Existe en Málaga una zona verde cargada de historia de la que, sin embargo, los malagueños en líneas generales conocen bien poco. Más antigua que el Parque y con una raigambre histórica que ya la quisieran los mencionados terrenos ganados al mar, la zona verde de la que hablamos lleva desde su nacimiento de lo más discreta, pese a que se trata de uno de los jardines más hermosos y completos de la ciudad.

Nos referimos a los Jardines de Alfonso XII, que si están pegados al Santuario de la Victoria no es por ningún capricho sino que se trata de lo único que pervive de los huertos y jardines del desaparecido Convento de la Victoria, por el que paseaban y en el que trabajaban los frailes mínimos de San Francisco de Paula.

Tras la desamortización de 1836, en 1877 el famoso ingeniero José María de Sancha diseñó los jardines actuales, el mismo año en que visitó nuestra ciudad el fugaz monarca Alfonso XII.

Aproximadamente de esos años son los primeros ficus plantados en la Alameda, así que puede decirse que la Alameda Principal y los jardines de Alfonso XIII son contemporáneos.

¿A qué se debe, sin embargo, el que casi nunca se les mencione a la hora de hablar de zonas verdes? Pues como tantas cosas en la vida, les falta promoción. Recordemos cómo al comienzo del Parque de Málaga un cartel nos cuenta algo de su historia y la disposición de sus principales especies.

Pues algo así podría hacer Parques y Jardines con los Jardines de Alfonso XII, de los que no hay ningún cartel informativo (salvo el que lo identifica como Parque de Alfonso XII con el horario de apertura). De paso, podía colocar fichas botánicas en los árboles más notables con sus nombres, como el ficus hercúleo que, pese a sus proporciones o precisamente por eso, necesita de dos gruesas vigas de hierro para seguir manteniendo el tipo. También saluda a las nubes una portentosa jacaranda, de las que ya no se fabrican.

Hace más de una década, los jardines perdieron su árbol más valioso y exótico, un ejemplar de Ginko biloba o nogal del Japón, que terminó por desplomarse sobre una de las vallas. Pese a esta pérdida, los jardines siguen teniendo el encanto de los parques cargados de años, con unas ramas entre las que asoman los colores barrocos de la fachada de la Victoria, y un parquecito infantil muy frecuentado que lo convierte en una zona verde viva y no en un museo vegetal.

Lo dicho, los jardines aparentan estar bien cuidados y son una delicia. Ahora hace falta realzarlos con un poco de divulgación histórica y botánica.

Por cierto que a la zona verde alfonsina le ha salido un modesto competidor: las vecinas hileras de naranjos que, colocados en los extremos para no entorpecer la visión del Santuario de la Victoria, dan un poco de alegría, verdor y algo de sombra a una de las explanadas monumentales más inhóspitas y resecas de nuestra ciudad. Nunca es tarde si la dicha es buena.