Durante el fin de semana del 14 y 15 de octubre de 1810, en las laderas del castillo de Sohail, en Fuengirola, se libró una intensa y cruenta batalla entre las tropas de Lord Blayney, procedentes de Gibraltar y Ceuta, y el destacamento polaco mandado por el capitán Mlokosiewicz, vencedor de la contienda. Tuve noticia de este acontecimiento bélico, bien conocido por los malagueños aficionados a la Historia, gracias a Richard Ford, el viajero inglés que a mediados del siglo XIX recorrió España de norte a sur y de este a oeste para recoger sus andanzas en siete volúmenes de imprescindible lectura. Ford era un observador sagaz, un hombre preparado y, por desgracia, un enamorado de Murillo, del que se hizo con todas las obras posibles.

Escribe Richard Ford en 1845 que «Málaga, además de su comercio legítimo, mantiene grandes vínculos de contrabando con Gibraltar, gracias a los cuales se enriquecen las autoridades», una relación mercantil carente de ética que, ahora lo sabemos, se trasladaría más tarde a toda la Costa del Sol. Y demuestra gran olfato y visión de futuro al atisbar las posibilidades agrarias malagueñas gracias a su clima tropical, aunque en aquellos momentos fuesen las industrias de los Heredia el motor económico de la zona.

Ford, camino de Málaga por la costa, llega a Fuengirola y rememora la batalla que allí se produjo, en términos cáusticos y sonrojantes: «la rama que sigue la línea de la costa pasa junto al castillo de Fuengirola, Suel (sic), donde Lord Blayney se inmortalizó a sí mismo». En efecto, al mando de una tropa multinacional intentó una operación anfibia, con desembarco de tropas y bombardeo desde el mar que acabó en el más completo fracaso. El propio Blayney sería capturado por la menguada guarnición polaca que defendía los muros del castillo, y recorrería España y Francia como prisionero de alta cuna, agasajado por sus captores y mimado por las autoridades civiles.

Blayney escribió un libro sobre tan atroz destino (España en 1810. Memorias de un prisionero de guerra inglés. Editorial Renacimiento) que merece las burlas de Richard Ford: «Lord Blayney recorrió España y Francia enteras comiendo, y luego publicó una narración de un viaje forzado (¿forzado a comer carne?) en dos volúmenes, Londres, 1814, ante el júbilo inmenso de los críticos, que lo compararon con el Viaje del Borracho Barnaby. Fue traducido por los franceses -que nunca se han molestado en traducir al Duque [se refiere a Wellington]- con objeto de dejar en ridículo a los soldados y a los escritores ingleses, como si Lord Blayney fuera alguna de estas dos cosas». Así las gastaba al bueno de Richard Ford.

La derrota y la victoria

«La victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana». La frase, atribuida a Napoleón Bonaparte, viene como anillo al dedo para explicar lo ocurrido con la batalla de Fuengirola. Por la parte británica, más allá del testimonio del propio Lord Blayney, exculpatorio y lleno de inexactitudes, esta acción de guerra apenas ha llamado la atención, no sólo por su pequeña importancia -hubo durante la Guerra de la Independencia o Guerra Peninsular grandes batallas mucho más sangrientas y estratégicamente importantes- sino, sobre todo, por la derrota en sí misma. Por fin, hace pocos años, el historiador militar Thomas M. Baker investigó a fondo lo sucedido, para publicar sus hallazgos y conclusiones primero en tres entregas en la revista malagueña Jábega (números 79, 80 y 81 de 1999) y luego en el Journal of Military History de enero del año 2000, con un título esta vez muy elocuente: Una debacle en la Guerra Peninsular.

Por su parte los franceses, cuyas tropas llegaron en la mañana del 16 de octubre, con Lord Blayney ya capturado y los ingleses y españoles embarcados de regreso a Gibraltar, se apropiaron sin pudor de la victoria, atribuida por autores como Sarrazin al general Sebastiani, es decir, a las tropas francesas napoleónicas, obviando el protagonismo absoluto de los polacos.La versión polaca

Era necesario, por tanto, contar con la versión polaca de la batalla, confinada al olvido debido a las dificultades para encontrar fuentes originales o archivos digitalizados. Por suerte ya están disponibles para los investigadores curiosos dos artículos imprescindibles: por una parte, las memorias del héroe de la jornada, el capitán Mlokosiewicz, originales de 1842, y por otra un artículo de Stefan Przewalski escrito en 1962 y digitalizado por el Museo de la Historia de Polonia. Para su traducción, quiero dejar constancia de mi agradecimiento a Luis Sánchez Manzano, a la delegación en Varsovia de la empresa Sando y al Consulado de Polonia en Málaga. Finalmente, hay que mencionar el gran artículo publicado este mismo verano por el prestigioso historiador napoleónico Jonathan North (The Polish Victory at Fuengirola 14 October 1810), que incide también en este novedoso punto de vista.

La versión escrita por Mlokosiewicz, de hecho, surge como respuesta del capitán polaco al libro de Lord Blayney, que había leído en francés. Hay que recordar la notable presencia de tropas de origen polaco en el ejército imperial de Napoleón: desde 1795, su país estaba dividido y repartido entre las tres grandes potencias centroeuropeas (Prusia, Austria y Rusia) y Napoleón había prometido a los polacos, siempre luchando por su patria, un nuevo orden europeo. La confianza en Bonaparte era tanta que incluso se le menciona en el himno nacional polaco: «cruzaremos el Vístula, cruzaremos el Varta / seremos polacos / Bonaparte nos ha dado el ejemplo / de cómo vencer». La ferocidad de los soldados polacos está bien documentada en los estudios sobre la Guerra de la Independencia, aunque a su valor incuestionable -demostrado en Somosierra, los sitios de Zaragoza o la batalla de la Albuera- hay que sumar su participación en saqueos y diversas atrocidades que también pasaron a la Historia.

La idea del ataque británico era doble: por una parte aliviar el asedio de Cádiz, y por otra intentar el asalto a Málaga, cuyo puerto era de vital importancia para el aprovisionamiento de las tropas francesas. Concebida como una maniobra de distracción, contaba con la capacidad de movilización de los guerrilleros de la zona, muy activos en la serranía de Ronda y la Sierra de las Nieves. Y también pretendía averiguar la capacidad de respuesta del general Sebastiani y sus tropas acuarteladas en Málaga. En aquellos momentos -1810, con Francia muy poderosa aún- la línea de la costa era un punto estratégico de primera magnitud, ya que desde las posiciones de Gibraltar y las plazas del norte de África podían intentarse ataques que crearan un segundo frente, en apoyo del frente principal, sostenido en la frontera con Portugal.

Por este motivo se diseña un ataque anfibio, con desembarco de tropas (unos 2.500 hombres, de al menos cinco nacionalidades, a bordo de El Vencedor) en La Cala del Moral (hoy en día en Mijas) y bombardeo del castillo desde el mar por parte de varios buques de guerra (Rodney, con 74 cañones a bordo, la fragata Topaze y varios bergantines y goletas, así como lanchas cañoneras). La sorpresa y la superioridad numérica debían bastar para rendir a una guarnición desprevenida y numéricamente muy inferior. Nada podía salir mal.

El desembarco se hizo sin contratiempos. Junto a las tropas inglesas (353 hombres del 89 Regimiento y otros 932 del Regimiento de Infantes nº 82), destacaban los 640 españoles del Regimiento Imperial Toledo, embarcados en Ceuta, con buen uniforme, pocas armas y sin municiones. Asimismo, una amalgama de 516 polacos desertores, alemanes, italianos y franceses formaban parte de la expedición atacante. Todo esto sin hablar de la artillería. Una fuerza heterogénea, multilingüe, mal mandada y sin apenas disciplina, que no soportó la inesperada resistencia de los ocupantes del castillo.

Por su parte, Mlokosiewicz contaba sólo con 150 hombres del 4º Regimiento de Infantería del Ducado de Varsovia, dos viejas armas de 16 libras y dos armas de bronce de dos libras, según su propio testimonio. Los británicos, siempre tan gentlemen, enviaron un parlamentario a conminar a los polacos a la rendición: rechazada la propuesta se inició un combate encarnizado que duraría varias horas y que sólo se detendría por la lluvia torrencial que se desató por la tarde. Durante el cañoneo una de las lanchas cañoneras fue hundida, casi en los primeros disparos, lo que reforzó la moral de los sitiados y alentó su tenaz resistencia.

Mientras tanto, desde Mijas, la guarnición polaca podía observar todos los movimientos. El teniente Chelmicki envió mensajeros a la capital, para informar a Sebastiani, y tomó la audaz decisión de bajar con las tropas a su mando en auxilio de sus compatriotas: en medio de la noche, bajo un aguacero con granizo, logró sortear el asedio del castillo y fortalecer la defensa, una ayuda decisiva para el desenlace de la batalla. El amanecer del día 15 comenzó con fuego de artillería y nueva propuesta de rendición, también rechazada. A las 14.00 horas irrumpió en la batalla el jefe de batallón Bronisz, que desde Alhaurín había reforzado Mijas -abandonada por Chelmicki en auxilio del castillo- y, tras rechazar un ataque aliado a Mijas, decidió también pasar a la acción sin esperar órdenes superiores. La llegada de su avanzadilla animó a los polacos a lanzar un ataque a la artillería que les estaba machacando, que sorprendió comiendo a Lord Blayney. Los polacos se hicieron con las piezas y provocaron un violento contraataque en el que fue diezmada la tropa británica y capturado Lord Blayney, que cargaba a pie tras morir su caballo. El propio general inglés reconoce en su libro que, de los 280 soldados que le acompañaban, sólo nueve escaparon vivos.

Rechazados los aliados, en fuga las tropas irregulares y sin apenas entrar en acción los españoles del Regimiento de Toledo, el resto de la jornada vivió un decaído intercambio de artillería entre el castillo y los buques de guerra, detenido cuando Lord Blayney se asomó a las murallas para hacer saber a los suyos que estaba prisionero. El 16 de octubre ya por la mañana llegó Sebastiani con sus tropas, incrédulo ante el resultado de la batalla, los oficiales y soldados cautivos (177) y los cinco cañones capturados al enemigo por los polacos.

En diciembre de 1810, el capitán Franciszek Mlokosiewicz recibió la Cruz de la Legión de Honor y la Cruz Militar polaca. El 2 de abril de 1844 el Zar Nicolás le otorgó el escudo de armas «Fuengirola». Herido en Leipzig en 1813, se retiró entonces de las actividades bélicas. Falleció en Varsovia en 1845. Sin duda fue un buen soldado que cumplió con su deber.