­ «Cambiaba o me moría. Así que decidí pedir ayuda». Esa frase resume la decisión que Chema tomó hace 35 meses. Tras una vida llena de altibajos y 15 años de adicción a las drogas, optó por acudir al centro de acogida San Juan de Dios en Málaga e ingresar en el programa de rehabilitación. Una alternativa al caos que gobernaba en su vida y donde ha aprendido nuevos hábitos, valores y una forma de pensar que le ha transformado como persona.

Circunstancias diferentes, un elevado consumo de alcohol y una vida rota es el caso de Gregorio que está en plena fase de búsqueda de empleo, o Juan Manuel, que ha ingresado hace tan solo cinco semanas, tras ver cómo perdía hasta su empleo por los problemas que le generaba el alcohol y era incapaz de reconocer. Gregorio, Juan Manuel o Chema son solo algunos de las cientos de personas que han pasado por San Juan de Dios cuando ya no quedaba nada que perder, una entidad que trabaja desde hace 25 años en los problemas que llevan a una persona a la marginación a través de sus diversos programas.

Ubicado en plena plaza San Juan de Dios, en el corazón de Málaga, hasta 10.000 personas han pasado por alguno de los servicios que ofrecen a quien lo necesita. Desde personas con vidas desestructuradas que solo conocen la calle y las drogas, hasta personas con vidas estabilizadas, aparentemente, y con estudios superiores. San Juan de Dios recibe a todos y entre aquellos que de ese lugar hacen su hogar durante una etapa de sus vidas, se saca en claro que cualquiera podría estar en su lugar.

La propia responsable del programa de rehabilitación, Araceli López, señala que con el paso de los años ha variado el perfil. Años atrás, era más habitual ver pasar esa puerta a adultos de baja cualificación y con carencias a todos los niveles. Sin embargo, ahora destaca que tienen profesiones, son más jóvenes y han aumentado las enfermedades mentales. En cambio, la adicción a algún tipo de droga, legal o ilegal, está presente en todos los casos.

Más de 10.000 personas han pasado por alguno de los programas que existen en estas instalaciones en las que trabajan 14 personas, además de decenas de voluntarios. De menor a mayor exigencia, Araceli detalla el programa de información, orientación y valoración. Le sigue el servicio de higiene, un programa en el que, además de enseñar las normas básicas de aseo, sirve para ver posibles problemas de salud. Tuberculosis, sarna e incluso síntomas relacionados con la sífilis, se han detectado en este programa.

El albergue -programa de alojamiento nocturno- con 25 plazas, los pisos para la autonomía, los de reinserción y el programa de rehabilitación, con 23 plazas, conforman los servicios que se ofrecen día tras día desde este centro en el que intervienen integradores sociales, educadores, coordinadores y administrativos.

Un lugar pensado para ayudar a las personas a saber cómo han llegado hasta ese punto en sus vidas y trabajar para volver a tomar las riendas. Horarios, disciplina, trabajar valores y otros aspectos relacionados con la persona, son algunas de las pautas que siguen los que pasan por sus instalaciones. «Tenemos personas de todas las edades. El más joven ahora mismo tiene 20 años y ya tiene dos hijos», explica Araceli, mientras lee fragmentos de algunas de las cartas que le envían algunos de los que ya dejaron atrás esa etapa. En cuanto al tiempo estimado para aquellos que ingresan en el programa de rehabilitación, lo mínimo son seis meses y lo máximo dos años, aunque la realidad difiere mucho de esos tiempos, según indica la propia Araceli. Un programa con tres fases (acogida, comunidad y reinserción) que ha ganado peso a nivel judicial y permite que se suspendan posibles causas pendientes con la condición de rehabilitarse en el centro. Y es que son muchos los que vienen con algunas causas y es en eses momento en el que la labor voluntaria de los letrados Rafael Gutiérrez o Nadine Gálvez se vuelve indispensable para abordar los problemas jurídicos de quien ingresa en San Juan de Dios, siempre supeditado a la terapia que siguen los ingresados. Rafael lo hace desde hace 12 años y no cobra por ello, aunque matiza que su labor no es altruista y la lección de vida que recibe es de valor incalculable. Un equipo que se adentra en las aristas más oscuras de quien pasa por allí, y logra sacar la mejor versión de cada uno de ellos.