Bloques en serpentina, macizos, de apariencia totalitaria. Lujosos apartamentos con espaciosos balcones. Metro, estadio, playa. Grandes avenidas que, como los senderos de Borges, se bifurcan en otras grandes avenidas sin abandonar el sentido administrativo de pertenencia. Con una población similar a la de Jaén, de más de 115.000 habitantes, Carretera de Cádiz es un distrito a la manera en la que Irlanda es una isla. La convención política y geográfica no se corresponde con sus elementos, que desbordan, por su complexión, la talla común de los barrios del sur de España.

Si el centro es el escaparate de la ciudad, Carretera de Cádiz, dominador de la zona oeste, es probablemente su doble pulmón, a ratos atorado. Según el último censo, uno de cada cinco malagueños habitan en algunas de sus áreas. Probablemente con suerte dispar, dependiente en buena medida de la diferente provisión y fortuna económica que define a las barriadas. A pesar de ser el territorio más poblado, su superficie es la más pequeña de las once en las que se divide Málaga. Una paradoja que explica buena parte de las limitaciones históricas que todavía hoy soportan sus habitantes. El llamado distrito 7 es un viejo paraíso marítimo que creció amueblándose atolondradamente a partir de los sesenta, con una espesura inabarcable de viviendas construidas para alojar a los trabajadores de las fábricas y a los miles de campesinos procedentes de otros puntos de la provincia. Una vez diluido el esplendor fabril del entorno, queda la mancha estética. Los condicionantes del paso adelante dado por el franquismo, que edificó lo que hoy es Carretera de Cádiz sin regleta ni planificación, sumando estructuras sin aire, pequeñas asfixias de piedra.

Cuando se les pregunta por los problemas del barrio, los vecinos más veteranos señalan a su alrededor y extienden las manos. Muchas de las dificultades actuales de la zona se deben a su entablillada y chapucera concepción. Pero no por insistente, la regla es de oro. El margen de maniobra en las últimas décadas ha sido amplio. Tanto para no eximir de responsabilidades. Con sus parques y nuevas construcciones, Carretera de Cádiz ha perdido el tono gris y ya no es lo que era. Aunque acusa una serie de problemas que, apuntalados por el paro y la falta de presupuesto, van rotando en suerte e intensidad en función de las características de la barriada.

En La Paz da la impresión de converger menos dosis de descontento. Javier González, propietario de PH Peluqueros del Deporte, cree que sus calles cuentan con una ventaja esencial respecto a la acumulación de plazoletas y urbanizaciones apelotonadas de los alrededores. La barriada es el corazón comercial del distrito, lo que hace que el efecto devastador de la crisis, aunque insistente, suene menos incontestable. En los últimos años, pese a registrar un índice de mortandad empresarial alto, La Paz se ha mantenido como una de las células vigorizantes de ese complejo organismo que es Carretera de Cádiz. Eso sí, soportando unas molestias, las de las obras del metro, que no se han traducido a su cese en la prometida riada de progreso. Los comercios de alrededor de las estaciones están muy lejos de haber experimentado el incremento en las ventas que se aventuraba sobre los planos del suburbarno, lo que no rebaja, sin embargo, la satisfacción de los empresarios. Al igual que en el resto de barriadas, en La Paz celebran la inauguración de la Línea 2, que ha mejorado las comunicaciones de la zona oeste y aliviado los habituales embotellamientos del tráfico.

González, miembro de Fecoma, echa de menos en el barrio más apoyo económico para su hipermusculado tejido asociativo, que se ve capaz de empujar con iniciativas propias el alicaído consumo de Carretera de Cádiz. En los tres últimos años, señala, se ha organizado la carrera Torcal-La Paz, con éxito de convocatoria. Entre las asignaturas pendientes en la zona, subraya las deficiencias del alumbrado, que contribuyen a que la animación de las calles decaiga a media tarde, especialmente en invierno.

En las conversaciones con los vecinos de La Paz se detecta un hecho comparativamente insólito con la mayor parte del distrito. González defiende la mejoría de la limpieza y del mantenimiento urbano. La barriada no se queja de los servicios y la recurrencia de Limasa. Víctor Manuel Picón, representante vecinal, insiste en este sentido en que la situación se ha reconducido, gracias fundamentalmente a la nueva red de baldeo, que permite irrigar las calles con más asiduidad y sin tanto despliegue de recursos y operarios. La satisfacción en este aspecto no impide, sin embargo, que se agolpen frente al micrófono otro tipo de dificultades. Algunas, de marcado y casi irresoluble tono añejo, como la falta de aparcamiento. Y otras, de competencia directa municipal, como la necesidad de nuevos centros deportivos y la renovación del asfaltado, que, según los vecinos, no se lleva a cabo en su totalidad desde hace casi treinta años.

Víctor Manuel Picón también pone el acento en los problemas de circulación, concentrados en puntos como la avenida de Velázquez. La Paz quiere que en las zonas más concurridas se rebaje la velocidad para hacer compatible el rumor de los motores con la vida pública ciudadana. Una ambición compartida con La Luz, uno de los barrios autoproclamado por los vecinos entre los más descuidados. Juan Cortés señala con ironía a las cuadrillas que desde hace días se afanan por retirar la suciedad. «Está muy bien que limpie por las elecciones, pero el mantenimiento debería ser todo el año», resalta.

La aceptación de La Paz se convierte en crítica en La Luz, donde se multiplican las protestas por la falta de atención hacia tareas cotidianas como la poda de los árboles, que, en algunos casos, trepan por las paredes hasta alcanzar los pisos más altos. Juan Cortés compone un retablo espontáneo sobre la realidad de la barriada en el que no escasea el mal olor ni la degradación de los jardines, que en lugares como la plaza Ángel Valderrama, se enfrentan a la paradoja de ser regados y carecer de plantas. A estos problemas, se ha añadido en los últimos meses de manera temeraria la exhibición del cableado eléctrico, que ha empezado a ejecutar sus enredos en el exterior de los edificios. Teóricamente, y según el vecino, por la negación del Ayuntamiento a la petición de Endesa de incorporarse a las tomas subterráneas. «Ya se ha incendiado un transformador y nadie hace nada», reseña.

Con fama de excelente pescaíto y viejas mallas de pescadores, Huelin ofrece la postal marítima de mayor proyección de Carretera de Cádiz. En sus calles, de mordiente salina, las deficiencias en cuanto a la limpieza adquieren un perfil más acuático. Paco Moya se confiesa preocupado por las viejas conducciones hidráulicas, que vomitan todavía hoy, en pleno siglo XXI, su miseria fecal a la playa. El representante vecinal demanda con insistencia un sistema de depuración que permita erradicarlas. Existe la sensación de que el barrio está desaprovechado a nivel turístico. Y que su población, con el repliegue de la inmigración, se ha envejecido en los últimos años, lo que sirve para dar de bruces con otra insatisfacción ciudadana: la ausencia de un número suficiente de centros sociales para mayores.

El vecindario alargado de Huelin es también testigo de una reivindicación histórica, de las que junto al aprovechamiento de los torres de Repsol se moja repetidamente en tinta cada vez que se aproximan las elecciones: cuatrienio tras cuatrienio, y pese a las promesas del equipo de gobierno, el barrio sigue sin ver su nuevo mercado, un proyecto que los vecinos consideran cardinal por el aspecto vetusto que presenta el actual, muy visitado por sus precios y la calidad de los productos de los comerciantes.

De Raúl Jiménez, el concejal responsable de Carretera de Cádiz, los vecinos de las diferentes barriadas coinciden en destacar su predisposición de diálogo y de trabajo, aunque elevan una queja casi unánime que trasciende la propia figura y ámbito de competencias del edil. En el vasto distrito 7 no gusta que el Ayuntamiento comparta su dedicación al barrio con el desvelo continuo que exige el área de Medio Ambiente, enzarzada de manera crónica en las disputas laborales con Limasa. «No se le da la importancia política que merece un barrio con tanta población. Ni tampoco se le dota de estabilidad; han sido muchos, demasiados, los concejales designados en muy poco tiempo», declara Javier Salas, director del instituto Litoral, uno de los referentes de la zona.

Para el educador, en contacto permanente con padres de alumnos, el Ayuntamiento no invierte lo suficiente en el distrito. Una opinión que también tiene bastante eco, sobre todo, en comparación con el dinero por habitante que se destina a zonas menos pobladas y con infraestructuras de mayor rango. La consecuencia está, en su opinión, en los defectos que presentan el mobiliario y las aceras. «Me parece bien que se inauguren museos como el de Tabacalera, pero también son necesarios los proyectos sociales», destaca.

El actor y promotor Salvador Reina, responsable de La Cochera Cabaret, es de los que confían en el potencial del distrito, al que llegó con la idea para muchos disparatada de instalar una sala que en los últimos años ha traído a la ciudad a artistas como Javier Krahe o Miguel Noguera. Chuky, como le conocen en el gremio, insiste en que se trata de una zona con una capacidad de proyección privilegiada, bien comunicada y con una oferta más que consistente en restauración. La Térmica ha sido, junto al propio espacio artístico de Reina, la gran apuesta cultural, aunque con ambiciones muy diferenciadas. «Nosotros aspiramos a ser el teatro del barrio, pero todavía nos falta darnos más a conocer entre los vecinos. Necesitamos recursos. Ojalá aumentara el apoyo de la administración», indica.

A Chuky le gusta la idea de romper con la dependencia del centro y crear polos autónomos de atracción. Una dicotomía que en un distrito tan populoso siempre está presente y que abunda en las críticas por comparación. María José García, de la asociación de vecinos Nueva Realidad, que abarca la extensión del Parque Mediterráneo, insiste en la necesidad de renovar el régimen de indefinición de propiedad y de gestión de las comunidades, que hace en ocasiones que los vecinos asuman costes de mantenimiento y de zonas ajardinadas que corresponden al municipio. También reclama mayor presencia policial para superar los problemas de seguridad, una reivindicación en la que conecta con Carlos Alonso, vecino de Puerta Blanca, que lamenta el ruido generado por los disturbios y la restauración y el poco celo del distrito en hacer compatible la vida de los centros deportivos con el descanso de los vecinos. «Hay partidos de fútbol a los once de la noche y con bares que venden alcohol, lo cual es ilegal», puntualiza. El gigante de Málaga confía definitivamente en despegar.