Pongamos que se llama María y tiene 38 años. Su nombre real, claro, prefiere que no aparezca. Es madre soltera de una hija adolescente y hace un año y medio se le vino el mundo encima. Su sostén han sido los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Málaga que, más allá de la ayuda económica puntual, ha hecho de sus trabajadoras sociales auténticos ángeles de la guarda para personas como ella. Su trabajadora social prefiere no salir tampoco en el artículo, pero la acompaña a la cita con periodista y fotógrafo. «Muchas veces he ido sin cita, con un gran nivel de estrés, a que ella me dé un abrazo», precisa esta mujer luchadora que, gracias a ella misma, en primer lugar, y a los recursos de los Servicios Sociales del Ayuntamiento, ya está viendo la luz al final del túnel.

Es reservada y se mira tímidamente las manos a la hora de contar sus cosas. No le es fácil. Tiene algún problema de salud por el que ha conseguido que le reconozcan cierto grado de discapacidad. Su fin y el de los Servicios Sociales es lograr la autonomía plena, como siempre fue, aunque a veces la vida golpea con dureza. Ni siquiera identifica qué le ocurrió, pero sí explica que, de repente, «entré en un bucle del que no podía salir, pese a que tenía las herramientas». «No sólo te ayudan en el tema de la vivienda, trabajan mucho la inclusión social, hay muy buen ambiente, te ayudan a que hagas todo tipo de talleres y buenas amistades», explica.

«Ella siempre me dice -explica, mirando a su trabajadora social que tampoco identificamos porque hacerlo significa identificar también a la protagonista de este perfil- que si quiero charlar allí está, que tiene las puertas abiertas para mí», declara.

María ha recibido ayuda del programa de vivienda (FRES), que supone ayuda al alquiler durante tres años, orientación laboral y una pequeña ayuda económica (para ropa, agua, luz). Ahora tiene el tema laboral algo más aparcado, porque no puede hacer todo tipo de empleo dado que no está del todo bien de salud, aunque lo estará, porque las malas rachas siempre pasan. Incluso, se ha apuntado al IMV para poder acceder a una vivienda, aunque espera que no le toque «una zona muy caótica», sobre todo por su hija.

«Si no hubiera sido por ella, continúa, me hubieran quitado la vivienda, porque ni siquiera la tenía, pero ellos movieron todos los hilos», señala, para añadir luego: «Me han ayudado de todas las formas habidas y por haber, se han extralimitado, incluso. Me han llamado para darme ánimos, han venido a mi casa cuando no le pertenecía, me han acompañado al médico cuando no podía andar. Me acompañaron al tema de la discapacidad».

Dice haber sufrido una situación familiar grave que se extendió a los campos físico y emocional. «Y entré en ese ciclo». Un ciclo, un periodo que, gracias a los Servicios Sociales del Ayuntamiento, parece que va quedando atrás, como siempre ocurre con todas las tormentas.

La filosofía que guía el trabajo incansable de los trabajadores sociales y el personal de los Servicios Sociales Comunitarios es la de ayudar a quienes acuden a ellos pero con el fin no de cronificar su situación, sino de que puedan salir indemnes o con el mínimo daño posible de una situación negativa sobrevenida, así como de hacer frente a la subsanación de los déficits básicos que arrastran algunas familias.