La historia de Enrique López, malagueño de casi 40 años con el corazón dividido entre la calle La Unión y El Perchel, demuestra que hay personas que pueden hallar de forma tardía la pasión de su vida, en este caso el vino, y que, pese a ello, todo tiene sentido a partir de ese momento. Este sumiller soñó un libro el pasado verano, se lo propuso a la editorial Libros.com y hoy, tras 1.500 ejemplares vendidos y tres meses de duro trabajo literario, ¿Te cuento un vino? se ha convertido en un éxito, en una magnífica realidad que le ha reportado muchísimas satisfacciones por todos los rincones de España.

«A mí me gusta el vino desde hace cinco años. Siempre tuve interés en saber de ello, e hice un curso de sumiller en la sede del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Málaga y Sierras de Málaga», dice. Duró cinco meses y, en un principio, pensaba que sólo había dos tipos de uva, la tinta y la blanca. «Y resulta que hay cientos y cientos en el mundo. No entendía pero quería saber qué bebía, es mi gran pasión. Empecé a involucrarme, a leer libros, a ir a bodegas, a catas, a presentaciones. Al final me convertí en un apasionado de esto», señala.

Al mes de estar en ese módulo, sabía que quería dedicarse a ello, y mucha gente le ayudó. Por ejemplo, Cayetano Garijo, de La Casa del Guardia. Inició su andadura profesional en una distribuidora malagueña, de ahí pasó a Makro como sumiller -donde tuvo que aprobar un examen de Custodio Zamarra, una institución en la sumillería que se jubiló el año pasado- y, finalmente, a GMCash, empresa que le cambió la vida.

«Al visitar bodegas, me contaban historias, las recopilaba y pensé que sería bonito hacer un libro con ellas. Le estaba dando las vueltas a eso y me pregunté ¿por qué no lo escribo yo? Lo aparqué porque yo no soy escritor y al final me dijo ´lo voy a intentar», comenta. Lo escribió en el verano de 2014, después de enviarlo a la editorial y pasar una campaña de crowdfunding de un mes.

En marzo de 2015 dejó su trabajo en GMcash con «gran dolor, porque he tenido mucho apoyo de la empresa». Ha visitado casi todas las bodegas de España «y de todo tipo de vinos, espumosos, tintos y dulces». De las historias, treinta y seis, le gustan especialmente la primera y la última, son relatos que huyen de tecnicismo y retratan la parte humana de la industria. «Conocí el vino en una cata en Granada, el vino Moraima, que tiene el nombre de un poema de amor precioso. Cuando acabé la cata, el bodeguero leyó el poema y le dije que su historia iba a ser la que abre el libro. Y luego está la que acaba: cómo dos bodegueros se conocieron, se enamoraron y crearon su propia bodega, Dibodegas. Se la mandé y se hincharon de llorar», relata.

En el libro se reflejan historias de dos bodegas malagueñas, Bentomiz y Schatz. «Los vinos de Málaga aún no están reconocidos, son tan buenos como cualquiera y podrían tener un reconocimiento mayor del que tienen», dice. Se refiere, claro está, a los amparados por la más reciente denominación Sierras de Málaga, para caldos secos de la Axarquía y Ronda. «El consejo trabaja muy bien pero tiene la competencia de La Rioja y los Ribera. Es muy difícil. Los vinos de Málaga están al precio que tienen que estar», reflexiona.

Sobre el dulce, aclara que el clásico es una referencia mundial. «Los secos se están abriendo paso, se exportan mucho por la calidad». Lleva 1.500 ejemplares vendidos, «toda una sorpresa», ríe, y ya tiene en proyecto escribir una segunda parte, Te cuento otro vino, y un diccionario enológico para que los jóvenes se acerquen al vino, «sin tecnicismo».

En cuanto a su olfato, asegura que «todo el mundo huele lo mismo, la nariz es memoria, la memoria es cuestión de entrenamiento, otra cosa es que seas capaz de identificar al vino», precisa.