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Diario de un malagueño en el Ártico (día 3): donde se escucha crujir a los iceberg

En su tercer día de expedición, Manuel Calvo contempla el baile de los glaciares desde el puerto de Illulissat y experimenta una ligera nostalgia

Diario de un malagueño en el Desafío Ártico

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Cuando te encuentras en la lejana Groenlandia, en Illulissat, al borde de un fiordo de hielo, se te corta la respiración. Estoy ante el bastidor más hermoso que me puedo imaginar y trato de captarlo todo a través de mis ojos. No quiero perderme nada de lo que me ofrece este encuadre. Contemplo los témpanos flotando en un agua helada de tonalidad turquesa. El aire me roza la cara. Luego está ese inmenso silencio. Silencio en efectivo porque solo se escuchan dos cosas: el aullido puntual de los perros y de vez en cuando un crujido. Un ruido poco común. Raro. Extraño. Casi como si alguien estuviera disparando un arma de fuego. Así es el sonido cuando se dan tirones al hielo. A veces, solo se produce una ligera fisura, una pequeña grieta. Pero cuando se desprende trozo considerable de iceberg, entonces se escucha un golpe enorme. Así estoy plantado. Con pie firme. Tratando de seguir de alguna manera al enorme trozo de hielo desapareciendo de mi mirada. Me siento pequeño ante esta fuerza de la naturaleza. Tan lejos de casa. Muy cerca del hielo eterno.

Es mi tercer día de expedición y el tiempo ha mejorado desde que me he levantado. El termómetro ahora solo marca 21 grados bajo cero. Cuando desperté a las cinco de la mañana hacía hasta frío en el cuarto de mi hotel. Bajo al puerto para seguir echándole miradas a mi cabeza y seguir nutriendo mi imaginario. Los barcos están amarrados porque el día no invita a efectuar muchas salidas. Al cabo de un par de minutos, tengo a tres personas a mi alrededor y charlamos. Les explico que vengo de Málaga, pero que no soy novato, que es mi quinta expedición. Repito, la sensación a veces es de que no se puede ni respirar del frío que hace, pero en realidad es el aire más puro que te puedes echar a los pulmones. Tiene su propio sabor y lo difruto como un niño sus chucherías.

Para última hora de la tarde, tengo previsto un viaje en barco a la Bahía de Disko, donde se encuentra el glaciar más grande del mundo. Por ahora me conformo con lo que veo. No sé si me impacta más la sencillez de la gente autóctona de Groenlandia o la sencillez de sus casas. Es curioso que unas construcciones de chapa sirvan para dar cobijo en el lugar más frío del planeta. Uno descubre que cuando se trata de sobrevivir, no hay lugar para grandes modas. Aunque Groenlandia esté vinculado a Dinamarca, tiene autonomía propia y la bandera se luce con mucho orgullo. Tiene también jurisdicción propia. Pongo un ejemplo: aquí no existe la propiedad privada. Solo eres dueño de la casa, pero no del terreno. La cultura de los inuit, basada en compartir, también se palpa en las leyes.

Recorro el puerto y me coloco en la otra punta. Esto es uno de los espectáculos de la naturaleza más bonitos del mundo y ahora agradezco el día de respiro que me brinda mi itinerario. Es la contradicción entra la belleza y la hostilidad lo que te atrapa y espero que las fotos que os dejo transmitan una mínima parte de lo que siento. También hay en esto algo de melancolía. La mente me flota y recuerdo que hoy es 19 de marzo. Día del padre. Ahora me gustaría tener aquí a mi hijo Manuel para seguir colgando junto a él fotografías en nuestra pared mental. Ampliar ese mosaico de recuerdos que empezamos a fraguar cuando me acompañó a este mismo lugar. Es verdad que ya han pasado dos años desde aquello, pero ya dibujo el siguiente umbral que quiero cruzar junto a él._______________________________________________________________________________________

Manuel Calvo es un malagueño de 52 añosexploradores españoles ÁrticoCompartirá durante las próximas semanas para La Opinión de Málaga sus experienciasManuel CalvoTiendanimalTiendanimal Educa

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