Hace unos días, comentamos en este periódico que los esqueletos localizados hace dos años, durante unas excavaciones en un solar de la calle Postigos, pertenecían -informaban fuentes de la Junta- a un grupo de malagueños que pasaron a mejor vida en el siglo XVII, a causa de alguna de las muchas epidemias de peste que diezmaron la ciudad.

Este hallazgo, en las primeras estribaciones del cerro de El Ejido, entronca con el de otro buen número de esqueletos y bolsas de cal mientras se construían los primeros pabellones universitarios.

Por aquel entonces, finales de los 50, don Juan Temboury aclaró a un grupo de jóvenes arqueólogos que acudió a consultarle, germen de la arqueología profesional en nuestra provincia, que se trataba de muertos por la peste, enterrados con cal viva siglos atrás.

No hay, por tanto, nada nuevo bajo el sol en esto de los hallazgos bajo el suelo de Málaga y quién sabe si lo mismo que en 2012 se localizaron los restos y el ajuar de un probable jefe mercenario de la Málaga fenicia -hoy la joya del Museo de la Aduana- no demos un año de estos con algo asombroso de esta época, de la Málaga romana o de la musulmana.

Mientras llegan estas novedades seculares, que evidencian tanto como el coronavirus que los malagueños de 2020 no hemos descubierto la pólvora, se producen otras que, cuando menos, avivan la curiosidad entre quienes las descubren, especialmente entre los niños.

Hablamos en este caso de dos hermanas malagueñas de seis años, que en su paseo diario por la Naturaleza , a un tiro de piedra del casco urbano, quién sabe si no están desarrollando ya una vocación de arqueólogas, historiadoras o cuando menos de grandes observadoras.

Porque hace unos días, cerca del Monte del Calvario, se percataron de algo que ya comentamos en esta sección: un par de zapatos colgados de un pino, que es un rito de la América 'profunda y aburrida' que hace muchos años desembarcó en Málaga, así que puede que contemos con una variante (forestal) malaguita.

En esta ocasión, ya en el Monte Victoria, de las Tres Letras o de San Cristóbal, que por los tres se le conoce, estas dos hermanas localizaron hace unos días el cráneo de un animal, posiblemente el de una cabra y, como es lógico, quisieron llevárselo a casa como trofeo -o quién sabe si como mascota- pero los padres, vaya usted a saber por qué, declinaron la propuesta.

Es una pena porque un cráneo que no estorba lo más mínimo, que da compañía y que ni siquiera hay que sacarlo tres veces al día es una ganga. El caso es que continuó a la intemperie, quizás para que más niños lo descubran y con ello, la puerta para su futuro. La cuarentena, aparte de hacernos la puñeta, puede que esté despertando ya tempranas vocaciones.