fotos o vídeos de contenido pornográfico con su pareja.

Como otros tantas veces, este fenómeno llega a España a través de Estados Unidos. Sexting es el término que se utiliza para describir el hecho de compartir fotos íntimas potencialmente comprometidas por voluntad propia. La palabra artística se compone de sex (sexo) y texting, el término inglés para mandar sms. La primera pista que hace alusión a la herramienta indispensable para la difusión de imágenes pornográficas. No es otra que el smartphone. En un reciente estudio sobre el comportamiento sexual de los jóvenes, la Universidad de Texas revela que el 30% de los adolescentes estadounidenses se dedican a compartir y a enviar fotos en los que aparecen desnudos a través del móvil.

El avance del sexting ha cabalgado unido al desarrollo imparable de las nuevas tecnologías y el acceso generalizado a ellas. La compañía de móviles Tuenti realizó en 2014 una radiografía para conocer los hábitos de uso y conexión a internet en el móvil entre los jóvenes en España. Un 84% de los adolescentes asegura tener acceso a internet a través de los móviles.

El sexting está directamente ligado a la masificación de los smartphones. Los adolescentes apenas lo utilizan para hablar, como a lo mejor todavía lo pudiera pensar algún padre inocente. Es su manera de comunicarse. A través de aplicaciones como Whatsapp, Snapchat o Facebook. Todos los días y a cualquier hora. La ligereza con la que se envían imágenes la reflejan los datos que maneja la compañía Whatsapp, aplicación estrella del mensajeo instantáneo en España. Más de 200 millones fotos se comparten a diario.

Para algunos, la prueba manifiesta de la degradación moral de una sociedad que desprecia la intimidad sexual. Para otros un culto al narcisimo que ha encontrado su vía de escape en las nuevas tecnologías. «Entre los jóvenes que practican el sexting, en la mayoría de los casos se trata de una nueva forma de coqueteo para expresar el interés hacia otra persona», afirma Charo Lobato. Ella es psicóloga infantil y pedagoga. Conoce de sobra los efectos perversos que puede provocar el sexting entre los jóvenes. «Los problemas empiezan cuando la imagen enviada de forma consentida sufre un uso no deseado. Los adolescentes que atendemos han sufrido la violación de su intimidad», describe la psicóloga las consecuencias. Los jóvenes parecen no valorar las consecuencias y las repercusiones que pueden tener sus actuaciones en un futuro. Una vez compartidas, las imágenes se eternizan en la vasta jungla de internet y corren el riesgo de viralizarse. «En muchas ocasiones las víctimas llevan meses, incluso años sufriendo en silencio. No se atreven a hablar con sus padres por vergüenza», describe ella un calvario que los mantiene presos del miedo y del pudor.

Del sexting al acoso hay un paso

Realmente el sexting no es un verdadero problema, hasta que el autorretrato erótico no acaba en manos de terceros y contra la propia voluntad. En jóvenes adolescentes se acentúa la problemática. La víctima corre el riesgo de convertirse en la diana perfecta para burlas y vejaciones. El esquema siempre es el mismo. El efecto de bola de nieve que producen las redes sociales es incontrolable. Por la corta edad, los adolescentes se encuentran en relaciones que son relativamente inestables. El amor se acaba y un corazón roto que busca venganza. Aparentemente sin motivo más allá de sentirse despechado. Otras veces, el chico quiere presumir entre sus amigos de la devoción que profesan por él. Sube la imagen del cuerpo desnudo a Facebook. Como si de un trofeo de caza se tratara.

Todo funciona muy rápido. En un abrir y cerrar de ojos la intimidad se ha desvanecido por el retrete. Una imagen enviada en un grupo de Whatsapp llega fácilmente a un centenar de personas. El mismo centenar lo puede redistribuir. «En el momento en el que se sube una imagen a internet, se pierde totalmente el control sobre ella», advierte la Brigada de Investigación Tecnológica de la Policia Nacional en Málaga. Compartir imágenes de otras personas con el fin de causarles un perjuicio es un delito. En el sexting, y a raíz del caso de Olvido Hormigos, la difusión sin consentimiento de estas imágenes se empezó a tipificar como falta administrativa. La reforma del código penal, que inició Gallardón, pretende crear un delito específico para penalizar estas conductas. «Como tantas otras veces, el derecho va siempre detrás de la sociedad. Primero ocurren las cosas, luego se legislan», apunta José Muriel, abogado penalista. «En el caso de que estén involucrados menores de edad, también podemos estar hablando de delitos contra la integridad moral», recuerda Muriel.

Litigiar es tarea complicada. Resulta difícil demostrar quién y cuándo se ha comenzado a distribuir la imagen. A las víctimas les cuesta confesar que su cuerpo desnudo ha sido compartido de manera fraudulenta. Miedo a los padres, temor a la burla, a ser expulsados de su entorno social. Los menores corren una cortina de sigilo. Callan por pudor y miedo. Los padres, mientras tanto, todavía no son muy conscientes de lo que hacen sus hijos en internet.