Habitación 1, 2, 3... «Va a ser lo que vas a vivir durante los próximos tres meses, llévate lo mejor de aquí».

Esto fue lo que primero que pensó Estefanía Ortega, educadora social, al pisar uno de los Centros de Acogida de Refugiados (CAR) con los que cuenta Cruz Roja dentro del Programa de Acogida e Integración de Personas Solicitantes y Beneficiarias de Protección Internacional.

Como en cualquier otro hogar, por la mañana temprano el olor a comida inunda cada rincón del inmueble. Los usuarios andan ajetreados, de un lado a otro. Unos preparan el desayuno, otros a los niños para ir al colegio. Entrar en este piso es como entrar en tu casa, se respira el mismo sentimiento de hogar, relata Estefanía.

Papeleo, gestiones administrativas o visitas al médico, estas son algunas de las tareas que se realizan por las mañanas en los CAR. Los voluntarios y trabajadores de Cruz Roja ayudan a los usuarios en este tipo de gestiones que, al haber llegado al país recientemente y no dominar el idioma, no pueden ejecutar por su cuenta.

El programa

Los refugiados a los que acoge Cruz Roja son solicitantes de asilo. Los usuarios son derivados a estos centros desde el Ministerio de Interior o desde la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), explica Dunia Belkis, una de las responsables del programa.

Cruz Roja dispone de tres centros de acogida en Málaga. Entre ellos suman, a día de hoy, 143 usuarios procedentes de países como Siria, Ucrania, Rusia, Marruecos o Venezuela. Un amplio abanico de nacionalidades se dan cabida en este programa que tiene una duración de 12 a 24 meses.

Estefanía detalla los primeros pasos a realizar cuando una persona llega por primera vez al centro. Una primera entrevista se realiza para conocer la historia de las personas solicitantes de asilo, su viaje, matiza Ortega. Posteriormente y de manera independiente, se realiza una segunda entrevista jurídica y psícológica para determinar en qué punto se encuentra el usuario.

Al mediodía, la comida siempre está encima de la mesa, esperando a que los niños vuelvan del colegio. Esta tarea siempre la desempeña la mujer, confiesa Estefanía, a la vez que asegura que aún queda mucho que trabajar todavía en este aspecto.

Y para hacer frente a ese choque cultural, las tardes en el centro se dedican a desarrollar distintas actividades educativas. Los usuarios tienen que cursar siete talleres obligatorios antes de su salida del centro. Uno de ellos, el de Género: «En el centro trabajamos mucho esta cuestión porque vienen con una ideología un poco cerrada», sostiene Ortega.

Los seis restantes: Conocimiento del Entorno; Derechos y Deberes; Alimentación Saludable: Primeros Auxilios, Salud y Vivienda. El programa busca dotar a los usuarios de las habilidades necesarias para desenvolverse en su futura vida social y laboral.

Dos de los grandes obstáculos con los que se encuentran al llegar al país son la búsqueda de empleo y vivienda. Lo primordial en ambos casos es dotar al usuario de total independencia.

En la búsqueda de vivienda se les enseña a manejar los distintos portales inmobiliarios o cómo trabajan las inmobiliarias físicas. A raíz de ahí, ellos deciden: «Todavía no me he encontrado con ninguno que fuera exquisito. Todo es bonito y les parece bien. Ahí ves la humanidad que tienen ellos y las falsas necesidades que nosotros mismos nos estamos creando», reflexiona Estefanía.

La búsqueda de empleo, por su parte, comienza con una entrevista previa para determinar cuál es la formación de cada persona al llegar al país y estudiar si existe la posibilidad de homologar la carrera de aquellos que la posean. Desde Cruz Roja se les ofrece ayuda a la hora de reelaborar el currículum o realizar distintos cursos, a través de los cuales muchos usuarios llegan a encontrar trabajo mediante las prácticas, cuenta Estefanía. Todo ello coordinado siempre con el Área de Empleo.

El sentimiento de autonomía en todo este proceso, explica Estefanía, es uno de los factores que prima para los voluntarios y trabajadores de este programa: «Estamos a su lado las primeras veces, después nos echamos un paso atrás para que ellos sientan esa independencia».

La salida del centro de un usuario dependerá de muy diversos factores.

Sin embargo, el fundamental sin duda es el dominio del idioma. El aprendizaje del castellano es imprescindible para salir del centro, ya que sin él les resultaría prácticamente imposible acceder a cursos de formación o encontrar trabajo, sentencia Estefanía.

En este sentido, afirma Dunia, cada persona tiene sus tiempos. Un hispanohablante tendrá más facilidad para adaptarse: «Con que los acompañes una vez se desenvuelven. Una persona que no haya hablado nunca el idioma necesita mayor acompañamiento».

Son estos tiempos los que juegan en contra de los usuarios de estos centros de acogida. A pesar de que el programa tiene una duración de 12 a 24 meses, una persona solo puede permanecer dentro de él de tres a seis. A partir de ese momento, el usuario pasaría a la segunda fase en la que el seguimiento se realizaría desde un segundo plano: «La atención judicial y psicológica seguirá siendo la misma hasta que el usuario tenga resuelto su expediente. El cambio está en que ya viven en sus casas y tienen su vida, no los acompaña constantemente un trabajador social», explica Belkis.

Al llegar la noche, es hora de sentarse en el sofá a descansar o ver una película. Jugar con los niños o poner en común cualquier duda o pregunta que puedan tener. Los voluntarios y trabajadores de este programa comparten con los usuarios estos ratos tan hogareños: «Te sientes como en tu casa pero estás en la de ellos. Son los que te invitan a entrar», narra Estefanía.

El voluntariado

Los voluntarios juegan un papel fundamental en este aspecto y hacen de refugio para los usuarios del CAR. El tiempo que pasas con ellos, charlando simplemente, les supone un mundo: «Recuerdo a un usuario que le costaba muchísimo hablar de su vida pero le encantaba saber de la tuya, sobre todo para comprender a las mujeres aquí», rememora Ortega.

Para ella, lo más gratificante al final del día es compartir estos momentos de charla y reflexión con los usuarios

Y tan gratificante resulta la experiencia en este programa que después, asegura Dunia, son los propios usuarios los que se unen a los diferentes tipos de voluntariado que realiza Cruz Roja en la provincia: «Después de su experiencia les nace la vocación de ayudar a los demás y son ellos mismos los que te preguntan dónde ir para hacerse voluntarios porque también quieren ayudar».