Natural de Arcos de la Frontera (Cádiz), el magistrado de la Audiencia Provincial Manuel Caballero Bonald es un enamorado del Derecho. Con 53 años recién cumplidos, ha sido condecorado en dos ocasiones con medallas de la Orden de San Raimundo Peñafort (segunda y primera clase, la última recibida en marzo pasado), ha formado parte del tribunal del caso Malaya, ha sido ponente de importantes causas de corrupción -la última, Goldfinger, de la que ahora redacta la sentencia- y, durante cinco años, fue juez decano de la capital. En una década, aún se ve poniendo sentencias y celebrando juicios. «Me gusta lo que hago», dice. En esta entrevista repasa su extensa y brillante trayectoria.

¿De dónde le viene la pasión por el derecho?

La pasión por el derecho me viene de mi padre, que fue presidente de la Audiencia Territorial de Granada, que comprendía Andalucía Oriental. Y antes fue presidente de la Audiencia Provincial de Granada y de la de Cuenca, ciudad de la que yo guardo un magnífico recuerdo. Todo ese contacto con el derecho y el hecho de que mi padre era un enamorado de la función de juez me hicieron seguir sus pasos. Yo lo veía por las tardes en la casa trabajando, de vez en cuando me pasaba por el despacho y le miraba los papeles y los sumarios. Me di cuenta de que era un trabajo apasionante. De ahí me viene la vocación y el placer por estudiar Derecho y aplicarlo.

¿Hay más juristas en su familia?

Sí, mi hermano Rafa, que falleció hace ya bastantes años. Estaba en Instrucción 6 de Málaga cuando yo estaba en el 5. Era mayor que yo, magistrado, y era también mi referencia. Tuve mucho contacto con él, y de ahí me viene también esa vocación. Era mucho mejor juez que yo.

¿Cuál ha sido su momento más gratificante como magistrado? ¿Qué caso le marcó más?

Me han marcado varios, pero uno de los que más es el caso Malaya. No fui el ponente, pero fue mucho tiempo en un único juicio. No sólo a mí, ha marcado a la justicia en Málaga y a nivel nacional. Ha sido un caso muy especial e interesante, intenso jurídica y personalmente. Y, ahora mismo, me está marcando el caso que terminamos hace poco, el caso Goldfinger. Siempre he estado en primera línea de fuego jurídico. Goldfinger ha durado varios meses y estoy poniendo la sentencia, que es muy complicada.

El tribunal de Malaya fue valiente, sobre todo con aquella declaración para que el dinero saqueado volviera a Marbella...

Sí, fuimos valientes. Son puntos que se deliberaron con mucha intensidad. En ese sentido, se abrieron una serie de posibilidades que, aunque no sea por vía jurisdiccional, sí van a tener una solución aceptable por otras vías. Yo era de los que pensaba al principio que el juicio iba a ser muy complicado celebrarlo, pero hay que reconocerle el mérito a José Godino, que tiene una mano izquierda extraordinaria. Nosotros, por supuesto, pusimos nuestro granito de arena, tanto Rafael Linares como yo, pero al final se consiguió celebrar, con muchos obstáculos. La sentencia fue jurídicamente muy buena, consecuencia de intensas deliberaciones. La sentencia ha sido confirmada en lo esencial por el Supremo. Es un hito en la justicia malagueña y española, aunque ha levantado una especie de corriente en contra de los macrojuicios. Ahora se habla de elefantiasis, término que se utiliza en la última reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal. La elefantiasis que hay que evitar a toda costa, que a veces no se puede evitar.

¿Qué nos ha enseñado el caso Malaya?

En primer lugar, se ha roto el mito de que la delincuencia de cuello blanco no tiene reproche penal, o no lo tiene como otro tipo de delitos, con esa frase de que la justicia está hecha para robagallinas. Es un ejemplo claro de lo contrario. Tenemos al señor Roca que lleva más de diez años en prisión. Es un caso especial. Quizás pueda ser criticable ahora lo contrario, que la justicia ha sido demasiado dura para determinados delincuentes de cuello blanco. Ha permitido, pues, ver la perspectiva de una situación de corrupción masiva, y creo que la respuesta judicial no ha sido tan lenta, porque era un asunto complicado que se ha resuelto en diez años. Y se ha condenado a los que se consideró responsables. Se ha generado la idea de que la justicia persigue también a los delincuentes de cuello blanco y no sólo a los robagallinas, y que los persigue con insistencia y encomio y, al final, les condena. Ese mensaje se ha extendido a nivel español y hay una tendencia irrefrenable a luchar contra la corrupción. Se ha demostrado que se pueden perseguir judicialmente estos delitos y pueden terminar en condena.

¿Cómo se enfrenta un magistrado a la presión mediática y de la opinión pública?¿Cómo se aísla?

Yo la verdad es que no me aíslo. Hago todo lo contrario. Miro los comentarios, las noticias, cuál es la opinión pública. Soy partidario de un juez inserto en la sociedad y una de las formas de enterarse de lo que pasa en la sociedad son los medios de comunicación y las redes sociales. No me aislaba. El aislamiento se produce a la hora de deliberar y resolver, uno se tiene que abstraer de todas las opiniones y de ese ruido exterior, que era mucho, y procurar ser objetivo, como si fuera un caso sin repercusión mediática. Esa es la solución. Es un aprendizaje de muchos años de ejercer como juez que crea una especie de coraza que te protege de esas influencias. O que esas influencias no generan una parcialidad en la decisión. En este caso fomentó la imparcialidad en las decisiones.

¿Cómo ve los macroprocesos?

Veo una importante corriente en contra de los macrojuicios, marcada incluso por el Supremo en el sentido de que los inconvenientes son más importantes que las ventajas. Yo tengo una idea clara: hay casos que sólo es posible tramitarlos como macrojuicios. Jurídicamente se habla de la continencia de la causa que viene a decir que hay que ver el caso en su conjunto para comprender la envergadura de la situación. Que los árboles no te impidan ver el bosque. Siempre pongo el ejemplo del ladrón que roba en casas habitadas y ha cometido cincuenta robos. Si se hacen 50 juicios distintos hay más agilidad, pero perdemos la perspectiva de la envergadura del delito cometido. Hay otros inconvenientes: si hay pruebas periciales habrá que repetir esas cincuenta pruebas, cincuenta declaraciones de peritos, el acusado se debe sentar en el banquillo cincuenta veces, y lo que es más importante, pueden surgir sentencias contradictorias. Es uno de los inconvenientes de no hacer macrojuicios. No soy muy partidario de los macrojuicios, espero que Malaya no se repita nunca más, pero Malaya es un caso especial y la solución viene dada por la elaboración de piezas separadas en la instrucción.

A Málaga la llaman la pequeña Audiencia Nacional. ¿Cómo es ser juez en Málaga?

Muy complicado. Así la llaman. Todo no son macrojuicios, pero sí son de cierta entidad, se producen continuamente en Penal. Vivir en una sección penal de la Audiencia es celebrar continuamente juicios especiales por su trascendencia, entidad o número de implicados. Uno de los últimos que ha entrado aquí tiene 187 testigos. Cuando uno tiene que señalar un juicio con 187 testigos tiene que celebrar dos o tres meses, y ha de encontrar un hueco en la agenda para acoplar ese juicio dando lugar a la demora en el resto de procedimientos. Eso produce cierta ansiedad por sacar asuntos con la mayor agilidad posible para evitar que se vayan acumulando y retrasando en exceso. No sólo a nivel penal. En Civil los asuntos también son complicados, los juzgados de Primera Instancia están desbordados, los Mercantiles ya ni te cuento, los de lo Social igual, con mucho nivel de trabajo. Eso lo vi como juez decano y la situación no ha mejorado.

¿Qué le hace falta a la justicia?

Primero leyes de calidad, que no todas lo son. Nos hacen falta medios. Siempre digo que se pretende que la justicia funcione con máquinas de AVE con medios del siglo XIX. No sé quién dijo que teníamos leyes escandinavas con medios africanos. Lo que hacen falta son medios y más jueces. Se transmite la idea de que la digitalización, que es una revolución, va a ser la solución de la justicia, pero por mucho que digitalicemos procedimientos y mejoremos las comunicaciones con las partes, firmemos digitalmente, al final los asuntos son los mismos o más y va a haber el mismo número de jueces para resolverlos. Me da la impresión de que no se crean juzgados desde hace años. Aquí en las secciones civiles se han creado plazas de magistrado y hemos notado bastante mejoría. Y esa es una opción olvidada y es uno de los pilares fundamentales para mejorar la justicia. Se necesita también darle más importancia a la justicia por parte de los políticos. La justicia no sólo es la hermana pobre de la Administración del Estado, sino que es la hermana mendiga.

¿Cómo cree que percibe el ciudadano la figura del juez?

Ha habido una cierta mejoría. La opinión pública ha tenido una idea de juez hasta hace pocos años de que era una persona cerrada en su torre de cristal, que no se mezclaba con el resto de la sociedad, que no tenía mucho interés en luchar contra la corrupción. Esa idea se ha ido mejorando. No hay duda a estas alturas de que los jueces estamos involucrados en la lucha contra la corrupción o la violencia de género. La Sección Octava está especializada en violencia. Se sigue manteniendo una cierta tendencia a pensar que los jueces dictamos algunas resoluciones sin meditarlas, eso es más producto de no leer las resoluciones, que es uno de los defectos y las consecuencias que padecemos los jueces. Yo siempre aconsejo leerlas.

¿Usted se lleva bien con los abogados?

Me llevo perfectamente. Las instituciones no necesariamente representan al colectivo. No comprendo en absoluto esta preocupación que tienen por la puntualidad de los juicios. Me gustaría que la misma dedicación, empeño y declaraciones que se hacen sobre la necesaria puntualidad en los juicios se hicieran sobre la necesidad de crear juzgados. La puntualidad es importante, desde luego, sobre todo en el primer juicio del día. Si uno señala a las diez de la mañana hay que empezar a esa hora, pero cuando se han celebrado ya seis o siete juicios es lógico que haya un cierto retraso. Si fuera abogado, preferiría que se retrasara mi juicio hora y media o dos horas a que se retrasara tres o cuatro meses.

¿Qué figuras le han marcado en su recorrido judicial?

Le tengo especial cariño a varios profesores de la Universidad de Granada. Recuerdo a Fermín Camacho, catedrático de Derecho Romano, y a Sainz Cantero, catedrático de Penal, que me ayudó a apreciar esta especialidad.

¿Cuál ha sido el mejor consejo que le han dado para ejercer como juez?

Me lo dio mi padre. Me dijo que había que tomarse las cosas con relativa calma. Me dijo que no dudara nunca, cuando me llevaran un asunto, en decir sí, un momento, déjelo ahí en la mesa que lo veré con tranquilidad. De vez en cuando hay que reducir y pararse en el arcén para mirar el caso.

¿Si no fuera juez que le hubiera gustado ser?

Director de cine, por ejemplo, o escritor, músico también. Yo hago mis pinitos con el saxofón. Me hubiera gustado formar parte de un grupo de rock, pero sobre todo ser director de cine.

¿Cómo se ve dentro de diez años?

Poniendo sentencias, celebrando juicios... No me presenté a la reelección como decano porque echaba de menos poner sentencias. Me veo ejerciendo la función jurisdiccional, porque soy un juez vocacional. Me gusta lo que hago.

¿Qué le diría a un joven que ahora está preparándose las oposiciones para ser juez?

Lo primero que le diría es que tiene que tener la decisión muy clara. Es una profesión apasionante y lo aconsejo al 100%. Una vez dicho esto, intentaría inculcarle ese amor por la función jurisdiccional y tiene que tener las ideas muy claras. Hay que estar tres o cuatro años estudiando todos los días. Le diría que, una vez que tome la decisión, debe ir a muerte con el estudio, pero también le aconsejaría que reservara momentos para el ocio.

¿Qué ha aprendido después de tantos años como juez?

He aprendido que la justicia, que es dar a cada uno lo suyo, se puede alcanzar. Era una idea que tenía desde el principio de la carrera, pero se puede lograr.