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Los glaciares están desapareciendo

La expedición de científicos malagueños se despide del Ártico con un último relato de su 'aventura' para estudiar el cambio climático

Empiezo a escribir esta última entrega en el camino de vuelta a Málaga. Es un largo peregrinar por varios aeropuertos, y subir y bajar de aviones. Hasta cinco vuelos tenemos que hacer para volver, en apenas veinticuatro horas. Salimos de Ny-Ålesund en dirección a Longyearbyen, para así volver a la “civilización”. El vuelo no fue bueno, el cielo estaba cubierto de nubes bajas, por lo que apenas pudimos disfrutar del magnífico paisaje de montañas y glaciares. Encendemos nuestros teléfonos al llegar a Longyearbyen (en Ny-Ålesund no hay antenas de telefonía, y es además una zona libre de radiofrecuencias que puedan interferir con las mediciones de muchos aparatos de investigación, por lo que tampoco hay wifi, ni podemos conectar los equipos por Bluetooth), y empiezan a llegarnos docenas o cientos de mensajes que se han ido acumulando a lo largo de estas tres últimas semanas. Imposible contestarlos a todos, pero tanto Eli, como Conchi y yo agradecemos a nuestras familias y amigos todos esos envíos. Atrás en Ny-Ålesund dejamos nuevos amigos de varias nacionalidades, entre ellos una compañera de Granada, Mari Carmen, quien desde hace cuatro años trabaja en la Universidad de Venecia (otro investigador español que tuvo que emigrar) y se queda al frente de la base italiana hasta finales de Septiembre. Con ella compartimos nuestras últimas provisiones de queso, jamón y salchichón ibéricos.

Durante los últimos días teníamos que empaquetar y etiquetar todo nuestro equipamiento científico. Algunas cajas de material quedan allí almacenadas hasta la próxima campaña, otras irán volviendo por barco hasta Alemania en los contenedores del AWI, lo que puede tardar hasta 6 meses. Todos los aparatos electrónicos viajan de vuelta a Málaga, algunos en nuestro equipaje, y otros en barco, ya que la capacidad de almacenamiento en Ny-Ålesund en locales climatizados es escasa, y no podemos exponer a nuestros equipos a temperaturas de 25 o 30 bajo cero el próximo invierno. En Longyearbyen tuvimos algún contratiempo al facturar nuestro equipaje, aunque esto no es nada nuevo para nosotros. El personal del diminuto aeropuerto está acostumbrado a ver científicos que van y vienen con grandes cajas repletas de aparatos, sensores, etc., pero, las normas de navegación aérea son cada vez más estrictas. Ahora se presta mucha atención a las baterías de litio, lo cual nos planteó algún problema para transportarlas; además, llevamos algas vivas en una nevera portátil eléctrica, así como dos cajas con muestras congeladas en hielo seco (nieve carbónica). Casi nos obligan a abrir las cajas para comprobar el peso de hielo seco en cada una de ellas. Y claro, el consabido exceso de equipaje, del que nunca nos libramos de pagar. Desde Longyearbyen viajamos a Tromsø, en el norte de Noruega. Como suele ser normal allí, llovía. Pero, si se tiene suerte de estar en Tromsø en noches despejadas, se podrá disfrutar del increíble espectáculo de la Aurora Boreal. Es uno de los mejores lugares en Europa para verlas, al encontrarse en el paralelo 60 Norte, que es el cinturón del planeta con mayor frecuencia de este fenómeno atmosférico. En Tromsø teníamos que pasar control de pasaportes, ya que Svalbard, a pesar de pertenecer a Noruega, es extraterritorial y la llegada se hace por la terminal internacional. Desde allí a Oslo, cambio de terminal nuevamente, para finalmente llegar a Estocolmo; para ahorrar en los billetes de avión hemos volado siempre con la misma compañía aérea, y la única manera de llegar a Málaga haciendo sólo una noche por el camino era dormir en Estocolmo. Apenas dormimos 4 horas, ya que el vuelo a Málaga es a las seis de la mañana, siendo recomendable estar en el aeropuerto a las 4,15 o 4,30.

En un artículo anterior hablaba de las manzanas, nuestra única fruta durante las dos primeras semanas. Pues bien, la última semana ya no quedaban ni las manzanas, así que los cocineros se esmeraban en preparar distintos tipos de bizcochos o pasteles para ofrecernos algo de postre cada día. Esta última semana sólo quedábamos en la base unas 100 personas, número que se irá reduciendo durante septiembre hasta quedar apenas 35 habitantes, la mayoría personal de mantenimiento, y unos cuantos ingenieros noruegos, alemanes y franceses que mantienen operativos algunos equipos durante todo el invierno. Hablaba hace unos días con nuestro amigo Trond, el jefe del puerto, y me comentó que una de sus misiones en invierno es revisar que en todas las edificaciones funcione perfectamente la calefacción en invierno, para evitar que se congelen los equipos científicos, las tuberías de agua, etc. Sólo la base noruega del Instituto Polar Noruego, y tres edificios del consorcio franco-alemán AWIPEV, permanecen operativos en invierno y con personal propio.

Durante la madrugada del 26 al 27 de agosto se ocultó el Sol bajo la línea del horizonte por primera vez desde el pasado Abril. Apenas fue una hora, lo que por supuesto no hizo que el cielo se oscureciera, pero es el anticipo de la llegada del invierno polar. A partir de ahora, los días serán cada vez más cortos, a razón de una media hora diaria, de manera que el 21 de septiembre ya habrá 12 horas de oscuridad, y alrededor del 20 de octubre ya desaparecerá el Sol hasta mediados de Febrero de año próximo. En unos 60 días se pasa de 24 horas de luz, a 24 horas de oscuridad, es decir, las horas de luz se acortan unos 25 minutos cada día. Esa noche, al ser sábado, abría el bar, y se organizó un bingo. A las 8,30 de la tarde estábamos ya allí sentadas unas 60 personas con nuestros cartones copiados a partir de alguna página de internet, a razón de 50 coronas noruegas por cartón (unos 5,50 euros). Hubo dos rondas, y mientras que en la primera me fue muy mal, en la segunda me quedé muy cerca del premio. Me faltaba el número 72, y al salir el 70 la enfermera de la base cantó bingo, llevándose como premio una excursión en barco a un antiguo pueblo minero abandonado, al Sur de Svalbard. No me tocó ganar esta vez, qué se le va a hacer.

Finalmente, el último día de nuestra estancia, hemos podido al fin salir en barco al fiordo a hacer unas medidas de penetración de luz en el agua. Esto nos permite saber cuánta luz llega a las distintas profundidades a las que viven las algas con las que trabajamos. Trond, que conoce la zona perfectamente ya que lleva casi cuatro años en Ny-Ålesund, nos llevó en su barco. Una lancha de aluminio de casi 9 metros de eslora, y con un motor de 300 CV. En estas regiones, en las que el hielo flotante es muy peligroso para las embarcaciones, lo normal es que las lanchas sean de aluminio. Hicimos medidas en dos puntos distintos del fiordo, y después nos llevó a ver uno de los glaciares en el que había poco hielo flotante. A otros dos no nos pudimos acercar mucho por la cantidad de hielo que había, y así no poner en riesgo la embarcación y la hélice del motor. Contemplar el frente de un glaciar desde apenas unos 100 metros de distancia es un espectáculo sobrecogedor. Frente a nosotros se elevaba una pared de hielo azul de varias decenas de metros de altura, atravesada por cientos y cientos de grietas. Aprovechamos para tomar un buen trozo de hielo flotante de unos 15 o 20 kilos de peso, para que Eli pueda hacer calibraciones de algunos equipos de la Unidad de Radioisótopos de la UMA. En concreto, va a usar este hielo (una vez que lo hemos derretido) para determinar las concentraciones que había en la atmósfera hace miles de años de algunos elementos químicos, cuando ese hielo se formó. El uso de combustibles fósiles ha introducido en la atmósfera isótopos de algunos elementos que no existían de forma natural, por eso ese hielo tan antiguo le permitirá hacer una comparación entre lo que hay ahora y lo que había hace miles de años. La visión de los glaciares, y comprobar cómo algunos de ellos van retrocediendo cada año, es muy preocupante. El cambio climático es un hecho innegable, y las consecuencias del mismo puede que sean incluso peores de lo que se pensaba hace apenas 10 años. La concienciación de las personas es lo único que puede empezar a poner freno a los catastróficos efectos que se prevén; en estos días he podido ver dos documentales de enorme calidad, que recomiendo a quienes quieran tener una visión más detallada de lo que está ocurriendo con los glaciares y los arrecifes de coral. Se titulan “Chasing Ice” y “Chasing Corals” (desconozco si están traducidos al español como “Cazando hielo” y “Cazando Corales” o algo parecido). Los hechos que ahí se presentan, usando para ello imágenes de muy alta calidad, son sobrecogedores. En los 15 años que mi compañero Fran Gordillo y yo llevamos viajando al Ártico hemos visto, con mucha pena, como cada año los glaciares retroceden varios cientos de metros. Zonas que hace unos años estaban cubiertas por un glaciar, hoy son rocas y suelo desnudo. En el documental “Chasing Ice” se presentan imágenes de un glaciar en Alaska que retrocede a razón de casi 1,5 kilómetros al año (14 kilómetros en los últimos 10 años); en la región del Yukón en Canadá, se ha hecho un seguimiento de unos 1400 glaciares desde 1958. De ellos sólo 4 han aumentado de tamaño, 1100 han retrocedido significativamente, y 300 han desaparecido para siempre.

Mi experiencia investigadora en el Ártico está completamente ligada a la vida de mi hijo Martín. La primera vez que viajé allí Martín llevaba sólo 40 días en este mundo. Son muchas las veces que él me ha visto irme y volver de estas campañas de trabajo, y claro, un adolescente perspicaz e inquieto como él, con ganas de viajar y de aprender cosas nuevas, me anda reclamando que le lleve a algunos de estos viajes de trabajo, ¡aunque sea para llevarme la maleta!. Bueno, tal vez algún día, cuando tenga la formación suficiente, pueda ver cumplido ese deseo. Mientras tanto, se tiene que contentar con que le dedique estos artículos que con tanto gusto he ido enviando a La Opinión, que tan amablemente han publicadoLa Opinión (gracias a Javier Lerena y Miguel Ferrary), y que tan buena acogida han tenido entre los lectores. Gracias a todos, y a Sergio Cañete, Raquel Carmona y Fran Gordillo, componentes del equipo de investigación de este proyecto por estar siempre atentos desde Málaga a cualquier problema o necesidad que nos surgiera, y en especial a Martín por comprender mi trabajo.

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