En la serie de cuadros titulada El imperio de las luces, el surrealista René Magritte pintó calles y casas en las más completa oscuridad pero bajo un cielo resplandeciente. Quién sabe si, al menos en sueños, no viajó al jardín malagueño de La Concepción y se inspiró en la casa palacio envuelta en la oscuridad pero enmarcada en un maravilloso cielo crepuscular del que muy lentamente comienzan a colgar estrellas.

Desde el pasado miércoles el jardín subtropical más importante de Europa ofrece visitas nocturnas de hora y media en tres turnos, a partir de las 21.30, para grupos de entre 30 y 40 personas. Pero será algo más que un paseo por un cuadro de Magritte: cada miércoles de julio y agosto los visitantes se subirán a la máquina del tiempo para aterrizar en el verano de 1895, ese en el que los marqueses de Casa-Loring, como solían hacer cuando les podían las ganas de llegar cuanto antes a la finca, recorrían en coche de caballos el cauce reseco del Guadalmedina. Un polvoriento pero eficaz atajo hacia su vergel.

Porque como ocurre en los sueños de las noches de verano, todo puede pasar, por eso los visitantes, nada más ascender la suave cuesta de plátanos orientales, con las ramas dobladas en señal de bienvenida, observan cómo un hombre con sombrero de hongo y candil baja la loma del Museo Loringiano y les comunica el portento: «Esta noche son ustedes los invitados de los marqueses».

«¿Este quién es?», susurra una visitante a su compañera. Es Edgar, el mayordomo desde hace 20 años de Amalia Heredia y Jorge Loring, quien por cierto está fuera de la finca esta noche.

Mientras el mayordomo desvela datos de la finca, «un jardín de estilo inglés en el que la Naturaleza crece de forma desordenada», al llegar a una gran glorieta -escoltada por el murmullo de una cascada- recoge de un banco un libro muy ajado. Sin duda de la señora marquesa, una gran lectora «y con la biblioteca más importante de la ciudad en la casa palacio».

Hacia la mansión se dirige el grupo mientras pasa junto a los ficus que parecen animales prehistóricos convertidos en árboles en tiempos de Zeus. En la casa palacio, abierta de par en par, suenan unos valses y a los pocos segundos en la entrada aparece doña Amalia Heredia Livermore, la anfitriona, quien conduce al grupo a una gran sala con hermosas baldosas hidráulicas y una chimenea.

«Esta finca es un remanso de paz», confiesa. Pese a estar en 1895 viste como a sus treinta años, con el peinado de moda hacia 1860. Igual que en uno de sus retratos más famosos. Doña Amalia muestra la casa palacio y desgrana anécdotas familiares además de los nombres de ilustres visitantes: Cánovas, Estébanez Calderón, su yerno Francisco Silvela y la emperatriz Sissí, quien llegó de incógnito. «Quiso recorrer el jardín y también la vecina finca de San José a pie. Detrás de ella mandamos un carruaje con abrigos por temor a que la emperatriz se resfriase», desvela.

La despedida de la marquesa tiene lugar en su querida biblioteca, presidida por el artístico escritorio del regente Espartero. Los visitantes se dirigen al idílico cenador de las glicinias, donde comienza la parte más mágica y botánica del recorrido de la mano del duende de la flauta mágica, con las habilidades musicales y la sorna de Papageno el cazapájaros.

El duende arranca las risas del grupo con sus ocurrencias. Ama las plantas y muestra con cariño las elegantes monsteras o costillas de Adán, describe los prodigios de la pata de elefante -un tesoro vegetal de México que parece una enferma de gota- o saluda con galantería a la dombella: «Buenas noches dombella, qué presumida está usted hoy». Tan presumida, explica, que ni siquiera deja caer sus hojas secas.

El guía toca la flauta entre la espesa vegetación mientras de la casa palacio llegan los ecos de una cantata de Bach. El cielo se ha vuelto de un azul tan intenso que es una pena que no esté Magritte por los alrededores. En su lugar quien asoma es la ninfa del cántaro, la famosa fuente del jardín que cada noche cobra vida.

La ninfa canta como sólo lo hacen las ninfas. Está al pie de una araucaria que dejaría en ridículo el palo mayor de cualquiera de los barcos de los Heredia. De hecho, desde lo más alto de su copa pueden verse las goletas atracando en el puerto. Las palabras de la ninfa están arrulladas por una escuadra de grillos que también ha querido participar en esta noche digna de Shakespeare.

Pero el viaje en el tiempo prosigue con un personaje tan importante como injustamente olvidado: Rafael Echeverría. Bastón en ristre y con la barba cuidada, el industrial bilbaíno recuerda a los visitantes que ha sido el siguiente propietario de la finca tras los Loring Heredia y para demostrar su entrega al jardín repasa sus creaciones, como la famosa fuente de ninfa del cántaro o el paseo de palmeras que conduce hasta el mirador del La Concepción, donde los invitados pueden admirar, entre cipreses, una Málaga de sombras azules y farolas que hacen de estrellas, con el mar de fondo.

Don Rafael conduce al grupo hasta el final del viaje, el Museo Loringiano, símbolo del ansia por saber y proteger el patrimonio histórico de Jorge Loring y Amalia Heredia. Toda una deferencia del industrial. La noche botánica de verano no ha concluido con esta visita: renacerá todos los miércoles de julio y agosto.