Un paciente llega a consulta. Los resultados de las últimas pruebas confirman lo que se temía: tiene cáncer. El médico, sentado al otro lado de la mesa, despliega un catálogo para consultar cuál es la mejor alternativa para abordar su enfermedad mientras le explica al enfermo que según los oncogenes que componen el tipo de tumor que padece lo más viable es aplicar la terapia «x». La fecha para su primera sesión está ya fijada y será entonces cuando, vía intravenosa, unos nanotaxis se adentren en su cuerpo para portar el fármaco que destruirá de manera selectiva solo las células cancerígenas. Las sanas continuarán intactas, sin probar el veneno.

Suena a ficción y aún lo es pero la ciencia trabaja para que sea realidad. Auténtica ingeniería genética que busca alternativas más eficaces para combatir el cáncer, una patología que alcanzará a una de cada tres personas según diversos estudios. Mientras la cirugía, la radioterapia y la quimioterapia representan hoy día los tratamientos posibles para vencer esta enfermedad, en el laboratorio número 5 del centro Bionand, ubicado en el Parque Tecnológico de Málaga, trabajan para dar un paso más. El biólogo molecular Guillermo de la Cueva está al frente del proyecto sobre biología sintética y fármacos inteligentes en el que participa el propio centro Bionand y el Instituto de Investigación Biomédica de Málaga. Un equipo de 13 personas compuesto por biólogos, farmacéuticos, químicos y médicos trabajan desde hace un lustro en dos líneas de investigación que revolucionarían la sanidad por completo en caso de ser factibles.

Por un lado, buscan cómo fabricar a escala nanométrica vehículos que transporten los fármacos vía intravenosa hasta llegar a las células cancerígenas para destruirlas. Un medio de transporte que el propio De la Cueva ha apodado como «taxis» y que deberá ser un millón de veces más pequeño que la punta de un bolígrafo. La escala no es el único problema que se plantea; existen otras variables e infinitas complejidades en cada tumor que hacen que se precise de la tecnología más avanzada. El vehículo tendrá que ser invisible para el sistema inmunológico y deberá tener la capacidad de reconocer las células tumorales. Además, el investigador De la Cueva detalla que las primeras hipótesis hacen pensar que se podrá aprovechar la acidez que presentan las células cancerosas para que induzca a la separación del fármaco de su taxi.

El transporte en sí puede ser un triángulo, un punto llenable, recubrible o mixto, aún no se sabe; hay un amplio abanico en cuanto a materiales y composiciones posibles. Sin embargo, el daño a otros órganos a raíz del tratamiento será inferior al actuar solo en las células afectadas y permitirá aprovechar las terapias actuales.

Otra línea de investigación está centrada en desarrollar estrategias terapéuticas que diferencien las células sanas de las cancerígenas. Las terapias actuales matan células pero fulminan por igual las cancerígenas y las sanas. Pero un tratamiento realmente eficaz es aquel que elimina las células y es selectivo.

Para comprender en qué punto está la investigación ahora hay que remontarse a sus inicios. Desde hace más de 20 años De la Cueva centra sus esfuerzos en los llamados «pares: toxinas y antitoxinas». Analizó el proceso de una bacteria o microorganismo al someterse a un estrés (por ejemplo, un antibiótico) y vio que inhibe un proceso de toxina y antitoxina que retoma la normalidad cuando resuelve el problema producido por el estrés. De la Cueva detalla que introdujo esta toxina en células humanas y descubrió que las induce al suicidio. Sin embargo, al incluir la antitoxina las células quedan protegidas. En el laboratorio han realizado las modificaciones necesarias para que las toxinas y antitoxinas sepan diferenciar las células sanas de las cancerosas. De esta forma, la toxina mata solo las células cancerígenas y la antitoxina protege las sanas. «Es un sistema sintético porque no existe de manera natural y hace que tenga un nivel de autonomía elevado», sentencia. El siguiente paso para el investigador era probar si esto se producía en un tumor también. Para ello se decantó por el cáncer de cuello de útero, un tumor que mata 800.000 mujeres al año y en el cien por cien de los casos la enferma tenía el virus del papiloma humano, lo que lo convierte en un agente causal.

Durante su carrera, ejercida durante 15 años en Inglaterra y ahora en España, De la Cueva comprobó que todas las células cancerígenas de este tumor contienen una determinada proteína que inhabilita a las células sanas para combatir el cáncer. «Identificamos la proteína y generamos un gen nuevo sintético con la toxina y la antitoxina y ¿qué conseguimos? Inducimos a la destrucción selectiva en respuesta a un estrés oncogénico», explica. Pura ingeniería genética.

De la Cueva es pionero en el uso de toxinas y antitoxinas para desarrollar agentes terapéuticos antitumorales y su hallazgo, llevado a cabo en células de cultivo, está patentado en Europa y EEUU. En los próximos meses comienza el testeo en animales.

Lograr desarrollar una tecnología para que en cualquier tumor, y en un tiempo razonable, se pueda aplicar esta fórmula sería algo similar a alcanzar el nirvana; supondría dar soluciones a muchos tumores que se desarrollan en la actualidad. En ello trabaja este equipo aunque su investigador principal se muestra cauto y reconoce que aún queda mucho para lograr el objetivo final. «Se empieza por un paso y aquí ya hemos avanzado mucho», sentencia.

La oncoproteína que permite distinguir las células cancerígenas del tumor de cuello de útero es conocida pero cada tumor actúa de forma diferente. De la Cueva apela al conocimiento y reconoce que aplicar la metodología de los pares toxina y antitoxina será más sencillo en aquellos tumores derivados o inducidos por virus oncogénicos. Los candidatos más aptos para futuras pruebas serían el cáncer de hígado inducido por hepatitis B o C, el tumor cervical, el cáncer nasofaringeo o el inducido por el virus Epstein Barr. Sin embargo, no existe ninguna certeza de que vaya a funcionar. Trabajar a base de prueba y error es la única forma de abrir camino. Aun así, De la Cueva asegura que su investigación se va a centrar en el cáncer de mama, un tumor que comparte muchos oncogenes con otros tipos de cáncer y, en caso de dar con la tecla adecuada, daría respuestas a otros muchos tumores. Otros aspectos que han motivado esa decisión es el fácil acceso a muestras que tiene, su elevado índice de incidencia y la «crueldad» con la que azotan ciertos cáncer de mama. Una enfermedad que cada vez aparece a edades más tempranas. Lograr un tratamiento individualizado para cada paciente sería lo idóneo pero aún quedan años para dar con esa respuesta. Lo más próximo sería crear posibles terapias según los oncogenes y oncoproteínas que presente el tumor, tener un catálogo de marcadores que solo con detectarlos en el paciente se sepa cuál es el tratamiento más certero. En ello está el equipo de De la Cueva.